A orillas del impetuoso y vasto Paraná, que la separa de la provincia de Entre Ríos, está Rosario, una de las grandes ciudades de la República. La zona que la rodea es agrícola, los suburbios industriales, ambos hechos justifican su apodo de Chicago argentina. La Ciudad, surgida de la vieja villa Pago de los Arroyos, llamada después Capilla del Rosario de los Arroyos y que, en un tiempo fue teatro de la montonera, ha crecido y es hoy una ciudad moderna y espléndida.
El puerto, el mayor puerto fluvial del país, acentúa la impresión febril de trabajo constante que se transforma en paz y recogimiento en el dilatado Parque Independencia o en el Parque Belgrano, a orillas del Paraná , donde se levantó por primera vez la bandera argentina.
Altas palmeras sombrean el Boulevard Oroño. La calle Córdoba con sus vidrieras iluminadas compite con la calle Florida de Buenos Aires. Más lejos Fisherton guarda la nostalgia de los jardines de Inglaterra. Llegan a los aserraderos lentas balsas cansadas de días y de noches.
Frente a Rosario está la isla del Espinillo donde los nutrieros han hecho de su trabajo una de las industrias más importantes. En los criaderos hay canales en forma de zig-zag, rodeados de cuevas; todo se utiliza; la piel y la carne, cuyo gusto es fuerte y sabroso.
Al norte, veinticinco kilómetros escasos está San Lorenzo y el convento de San Carlos donde la patria combatió por primera vez.
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