Las cumbres más altas de la Cordillera de los Andes están en Mendoza: el Aconcagua que, en lengua indígena, quiere decir el vigía de piedra, y el Tupungato, antiguo volcán cuya traducción es mirador de las estrellas. El clima es extremadamente seco, y por consecuencia el límite de las nieves eternas es altísimo. Toda la región presenta, entre innumerables picos menores multitud de valles transversales, pasos y depresiones. En el valle de las Cuevas, hay un puente natural, admirablemente formado por la acción desgastadora de las aguas. Es un solo arco de unos cincuenta metros de largo; treinta metros más abajo nacen las vertientes y los baños. Estos baños o piletas naturales suelen, en sus paredes laterales, presentar rocas coloreadas por listas amarillas, blancas, rojas y verdosas. Saliendo de Puente del Inca, hacia el lado chileno, vemos el Cristo Redentor sobre la frontera argentino-chilena. Este monumento, obra de Mateo Alonso, simboliza la paz entre los pueblos. Otra de las fuentes importantes es la de Cacheuta. La fama de su balneario ha superado los límites de la patria. No menos importantes son las termas de Villavicencio, que desde antiguo concentran la atención de pacientes y viajeros.
En el mes de mayo tiene lugar la fiesta de la Vendimia que celebra, anualmente, la labor de más de mil quinientas bodegas y la antigua alegría del vino rojo.
No sólo por los viñedos, por las fuentes termales y por la belleza sobrecogedora de los Andes la provincia es famosa; lo es también por sus álamos y por la gran ciudad de la cual partieron los ejércitos de la Independencia. La ciudad, hoy moderna y urbanizada, fundada al promedial el siglo XVI, tiene un sereno aire de altura; cómo no recordar el Parque San Martín, el Cerro de la Gloria, las acequias. Mendoza, querible en la presencia, presente en el recuerdo, inolvidable en la nostalgia.
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