Pal, a primera vista, parece una aldea suspendida en la montaña, en la que la que las lineas rectas no parecen existir, así como el tiempo. Aquella mañana lluviosa y fría los relojes parecían haberse detenido en el pueblo. Quizás porque en realidad nunca han hecho falta. Porque bastaban sus muros de piedra y las calles mojadas en las que todavía había nieve convertida en hielo. Amontonado junto a puertas y sobre la mayor parte de los tejados, buscaba seducir a la cámara con sus panorámicas y, sobre todo, sus silencios.
La Iglesia de Sant Climent de Pal, construida en el Siglo XII (aunque reformada en centurias posteriores) levantaba orgullosa su glorioso campanario de estilo lombardo con tres pisos de ventanas geminadas dejando al trasluz los campos andorranos y esa nieve pintada de blanco que tardaba en marcharse. Aunque sus puertas estaban cerradas (se abre previa reserva en la Oficina de turismo de La Massana), alojado en su cubierta, era imposible no sentirse suficientemente protegido. La gran dama de Pal nada tiene que envidiar a las demás iglesias románicas que esparcen su simiente por los valles de Andorra.
Pal es una de las sorpresas que depara viajar a Andorra en invierno. Pero, también, uno de los atractivos para quienes escogen viajar a Andorra en verano y van en busca de pueblos de montaña y diseccionar su singular románico.
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