Sigüenza es una ciudad situada estratégicamente para controlar el paso del alto Henares y los valles de los ríos Dulce y Salado. Esta es la razón por la que estuvo poblada ya desde el Paleolítico y Neolítico.
Visitar Sigüenza es visitar la historia en cada uno de los pliegues del tiempo. Tras los vestigios de antiguos pobladores: celtíberos, romanos, visigodos y árabes; se impone una Sigüenza medieval que secuestra la mirada ya en la primera vista general.
El castillo domina la ciudad, la postal y contiene en sus cimientos, que ascienden hasta sus almenas, secretos de sus pobladores, que fueron todos.
PRINCIPALES ATRACTIVOS
Magnífico por la restauración que lo habilitó como Parador Nacional de Turismo, conserva su espíritu altomedieval, y permite conocer a fondo una gran fortaleza, erigida en el s. XII, que fue usada de manera continua como residencia de los obispos hasta mediados del siglo XIX.
HISTORIA
Una antemuralla da acceso a la puerta principal, del siglo XIV, flanqueada por dos cubos con sus matacanes, y almenas en la parte superior. El gran patio interior recuerda las alcalabas árabes, e igual que en ellas, albergaba la población de Sigüenza en caso de ataque. En el centro permanece el pozo que abastecía de agua a la fortaleza. Las partes visitables del interior recrean a la perfección los salones y estancias en piedra tallada en que vivieron los obispos y su corte: mobiliario de época, armaduras, labradas chimeneas...
El obispo guerrero Don Bernardo de Agén, que conquista en 1123 Sigüenza, fue el primero que acometió la reforma del castillo viejo, posiblemente una fortaleza árabe anterior, mucho más modesta.
La primavera de 1297 fue tomado, brevemente, por los partidarios de Alfonso de la Cerda, aspirante al trono de Castilla, aunque los vecinos de la ciudad lo reconquistaron prendiendo fuego a las puertas mediante una cuba llena de tocino.
Pedro I de Castilla encerró en él a su esposa Doña Blanca en 1355, para evitar que sirviera de apoyo a los nobles que querían deponerle del trono.
En el s. XV sirvió de refugio contra las razzias efectuadas por los navarros, durante la guerra de los Infantes de Aragón. El obispo Don Fernando Luján mandó entonces que todos los habitantes de Sigüenza acudieran armados a las murallas ante el toque de campana, so pena de la confiscación de sus bienes.
En 1465 Diego López de Madrid se nombró obispo a la muerte del anterior, acuartelándose en el castillo. Pese a que el papa no le reconoció en el cargo, allí resistió tres años, al cabo de los cuales fue tomada la fortaleza no por las armas, sino por la traición de un criado del autonombrado obispo. Le sustituyó Don Pedro González de Mendoza, que llegaría a ser cardenal. Mendoza fue el responsable del antemuro o barbacana que hoy podemos contemplar protegiendo la puerta principal, y de transformar la fortaleza en un palacio, similar por sus dependencias a las que hoy observamos en el Parador.
Durante la Guerra de Sucesión, en 1710, habitó en él el pretendiente austriaco al trono de España, archiduque Carlos de Austria. Partidarios de austrias y de borbones se alternaron en la posesión del castillo, sin que éste sufriera daños.
A finales del s. XVIII el obispo Don Juan Díaz de la Guerra aumentó el carácter residencial del castillo, haciendo viviendas de funcionarios y oficinas.
Durante la ocupación napoleónica el castillo abandonó su carácter de residencia obispal para ser cuartel de las tropas francesas desde 1808. El hostigamiento de Juan Martín el Empecinado les obligaría a abandonarlo momentáneamente, volviendo a ocuparlo en 1811.
En 1827 volvía a ser residencia de obispos, y albergó al rey Fernando VII y su séquito cuando volvían del balneario de Solán de Cabras. En él, al igual que en la ciudad, buscaban la solución a la esterilidad de la reina María Josefa Amalia. En Sigüenza, pidiendo la protección de Santa Librada.
Todavía sirvió de fortaleza en las Guerras Carlistas, por última vez, sufriendo grandes destrozos y siendo abandonado por los obispos como residencia. Una ruina que se completó en la Guerra Civil de 1936, y cuya restauración fue acometida en 1970, dirigida por el arquitecto J.L. Picardo, basada en antigüos planos, cotejados con los restos que quedaban en pie.
ACCESO AL CASTILLO
Acceso libre al Parador de Turismo, permite su visita exterior, y al interior, quedando restringidas la zona de habitaciones de clientes alojados.
CURIOSIDADES
Cuatro años permaneció confinada Doña Blanca de Borbón en este castillo: cuando llegó, ya casada con Pedro I de Castilla, tenía tan sólo dieciséis años. Moriría seis años después, a los veintidós.La Casa del Doncel, de obligada visita; La iglesia de San Vicente o de Santiago, los restos de murallas imbricados por la ciudad; la catedral, con su imponente interior de bóvedas y mausoleos… completan el puzle de este periodo.
Su Catedral es una visita imprescindible. Es, en conjunto, un bello ejemplar del cisterciense o primer gótico: puede asegurarse que es una de las más notables catedrales cistercienses. Su estilo fundamental es el de la época de transición del románico-gótico de influencia aquitano-borgoñona.
De estilo románico son las portadas de la fachada principal, los pilares del crucero, algunos de la nave central y todos los muros inferiores de la iglesia. De estilo gótico son los muros superiores, el crucero y sus rosetones, los ventanales del presbiterio y de la nave central y el nuevo claustro. La catedral se rodea de muro y de torres, formando un conjunto fortificado de aspecto guerrero, que perderá, en gran parte, en los primeros años del siglo XVI.
La catedral de Sigüenza es conocida en toda España por “El Doncel de Sigüenza”. Este personaje era un miembro de la familia de los Vázquez de Arce, caballero de Santiago, que murió a los veinticinco años en la Guerra de Granada.
Sobre la puerta se abre un gran rosetón, obra del siglo XIII, con complicada tracería.
La planta de la iglesia es cruz latina, con tres naves, crucero y capilla mayor con girola. Está iluminado por pequeños vanos abiertos sobre las arcadas, por los grandes rosetones y por la linterna que remata la bóveda del crucero.
Las naves están divididas por grandes pilares con columnas adosadas, que rematan en líneas de capiteles unidos, sobre los que se apoyan los arcos ojivales, de los que arrancan los nervios de las bóvedas de crucería.
En la catedral, merecen especial interés: las Capillas de los Arces, de San Pedro, de la Anunciación, o de San Marcos, la estatua del Doncel y rosetones góticos de los siglos XII-XVI.Conviene no perderse la parte renacentista y barroca que se imprime en las calles y plazas, que se refleja en palacios y casas, que se percibe en conventos y ermitas. Esta Sigüenza la encontramos en la Plaza Mayor o el Barrio Humanista, en la casa Plateresca o el Palacio Episcopal, en el Convento de San Francisco o Nuestra Señora de los Huertos… y en cada uno nos detendrá el paso la observación de sus fachadas, la visita interior o el descanso bajo las arquerías.
El Museo Diocesano de Arte Antiguo de Sigüenza expone una importante muestra de arte sacro de los siglos XII al XX, además de otras colecciones de arqueología, textiles y manuscritos, procedentes de todos los rincones de la diócesis de Sigüenza-Guadalajara. En total son unas 220 obras de artistas tan destacados como Zurbarán, Salzillo, Salvador Carmona, Morales o Francisco Madrazo.
Tres son los espacios naturales protegidos en la comarca: el Parque Natural del Río Dulce, el Lugar de Interés Comunitario del Río Salado y la Microrreserva de los Saladares del Río Salado.
En su gastronomía destaca su gran calidad, tradición y buenas manos, basada en productos de la zona. Son destacables el asado de cordero o cabrito; las migas acompañadas con chorizo, torrezno y huevo frito; la sopa castellana; los productos de caza o matanza; la trucha escabechada o con jamón y, como postres, no se pueden dejar pasar las yemas del Doncel, los bizcochos borrachos y los elaborados con miel. Desde 2017 cuenta con una Estrella Michelín en el Restaurante El Doncel.
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