CERVATOS

La colegiata de San Pedro de Cervatos, erigida en la parte alta de la pequeña población homónima, se sitúa en el extremo sur de Cantabria, en plena comarca del Alto Campoo, y muy próxima al puerto de Pozazal, ancestral paso natural de comunicación entre la meseta castellana en su tramo palentino y los valles pasiegos cántabros.
Declarada Monumento Nacional nada menos que en 1931, puede decirse sin ningún género de dudas que se trata de uno de los monumentos más visitados de Cantabria y que, por sus particularidades que a continuación detallaremos, más interés ha suscitado entre estudiosos y aficionados al arte románico peninsular.
Una breve aproximación histórica
Pese a que su primera mención documental conocida data del año 999, es más que probable que los orígenes del Monasterio de San Pedro de Cervatos pudieran remontarse a las últimas décadas del siglo VIII o primeras del IX, cuando los monarcas asturianos, en el contexto de su incipiente política expansiva y repobladora hacia las entonces yermas tierras mesetarias, eligiesen éste estratégico emplazamiento altocampurriano, muy próximo al paso natural de Pozazal, para establecer un primer cenobio en torno al cual, se desarrollaría un primer y muy modesto núcleo poblacional.
Poco a poco y merced a su privilegiada ubicación, de obligado paso para quienes salían o ingresaban en tierras cántabras desde los valles del Carrión o del Pisuerga, el pequeño caserío de Cervatos iría adquiriendo cierto desarrollo, hasta el punto de que, en el año 999, le fue otorgado un fuero por parte de los Condes castellanos Sancho García y Urraca, quienes es más que probable que, además de reconstruirlo y engrandecerlo, ratificasen la importancia del cenobio al elegirlo como panteón familiar.
Alfonso VII y su esposa Urraca donaron cuantiosas heredades al primitivo Monasterio de CervatosDesde entonces, hay que esperar hasta los años de 1111 y 1135 para volver a encontrar nuevas menciones al Monasterio de Cervatos, momentos en los cuales los reyes Urraca y Alfonso VII donan cuantiosas heredades a la abadía, confirmándola como una de las más importantes del entorno. Muy probablemente, como parece extraerse de una confusa inscripción conservada y que señala la fecha de 1129, durante esta primera mitad del siglo XII se acometería la construcción del grueso de la actual fábrica.
Una segunda inscripción situada muy cerca de la anterior junto a la puerta y que señala la fecha de 1199, podría hacer referencia al momento de su consagración, años en torno a los cuales se erigiría, sustituyendo a una anterior, la magnífica torre campanario adosada al costado occidental de la nave.
No queda del todo clara la fecha en la que San Pedro de Cervatos perdería su estatus monacal para pasar a ostentar rango colegial, pero tras unos siglos XII y XIII de esplendor, probablemente y debido a una acumulación de factores, a partir del siglo XIV sufriría una importante decadencia, perdiéndose progresivamente buena parte de las primitivas dependencias monacales y siéndole añadidas nuevas estancias en su muro norte para ser adaptada a sus nuevas funcionalidades colegiales y parroquiales.
La iglesia
En la actualidad, la iglesia de San Pedro de Cervatos se estructura en una sola nave canónicamente orientada que, tras un breve tramo recto, desemboca en un ábside semicircular estructurado al exterior en tres paños mediante contrafuertes que, a mitad del muro y a la altura de la línea de imposta, se convierten en elegantes semicolumnas rematadas en capiteles ya al nivel de la cornisa.
El ingreso principal al espacio eclesial se realiza a través de una bellísima portada abierta en el hastial meridional, presentándose ligeramente adelantada respecto al muro y protegida por un breve tejaroz. El vano adintelado de acceso aparece rematado por un soberbio tímpano que, a su vez, queda abrazado por una sucesión de seis arquivoltas de medio punto que descansan sobre columnas acodilladas rematadas en sus consiguientes capiteles figurados. Flanqueando la portada se conservan dos desiguales ventanales abiertos también mediante arcos doblados de medio punto apeados sobre columnillas rematadas en capiteles.
A los pies del templo y desviada respecto al eje se yergue la imponente torre campanario, cuya estructura, de planta ligeramente rectangular, se eleva en tres registros; un primero ciego de gran empaque, y otros dos de campanas cuyos vanos acusan un ligero apuntamiento que delata una cronología algo más tardía que el resto de la fábrica, fruto sin duda de una segunda campaña constructiva encuadrada entre los últimos años del siglo XII y las primeras décadas del XIII.
Junto a la torre, también en el muro occidental, se conserva una tercera ventana semejante a los del muro sur, desplegando un vano de medio punto sobre columnas protegido por un guardapolvo. Bajo ella, se adivina también el perfil de una primitiva portada dovelada en la actualidad cegada.
Al cuerpo románico original le fue añadido al costado norte una pequeña estructura que en la actualidad desempeña la función de baptisterio y que oculta, al exterior, un tercer ingreso con que contaría la iglesia.
El potente ábside semicircular cubre al interior con bóveda de horno; mientras que el tramo recto que lo precede, hace lo propio mediante una solución de medio cañón. Sin embargo la nave, probablemente entre los siglos XV y XVI, vio como su abovedamiento original fue lamentablemente sustituido por una solución más moderna y acorde a los gustos del momento.
La portada principal, como señalábamos, abre en el costado sur, desplegando seis arquivoltas molduradas que reposan sobre pilastras en cuyos recodos se acoplan columnas rematadas en sus consiguientes capiteles que, pese a su desgaste, se adivinan motivos zoomórficos, principalmente aves y felinos.

Mucho mayor interés ofrece el soberbio conjunto conformado por el tímpano y el dintel que coronan el modesto arco de acceso. El tímpano propiamente dicho se compone de tres paneles perfectamente adaptados al espacio en los que fue desplegado, casi como si de una celosía se tratase, una fantasía vegetal a base de zarcillos y palmetas de gran naturalismo.

Bajo el tímpano se dispone un doble dintel decorado en su banda superior a base de parejas de leones afrontados de factura popular, mientras que en la parte inferior del mismo encontramos otros tres paneles que repiten fielmente, dándole continuidad, el minucioso entramado vegetal del tímpano.

Acomodados al espacio de las enjutas engendradas entre las arquivoltas y los límites del cuerpo saliente en que se enmarca la portada, hallamos empotrados seis relieves de gran interés en los que, pese a su degradación, es posible identificar las escenas de Adán y Eva, la Virgen con el Niño y San Miguel en el lado izquierdo; y Daniel en el foso de los leones, un sacerdote, y San Pedro con báculo en el lado derecho.

También en torno a la portada se han conservado, como hacíamos referencia previamente, dos inscripciones de enorme interés y que permiten encuadrar cronológicamente en 1129 y 1199 las dos principales campañas en que fue edificada la actual colegiata románica de San Pedro de Cervatos.

Los canecillos de San Pedro de Cervatos y el románico erótico
La magníficamente conservada colección de canecillos y su particular y bastante explicita iconografía basada en escenas de carácter erótico y pecaminoso, han hecho que éste edificio haya sido conocido popularmente como "la catedral del románico erótico español", circunstancia que le hace ser uno de los monumentos que más interés ha despertado entre especialistas así como curiosidad entre turistas y visitantes ocasionales.

Si bien es cierto que el programa iconográfico de carácter erótico que encontramos en San Pedro de Cervatos resulta muy llamativo tanto por lo variado de su repertorio como por lo explícito de sus escenas, resulta imprescindible señalar que la presencia de este tipo de representaciones lujuriosas y pecaminosas en edificios religiosos no es algo único y excepcional de este edificio cántabro, sino que un recurso bastante común dentro del románico español que no tenía otro fin que el de alertar y exhortar gráficamente al entonces iletrado feligrés de los peligros del pecado y de las tentaciones.

Pero en los canecillos de Cervatos, pese a que es la sugerente temática erótica la que más atención ha despertado, las representaciones y alegorías del pecado no se limitan a solamente a escenas de carácter sexual, sino que encontramos mascarones grotescos y monstruosos, danzarinas, músicos, representaciones animalísticas de connotación negativa, etcétera.

En la cornisa que sostiene el modesto tejaroz que enmarca la portada encontramos, además de varias representaciones de carácter fálico; un músico tañendo un arpa, una monstruosa figura con cuerpo humano y cabeza simiesca, otro monstruo antropófago de enormes fauces devorando una figura, un personaje que parece autolesionarse mordiéndose la mano, otro que parece taparse los ojos, varios animales de simbología demoniaca como el macho cabrío, etcétera.

En los pequeños espacios habilitados entre los canes y a modo de metopas, de nuevo encontramos figuraciones antropomórficas y zoomórficas de naturaleza similar, siendo de destacar la recurrente iconografía de la lujuria en la que varias serpeintes muerden los pechos de una mujer.

En la cornisa superior del propio muro sur sobre el que se horada la portada, de nuevo encontramos una completísima y perfectamente conservada colección de canecillos, siendo especialmente reiterativos los que reproducen rollos y las bolas geométricas, pero apareciendo igualmente tanto músicos como representaciones sexuales de enorme crudeza protagonizadas por figuras itifálicas en distintas actitudes. En el muro norte aunque el programa continúa redundando en el pecado como hilo conductor principal, las representaciones parecen suavizarse bastante.

En las cornisas del ábside, así como en las del tramo recto, de nuevo las escenas vuelven a recrudecerse y a alcanzar, en algunos canecillos, altísimos grados de manifiesto realismo, con escenas de coitos, partos, figuras desnudas mostrando impúdicamente sus genitales, etcétera. Junto a ellas, encontramos también las recurrentes composiciones alusivas al pecado de la lujuria como saltimbanquis, bailarinas, juglares, o seres monstruosos híbridos entre hombre y animal.

El interior del templo
Pese a que por lo general es en el exterior del templo, con su portada y sus originales canecillos, donde suele concentrarse el principal interés de este templo, resulta una agradabilísima sorpresa rebasar el umbral de la puerta y contemplar su magnífico ábside, único resto conservado en el interior del edificio ya que, como señalábamos, la articulación y la cubierta original de la nave fueron substituidos en siglos posteriores, probablemente por motivo de algún derrumbe.

Se accede al espacio presbiterial a través de un arco triunfal de medio punto doblado que descansa sobre sendas pilastras con medias columnas adosadas rematadas en capiteles figurados, en los cuales, pueden reconocerse felinos en distintas actitudes en el septentrional, y un águila con sus alas desplegadas en el meridional.

El tramo recto y el hemiciclo absidal propiamente dicho quedan divididos a través de un segundo arco fajón de medio punto, el cual presenta la particularidad de que sus soportes, lejos de proyectarse hasta el piso, mueren en dos mensulones dispuestos a considerable altura y de los que parte una cortísima columna rematada en su correspondiente capitel figurado. Mientras que en la ménsula norte encontramos un muy naturalista entramado vegetal, en la dispuesta en el costado sur descubrimos la efigie de un arcángel.

El casquete absidal, mediante sendas cenefas ajedrezadas, queda dividido al interior en dos registros que sostienen la bóveda de horno; abriéndose en el superior tres vanos perfilados por una moldura corrida también ajedrezada; y una preciosa galería de arcos ciegos de medio punto que, en número de diez, articulan todo el cuerpo bajo del perímetro mural semiesférico.

En los capiteles sobre los que reposan los arquillos ciegos encontramos escenas animalísticas (sobre todo leones), alguna representación de la lujuria personificada en una figura femenina siendo mordida en sus pechos por reptiles, entramados vegetales, y, como denominador común a la mayoría de capiteles, una confusa representación geométrica a base de zarcillos rematados en formas avolutadas que han venido siendo identificadas como representaciones del oleaje marino.

(Autor del artículo,colaborador de ARTEGUIAS:José Manuel Tomé)

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