Declarado Conjunto Histórico Artístico en 1964 y ganador del Premio Municipio Turístico de la Provincia de Soria en dos ocasiones.
Enclavado en la montaña a 1210 m. de altitud en el Alto Jalón y ubicado entre las cuencas del Duero, del Ebro y del Tajo en las estribaciones del Sistema Central, con magníficas vistas al Sistema Ibérico y al camino Cidiano del Valle del Arbujuelo, Medinaceli es un pueblo que nunca se olvida.
Es necesario caminar sin rumbo para descubrir calles pasadizo, calles cortavientos, estrechas calles que puedes rozar con los dedos de ambas manos sin apenas estirar los brazos. Este paseo en el tiempo es un paseo por la historia, que nos llevará por murallas, arco romano, mosaicos, palacios, iglesias, conventos, nevero…
No es de extrañar que, con esta situación privilegiada, Medinaceli haya sido clave a lo largo de la historia. Los celtiberos ocuparon la montaña vecina para construir Occilis, los romanos se instalaron en la actual y a sus pies discurre la vía 24, la Caesar Augusta a Emérita Augusta por Toletum, fue capital de la Marca Media en la época árabe y posteriormente frontera entre Castilla y Aragón. A partir del siglo XIV es condado y posteriormente ducado.
Comenzamos nuestra ruta en el Arco romano, único de la península ibérica de tres arcadas y construido en el siglo I.
Seguimos hacia la muralla y el mirador del Cid (desde el punto más alto podremos observar el valle del Arbujuelo).
Frente a nosotros el castillo, siempre vigilante y ahora testigo del paso del tiempo. En la actualidad es el cementerio de la villa.
La puerta árabe, también llamada del mercado, era uno de los accesos a los mercados de la villa.
Nuestra siguiente parada es la plaza Mayor: cerrada, porticada y de forma casi pentagonal, aparece escoltada por dos edificios notables: el palacio de los Duques de Medinaceli, renacentista y la alhóndiga, uno de los edificios civiles más estéticos de la villa.
La colegiata de Nuestra Sra. de la Asunción no está en la plaza Mayor, pero su torre aparece siempre como un elemento arquitectónico más sobre la alhóndiga. En su interior podemos encontrar una talla del Cristo de Medinaceli, del siglo XVI en madera policromada.
La tierra de Medinaceli es la que abre la puerta a los visitantes.
El arco romano de la «Ciudad del Cielo» (Medina-Celi) da la bienvenida a los conductores que pueden apreciarlo ya desde la carretera.
Yacimientos del paleolítico, monasterios cistercienses, y calles y plazas medievales, le dan a estas tierras un sabor inconfundible, digno de visitar.
Desde Medinaceli, el Valle del Jalón se estrena abajo. Desde ella, donde el viajero callejeará despacio, se abren numerosas excursiones: Romanillos brinda románico, calzada y fuente romana, tumbas antropomorfas medievales y colección etnográfica.
Más allá, un pueblo, se llama Somaén, ve al Jalón lamer las huertas desde su torreón cuadrado del XIV y XV.
Y seguimos, carretera y mapa, por esta tierra de tránsito. A eso huelen las calles rojas y blancas de Arcos de Jalón, a esencias aragonesas y castellanas. Desde allí, la angosta carretera de Iruecha devuelve al viajero el sabor de la piedra y los silencios.
Al llegar a Chaorna, la belleza se viene de golpe en las casas y las fuentes, las cuevas que se hicieron tainas, los restos del castillo de arquitectura militar medieval, las cascadas que ponen fertilidad al entorno adusto y callado…
La carretera, que sigue estrecha y solitaria, lleva hasta Judes y su laguna. Más allá, Iruecha con su extenso sabinar, aunque lo más célebre de esta población, es sin duda La Soldadesca.
De nuevo en Arcos de Jalón, se desdobla la autovía de Aragón. Todo se esfuma tras el umbral cisterciense de Santa María de Huerta.
Antes de llegar a Monteagudo de la Vicarías, un desvío señaliza Almaluez. El pequeño pueblo sorprende con un tesoro único en Castilla y León en su iglesia del XVI: un impresionante baldaquino del XVIII de madera policromada.
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