Finalizada nuestra visita a Jerusalén, nos dirigimos hacia Belén, ciudad enclavada en Palestina, donde según los evangelios nació Jesús de Nazaret.
Es una ciudad que cuenta con la más antigua población cristiana del mundo, aunque en la actualidad y al estar en la zona Palestina, bloqueada por el gobierno israelí, con una altísima muralla, asentamientos, pasos de control, su población se está diezmando, emigrando a otros lugares fuera de Cisjordania.
El acceso a la misma fue algo "accidentado", ya que a mitad de la autopista que separa Cisjordania nuestro chófer cambio de calzada a fin de poder tomar uno de los pocos pasos que permiten la entrada. Los hebreos no pueden entrar en esta zona, al igual que los palestinos, exceptuando aquellos pocos que disponen de un permiso especial, o como fue en nuestro caso en la periferia de Belén cambiamos de vehículo y, de chófer-guía, operación que repetiríamos a la vuelta.
Sabemos que otros viajeros entraron por otro sistema más racional, aunque rememorando el paso del antiguo muro de Berlín. A la llegada hay que esperar junto al muro: una impresionante pared de cemento, de más de ocho metros de altura, coronada por alambre de púas. Los soldados israelíes armados con fusiles de asalto examinan los documentos y registran los vehículos. Ningún civil israelí puede pasar.
Imaginamos que ninguna de estas rocambolescas maniobras fue la que realizarían Maria y José cuando fueron a empadronarse a Belén.
Justo detrás del muro, encaramándose por los montes y las colinas de los alrededores, se encuentran las colonias judías que se expanden descontroladamente: un conjunto de viviendas construidas en piedra blanca. El gobierno israelí ofrece préstamos con facilidades a quienes buscan casa en los asentamientos de Cisjordania. Uno de los más grandes en el área de Belén se llama Har Homa. Sus flamantes edificios de apartamentos se levantan tan cerca de Belén, que casi se pueden alcanzar con la mano.
En los alrededores de Belén se levantan barriadas de refugiados, donde aún viven las familias que fueron arrancadas de sus hogares cuando Israel se convirtió en un Estado; generación tras generación, atrapadas en un limbo apátrida.
Nos adentramos por el centro histórico: calles estrechas y empedradas y casas construidas en piedra blanca nos llevan hasta la Plaza donde se encuentra la Basílica de la Natividad.
La gruta de la Natividad es según la tradición el lugar donde Cristo nació de la Virgen María.
Sobre la gruta se edifico una basílica de cinco naves, el acceso a la gruta se realiza a través de una pequeña puerta, que nos obliga a agacharnos, a esta puerta se la llama de la humillación, por la inclinación que debemos realizar para entrar, la primera Basílica fue mandada construir por Constantino I el Grande.
Alrededor de la Gruta hay otras varias ligadas al recuerdo de San Jerónimo. Junto a la Basílica se erige la iglesia de Santa Catalina a la cual accederemos por un pequeño claustro.
Historia:
Los territorios de Palestina, conquistados definitivamente por Pompeyo en el 63 a.C., estaban bajo dominio romano en la época de la vida de Jesús. La administración romana había dividido los territorios conquistados en tetrarquías.
Así, la ciudad de Belén estaba sometida al poder de Herodes el Grande, que, hacia el año 30 a.C., mandó construir en las cercanías de la ciudad un palacio-fortaleza llamado Herodión. En cualquier caso, toda esta época queda marcada claramente por el acontecimiento del nacimiento de Jesucristo, que originó el advenimiento de la era cristiana y que coincidió también con un periodo de grandes revueltas del pueblo judío contra el dominio romano.
En el año 6 d.C., con el relevo del etnarca Arquelao, toda Judea fue incorporada a la provincia imperial de Siria y administrada por procuradores que residían en Cesarea del Mar. Cuando la destrucción de Jerusalén por parte de Tito en el año 70 d.C., Belén afortunadamente se salvó de la catástrofe.
El lugar santo atrajo como lugar de culto a los primeros cristianos, que veneraban la cueva en la que había nacido el Mesías. Sin embargo, en este periodo se recrudecieron progresivamente las revueltas judías, reprimidas con determinación por el emperador Adriano. Éste decidió levantar en Belén un templo pagano dedicado a Adonis precisamente en el lugar de la Gruta de la Natividad, que quedaría enterrada, destruida y despojada de todo signo cristiano, como ya había ocurrido con el Santo Sepulcro en Jerusalén.
Por aquel tiempo, parece que el lugar presentaba un estado natural, tal como lo describe después Orígenes (340-420). En todo caso, siempre permaneció vivo el recuerdo de que allí estaba el lugar del nacimiento de Jesús, según transmite Orígenes (siglo III) en sus escritos. A causa de las fuertes represiones, muchos judeo-cristianos dejaron la ciudad, que quedó en manos de paganos. Y estos continuaron con su culto.
Hoy es comúnmente aceptado, entre historiadores y estudiosos, que el año del nacimiento de Jesucristo no fue calculado correctamente en su momento. Se habla de un error cometido por el monje Dionisio el Exiguo (siglos V-VI), a quien Roma encargó proseguir la compilación de la tabla cronológica de la fecha de Pascua preparada en tiempos del obispo Cirilo de Alejandría. El monje tomó como punto de partida la fecha de la encarnación del Señor.
El error de Dionisio radica en el hecho de que, según sus cálculos, el nacimiento de Jesús se produjo tras la muerte de Herodes, es decir, unos cuatro o seis años después de la fecha en la que realmente aconteció, que correspondería al año 748 de la fundación de Roma. Sin embargo, Flavio Josefo nos transmite que la muerte de Herodes I el Grande ocurrió después de 37 años de su reino; considerando que subió al trono en el año 40 a.C., el año de su muerte sería el 4 a.C.
Este dato lo confirma otro acontecimiento astronómico que el cronista recuerda antes de la muerte del monarca: hubo un eclipse lunar, que tuvo que ocurrir entre el 11 y el 12 de abril del año 4 a.C. Por eso, si la fecha de la muerte de Herodes se produjo en el 4 a.C., Jesús no pudo nacer más tarde de ese año. Sin embargo, en lo que se refiere al mes y al día del nacimiento existen muchos indicios de veracidad en las fechas tradicionales. Para hacer este análisis hay que tomar en consideración dos fuentes: el evangelio según san Lucas y el calendario solar encontrado en Qumrán.
Lucas nos dice que el ángel Gabriel anunció a Zacarías que Isabel estaba embarazada cuando «oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno» (Lc 1,8). A través de esas dos fuentes es posible calcular las veinticuatro clases en las que estaban divididas las familias sacerdotales e identificar la octava clase, la de Abías, a la cual pertenecía el sacerdote Zacarías (Lc 1,5), que desarrollaba su servicio los días 8-14 del tercer mes y los días 24-30 del octavo mes.
Estas últimas fechas corresponden a finales de septiembre, nueve meses antes del 24 de junio, fecha del nacimiento del Bautista. En consecuencia, el anuncio a la Virgen María «en el mes sexto» (Lc 1,26) de la concepción de Isabel correspondería al 25 de marzo. Se puede, por tanto, considerar histórica la fecha del nacimiento de Jesús, el 25 de diciembre.
No obstante esto, es común la idea de que la tradición de la Iglesia estableció esta fecha de la fiesta del nacimiento de Jesús en correspondencia con la festividad pagana del Dies natalis solis invicti, que se celebraba el 21 de diciembre, día del solsticio de invierno, probablemente para sustituir el culto pagano y divulgar velozmente el cristiano. Pero también es evidente que una fiesta tan central no pudo fijarse sólo por motivos oportunistas: con toda probabilidad, la tradición tenía raíces históricas y reales. Es verdad que el paso de la fiesta pagana a la cristiana fue muy fácil, pues la tradición bíblica vio siempre al Mesías como la luz y el sol: «nos visitará el sol que nace de lo alto» (Lc 1,78).
Tras cruzar la puerta de la humillación, nos encontramos con una gran nave y al fondo el altar de la Basílica.
Junto al altar una escalera, de escalones irregulares y desgastados, nos conduce hasta la Gruta de la Natividad, capilla de reducidas dimensiones. Debajo de un pequeño altar hay un hueco rodeado de una estrella de plata de 14 puntas y señala el lugar exacto del nacimiento de Jesús. En la estrella hay una inscripción: “Hic de Virgine Maria Jesus Christus natus est” (Aquí nació Jesucristo de la Virgen María).
Sobre este altar hay lámparas de aceite de plata suspendidas que permanecen encendidas día y noche.
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