Madrid fue una de las primeras ciudades que visite, allá por los años 60 al
comenzar a trabajar en un agencia donde nuestro viaje estrella era “Madrid –
Valle de los Caídos – Escorial”, con paradas y visita a la ida en Zaragoza y al
regreso en el Monasterio de Piedra.
Allí recale como guía en temporada baja, y
posteriormente fui enviado temporalmente a la delegación, porqué todo el personal
de la oficina marchó y me mandaron una semana allí hasta que entrara el nuevo
equipo, y me pasé tres meses, en la Gran vía esquina calle San Bernardo. Una Semana
Santa actuando como guía conocí, a la que después seria, y es mi esposa. Viaje
de forma regular para reuniones, fiestas, Fitur (desde la primera edición hasta
la 24º), y en distintas ocasiones simplemente por el placer de estar allí.
Recuerdo una campaña de publicidad que hicimos en la primera agencia decía “Madrid
– Barcelona, cual es más hermosa. Una es rubia, la otra morena, las dos muy
hermosas”.
Quizás Madrid sea una de las ciudades más jóvenes de España, cierto es que
resulta complicado hablar de ella, de la ciudad, antes de la llegada de los
musulmanes. Fue hacia el año 865, cuando Muhammad I, hijo de Abderramán II,
mandó fortificar la aldea de Magerit.
Entonces ya podemos hablar de la villa
propiamente dicha. Una villa que hubo de cambiar su nombre, el de Madrid,
anterior a los musulmanes y que hacía referencia a las aguas del lugar y al
arroyo que corría por la calle de Segovia, por el de Magerit.
Más de doscientos años tuvieron que pasar para que, en 1083, el rey de
Castilla Alfonso VI, “El Valiente”, consiguiera reconquistar la aldea,
sirviéndose de la picardía y la habilidad de un muchacho que logró escalar una
de las murallas que protegían la ciudad. Gato era el apodo de este joven y, de
ahí, que los madrileños sean conocidos así.
Desde ese momento y durante muchos años, en la villa convivieron moros,
judíos y cristianos, mientras la ciudad se iba desarrollando y la fusión de los
nombres árabe y romance dio como resultado la primacía del topónimo latino:
Madrid.
1202 es el año en el que se otorga el primer Fuero de Madrid que regiría la
vida municipal de la ciudad. Ésta se encontraba bajo las órdenes de un
gobernador. En 1309, el rey Fernando IV celebra por primera vez Cortes en
Madrid. Asistieron los hijos del soberano, el arzobispo de Toledo, nobles y
miembros de los concejos municipales.
A partir de ese año, Madrid fue lugar de reunión de las Cortes de Castilla
en numerosas ocasiones. Para ver el nacimiento de los ayuntamientos habría que
esperar hasta el reinado de Alfonso XI (1312-1350).
Los reyes de las distintas dinastías que fueron ocupando el trono de
España, comenzaron a sentirse atraídos por Madrid, de tal forma que la villa
fue postulándose como futura sede de la Corte. De esta forma, la ciudad inició
su crecimiento.
Vendrían primero los reyes de Castilla, Pedro I y Enrique III. En 1477,
sería el turno de los Reyes Católicos que dejarían para la posteridad obras
como la capilla del Obispo en la Iglesia de San Andrés, la Casa de los Lujanes
o la de Cisneros. Además, con ellos, la ciudad experimentó un gran crecimiento
hasta alcanzar, a finales del siglo XV, los 3.400 habitantes.
Carlos I también eligió Madrid como destino para disfrutar de cortas
estancias y ya, en 1561, Felipe II, enamorado de sus extensos bosques y de su
abundante agua, fijó su residencia en la ciudad. A estas alturas, el monarca
estaba a punto de ver su sueño cumplido ya que, en 1584, finalizaba la
construcción del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Por estas fechas,
Madrid contaba ya con 40.000 habitantes.
En 1606, Madrid se convirtió en la sede definitiva de la Corte, bajo el
reinado de Felipe III, incrementando aún más su crecimiento. Éste se produjo en
solitario, ya que únicamente Alcalá de Henares fue capaz de seguir su estela.
El Despotismo Ilustrado del reinado de Carlos III (1759-1788) llevó el
saneamiento de la ciudad a sus habitantes, una reforma de las calles y su
pavimentación, mejoras en el alumbrado público y en el alcantarillado y la
puesta en marcha o culminación de obras como la Puerta de Alcalá, la reforma
del Paseo del Prado o las fuentes de Cibeles, Neptuno y Apolo. Además, fijó el
Palacio Real como residencia definitiva de los monarcas.
Fue precisamente en este siglo XVIII, bajo la dinastía de los Borbones,
cuando surge la provincia de Madrid, respondiendo al influjo de la ciudad
homónima.
La llegada del siglo XIX, y con él de la Edad Contemporánea, fue sinónimo
de sobresaltos para la provincia de Madrid, donde el 2 de mayo de 1808 se
inició un levantamiento contra las tropas de Napoleón que desembocaría en la
Guerra de la Independencia. Las calles de la ciudad fueron testigos de la resistencia
presentada por el pueblo contra los franceses y de los cruentos
enfrentamientos. De hecho, hoy en día, muchos rincones esconden pedacitos de
estos hechos.
Así, restituido en el trono Fernando VII y tras años de reinado, llegamos
al de Isabel II y a la fundamental división provincial de 1833 con la que
quedan fijados los actuales límites del territorio provincial madrileño.
Durante el siglo XX, Madrid se fue adaptando a los avatares de la Historia:
dos Dictaduras, una República, una Guerra Civil, varios años de Transición y la
actual Democracia curtieron la urbe. Testigo mudo del devenir de los años y de
los acontecimientos, que padeció en primera persona, la ciudad, y con ella sus
gentes, supieron florecer con la llegada de los buenos tiempos.
De este modo, la capital ha llegado hasta el siglo XXI conservando su
carácter abierto, su algarabía, su calor, su hospitalidad, su incombustible
vida y esa miscelánea de culturas y tradiciones que inunda cada una de sus
calles y que, de ahora en adelante, serán los encargados de seguir haciendo la
Historia.
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