Desde lo alto de sus 700 peldaños, el más bello Santuario barroco de Portugal dialoga con una enigmática Torre medieval.
Son dos épocas de una antigua ciudad escondida en las montañas. Moros y Cristianos lucharon feroz-mente por poseerla. Pero en 1057, Fernando Magno, bisabuelo del primer rey de Portugal, la recon-quistó para la cristiandad. De este tiempo habla la alta Torre del Castillo, donde en días de niebla flota en el aire el alma de una princesa mora.
A su alrededor, merecen ser recorridas las calles empinadas y muy pintorescas, en las que se mez-clan casas y murallas medievales.
Reponga las fuerzas empleadas en la subida tomando el sabroso jamón de Lamego y regrese al centro.
En la fachada de la iglesia de Almacave, donde Afonso Henriques se reunía con sus guerreros, observe el genuino arte románico. También de esta época es la torre reclinada en la Catedral. Cuando se fabricaba la gran campana, el obispo D. Antonio Telles de Menezes echó un saco de monedas de oro en la forja, para que su sonido fuese el más bello de todas las ciudades. El interior de la Catedral no tiene la misma austeridad gótica que la fachada. Dentro, las pinturas del italiano Nicolau Nasoni le proporcionan color y levedad, artista que también proyectó el Santuario dedicado a la Virgen de los Remedios.
Devoción y admiración es lo que suscita este bello monumento lleno de lugares sagrados y sorpren-dentes rincones. Descubra suntuosas tallas en oro e historias ilustradas en los azulejos de las iglesias.
Visitar el museo es imprescindible: es uno de los mejores del país. Incluya en su itinerario esta ciudad del Douro, donde nació el "vino fino", que después sería el Vino de Porto.
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