BARCELONA



Hacía mucho tiempo que tenía en mente realizar un post de Barcelona, mi ciudad, pero siempre lo iba posponiendo, a pesar de ser la ciudad que mejor conozco, y de la que soy un gran fan, no encontraba la forma de “entrar” en ella, para empezar a contar lo que se puede visitar en esta metrópoli.
Había visto algunos Blogs que hablaban de las 50, 100 cosas que ver en una ciudad, pero que a la fin y a la postre son redundancia de lo que se puede ver en muchas ciudades, y más cuando hace el comparativo con ciudades españolas.
Un buen día vi un spot que hablaba de las 10 Barcelona’s, la idea me gustó mucho, y por si fuera poco, junto al anuncio el Ayuntamiento de la Ciudad Condal creó una página hablando de los barrios y las cosas que encontrar en ellos. 

Teniendo en cuenta que la algunos de los barrios de Barcelona son antiguos pueblos que fueron absorbidos por la ciudad a lo largo de los años, pero que aún conservan su personalidad, cosa que no es tan frecuente en otras ciudades, pensé que el desarrollo era perfecto. Se puede visitar uno o varios itinerarios, dependiendo del tiempo que cada visitante disponga, o guardarlos para próximas visitas.
Dicho y hecho, sólo había que juntar todos los barrios, para que los que miraran mi Blog no encontrarán sólo un link al que dirigirse, y pasar horas descargando páginas, aquí lo tenéis todo en una, espero que os guste.
Ciutat Vella
La antigua Barcino, el meollo de lo que hoy conocemos como la ciudad, donde las ruinas romanas conviven con el gótico medieval, originó el primer distrito: Ciutat Vella. Sus calles, callejones y plazas son un libro abierto de la historia de Barcelona.
Donde se vive la historia
El primer distrito de Barcelona, el número 1, surgió del recinto amurallado que rodeaba la antigua ciudad. Es lo que se conoce como Ciutat Vella, un fascinante entramado de calles y plazas por el que se puede ir recorriendo la historia de Barcelona.
Ciutat Vella reúne cuatro barrios, cada uno de los cuales ejerce una importancia primordial en la construcción de Barcelona y se ha convertido en ruta de peregrinación para cualquier visitante: el Gòtic, que es el núcleo urbano más antiguo de nuestra ciudad, el lugar donde se podría  decir que empezó todo; Sant Pere, Santa Caterina,  el Born y la Ribera, el barrio medieval; el Raval, el núcleo que se articuló en torno a los caminos rurales fuera de la muralla; y la Barceloneta, un barrio marinero junto al puerto que se construyó a mediados de siglo XVIII bajo la vigilancia de la Ciutadella, la fortaleza militar levantada para reprimir a los barceloneses tras la revuelta de 1714.
Una esencia viva
Pese a su nombre, Ciutat Vella es uno de los distritos más vivos y variados de Barcelona. La serenidad de sus rincones, las calles estrechas y oscuras y las plazas casi encantadas respiran vida, diversidad. En Ciutat Vella se pueden seguir las huellas de los romanos antiguos, rezar en templos góticos que aspiran a tocar el cielo, pasear por palacios que los indianos construyeron para sus mestresses, seguir el rastro de los grandes arquitectos modernistas o disfrutar de la oferta cultural más contemporánea de la ciudad en el barrio del Raval. Se pueden  vivir antiguas profesiones mediante los nombres de sus calles e incluso revivir la pasión de grandes artistas de todas las artes, desde el pintor Pablo Picasso hasta la bailaora de flamenco Carmen Amaya. Porque Barcelona es cosmopolita y elegante, es burguesa y moderna, pero no ha perdido su esencia portuaria y canalla, antigua y decadente, que todavía ahora se puede sentir en las calles de Ciutat Vella, el primer distrito, aquel donde empezó todo.

La Rambla de Barcelona

No hay nadie en el mundo que no se quede fascinado por la vida de La Rambla. En poco más de un kilómetro se despliega toda la esencia de la ciudad. Desde la plaza de Catalunya hasta el monumento de Colón, La Rambla cambia a cada paso. Beber agua en Canaletes, comprar flores, persignarse ante los Caputxins, comer en la Boqueria, emocionarse en el Liceu y terminar casi a pie de mar. Y volver Rambla arriba. Un río de vida imparable que no duerme nunca, una ciudad dentro de la propia ciudad que capta el pulso de Barcelona.

El paseo más barcelonés

En La Rambla se puede ramblear,  es decir, subir y bajar una y otra vez por el gran paseo de Barcelona solo por el placer de hacerlo, por el placer de sentirse como en casa. Porque La Rambla es acogedora e integradora. Por ella pasean los obreros humildes y los personajes poderosos que van al Liceu, los comerciantes de Ciutat Vella y los marineros que acaban de llegar al puerto. Los que la habitan desde hace años y los que la visitan por primera vez. Todos forman La Rambla. Y esa es la esencia de Barcelona.

Las cinco ramblas de La Rambla

Cuando, en el siglo XIX, Barcelona rompió las murallas que la asfixiaban, se construyó un gran paseo para unir la zona alta de la ciudad, la parte de montaña, con el área de Ciutat Vella, la parte de mar. La Rambla son cinco tramos con nombres diferentes. Empezando desde la plaza de Catalunya y bajando Rambla abajo, hacia el puerto, da comienzo la rambla de Canaletes, donde está la Fuente de Canaletes, una fuente del siglo XIX de la que dicen quien bebe de ella vuelve a Barcelona. Un poco más abajo está la rambla de los Estudis, llamada así porque albergó una de las primeras universidades de Barcelona, clausurada en el siglo XVIII, cuando Felipe V suprimió las universidades catalanas. En esta zona se encuentra el Palau de la Virreina, un ejemplo de arquitectura civil y un gran regalo símbolo del amor del virrey del Perú hacia su segunda esposa. Siguiendo dirección mar, empieza la rambla de las Flors, el único lugar de la Barcelona del siglo XIX donde se podían comprar flores, que hoy todavía mantiene esta actividad.
La Boqueria y el Liceu, dos instituciones de la comida y la música, dan comienzo a la cuarta rambla, la de los Caputxins, llamada así por el convento de frailes capuchinos que se emplazaba en ella. La quinta parte, la rambla de Santa Mònica, es donde tradicionalmente se ubican los dibujantes y los pintores, y enlaza este espectacular paseo con el mar.
La Rambla, que conectó Barcelona de arriba abajo, es un componente imprescindible de la ciudad, el paseo por el que todo el mundo tiene que pasar en un momento u otro. Sentir La Rambla es sentir Barcelona.

Santa Maria del Mar

De proporciones perfectas, sobria, elegante y elevada, la basílica de Santa Maria del Mar de Barcelona es el mejor exponente del gótico catalán. Dice la leyenda que contiene tantas piedras como días se tardó en levantarla, piedras que fueron cargadas y transportadas por los ganapanes desde la montaña de Montjuïc hasta el arenal del barrio de la Ribera para construir su catedral.

La excelencia gótica

En 1329, los gremios marineros del barrio de la Ribera ponen, por iniciativa propia, la primera piedra del que se considera el único edificio de gótico catalán puro totalmente acabado: la basílica de Santa Maria del Mar. Cincuenta y cuatro años después, en 1383, y sin interrupciones en las obras, se abrían las puertas de esta gran iglesia, que, con los años y gracias al éxito de la novela de Ildefonso Falcones, se ha dado a conocer como la catedral del mar.
Santa Maria del Mar es un espacio emblemático y único, con una estructura de tres naves casi de la misma altura y columnas cada trece metros, una distancia que no se ha superado nunca en una construcción medieval. Todo el conjunto transmite una sensación de ligereza, de amplitud, y destaca todavía más la ausencia de ornamentos. No tiene ojivas ni filigranas, y los arbotantes son ligeros. Es puro arte gótico catalán. Solo la luz que se filtra por los vitrales adorna la basílica.

Sorprendente e inspiradora

Traspasar las puertas de Santa Maria del Mar es encontrarse con toda la grandiosidad de la iglesia, un prodigio de construcción. Tanto que incluso, según dicen las crónicas, Antoni Gaudí se inspiró en su interior para crear la Sagrada Familia.
Hoy Santa Maria del Mar, enclavada entre los callejones del Gòtic, sorprende a los visitantes casi al doblar la esquina. La serenidad que transmite hace pensar en los ganapanes, en la humildad de los trabajadores del mar que consiguieron levantar una catedral en medio de un arenal.

Palau de la Música Catalana

El Palau de la Música embruja al visitante con una naturaleza irreal de color lujurioso y ninfas que bailan coronadas de flores que se escapan de unos vitrales que parecen imposibles. Es la exuberancia en estado puro vigilada por los rostros severos de los grandes maestros de la música. Medio escondido entre las calles de Ramon Mas y del Palau de la Música, el templo dedicado a la música emerge como por arte de magia convertido en un jardín de cerámica, cristal y metal.

El estallido de la creatividad
Un segundo de silencio que se hace eterno. El mismo en el que se sume el público al acabar de escuchar una sinfonía perfecta o un aria con la voz pura de una soprano. Un silencio que se rompe para estallar en un aplauso abrumador. Eso es lo que se siente cuando se entra por primera vez en el Palau de la Música . Exuberante, voluptuoso, impresionante. No se agotarían nunca los adjetivos para describir el magnífico edificio del arquitecto Lluís Domènech i Montaner, la única sala de conciertos declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco en 1997, un edificio modernista de arriba abajo que refleja la voluntad de modernización de la ciudad de Barcelona.

La historia empieza en 1905, cuando Lluís Domènech i Montaner, uno de los creadores de la corriente del modernismo catalán, recibió el encargo de construir un auditorio para acoger el Orfeó Català. Con total libertad creativa, proyectó una alegoría de la naturaleza en la que ninfas, flores y ornamentos vegetales creaban un marco perfecto para escuchar la música. El edificio se construyó en torno a una estructura metálica recubierta de cristal, una idea muy avanzada para la época, e integró todas las artes aplicadas: la escultura, la forja, el vitral y la cerámica. Domènech i Montaner quiso también que la luz fuera un elemento arquitectónico más, por eso los grandes vitrales, los ventanales y el tragaluz central inundan de luz el Palau. El modernismo que se refleja en el Palau de la Música es más que una corriente estética: representa todo un movimiento ideológico que buscaba la modernización de la ciudad.

Un escenario privilegiado
Desde su inauguración en 1908, el Palau de la Música, enclavado en el centro del distrito de Ciutat Vella, ha sido un escenario privilegiado para la música, pero también para la política y las ideas. Grandes maestros de la música, como Enric Granados, Manuel de Falla, Maurice Ravel, Ígor Stravinski o Frederic Mompou, hicieron su debut en este auditorio. El Palau de la Música es una sala de referencia no solo dentro del mundo de la música o de la arquitectura modernista: es el símbolo de toda una época en Barcelona, la edad en la que la ciudad se volvió moderna.

Sant Pere y Santa Caterina

Para encontrar la esencia de la época medieval en Barcelona hay que dar una vuelta por los barrios de Sant Pere y Santa Caterina. Perderse por sus calles estrechas, sinuosas y poco soleadas, para encontrarse con agujeteros, sombrereros, cordeleros, zurradores...: gremios que han dado nombre a las distintas vías. Pasear por sus calles es viajar por la historia, pasada y presente, de la ciudad. Unos suburbios que se convirtieron en el meollo de la Barcelona medieval.

Los barrios medievales

Caminar por Sant Pere y Santa Caterina comporta sorpresas en cada esquina. Unos restos románicos, un recuerdo del Rec Comtal, vestigios de antiguos gremios textiles... Estos barrios medievales son libros abiertos de historia en medio de la ciudad. Atravesando callejones y plazas se llega hasta la plaza de Sant Pere, donde se encuentran los restos de la iglesia del antiguo convento románico de monjas benedictinas, Sant Pere de les Puel·les, que fue el origen del barrio. Este convento fue de los más ricos de toda Barcelona, ya que los benedictinos acogieron a muchas de las hijas de las clases nobles que querían profesar. La otra parte del barrio, Santa Caterina, también tiene un origen religioso, ya que se articuló en torno al convento gótico de la orden de los dominicos predicadores. Y del convento... hacia el mercado. En 1848, un incendio afectó al convento, que se demolió; en su solar se levantó el primer mercado cubierto en un recinto cerrado de la ciudad: el Mercado de Santa Caterina, una edificación neoclásica, totalmente reformada en el 2005 por el arquitecto Enric Miralles, que proyectó un tejado de mosaico cerámico que se ha convertido en un icono del barrio.

Nombres de ayer y colores de hoy

En el siglo XVIII, los barrios de Santa Caterina y Sant Pere se transformaron en dos importantes núcleos industriales, sobre todo de manufacturas textiles. Los nombres de las calles son la mejor manera de recorrer estas huellas: cordeleros, carderos, frazaderos, algodoneros, la plaza de la Llana... calles estrechas y serpenteantes, construidas recorriendo antiguas calzadas romanas donde se levantaron centenares de casas-fábrica para acoger a los obreros. La presión demográfica aumentaba y, a fin de oxigenar la zona, en 1835 se abrió la calle de la Princesa, la primera vía empedrada de la ciudad, pero no fue hasta el siglo XX cuando se reorganizó toda la zona con la construcción de la Vía Laietana, una amplia avenida que dividió en dos el centro histórico de la ciudad: por una parte, Santa Caterina, Sant Pere y la Ribera; por la otra, el Gòtic.
Santa Caterina y Sant Pere, dos de los barrios con más personalidad de Ciutat Vella, ahora vuelven a revivir con multitud de pequeños restaurantes, tiendas y bares, y la zona es una mezcla de multiculturalidad y artistas independientes que atrae a los visitantes. Poetas, pintores, nobles e incluso ladrones, como el bandolero Joan de Serrallonga, vivieron en él. Recorrerlo es vivir, a pie de calle, la historia de la ciudad.

El Raval

El barrio de calles desordenadas conocido como el Raval, que se abre desde La Rambla hasta el Paral·lel, es el pasado y el futuro de Barcelona. Un barrio denso, diferente, que ha sido siempre un lugar de acogida y que posee una vida cultural que no se ve en ningún otro rincón de la ciudad.El Raval es auténtico y posee personalidad, y atrae tanto a todo el mundo que pasear por sus calles tiene incluso una palabra propia: ravalear. Es hora de ir a ravalear, de deambular por este barrio que invita al visitante a impregnarse de cultura.

Huellas del pasado

El edificio más antiguo que conserva el Raval es el monasterio de Sant Pau del Camp, de estilo románico y originario del siglo X, cuando la zona quedaba fuera de la Barcelona amurallada. Fue durante la época medieval cuando el barrio, lleno de campos de cultivo y conventos, también quedó protegido por las terceras murallas de la ciudad. De aquel tiempo, y construidas según el estilo gótico predominante en Barcelona, se conservan importantes construcciones, como las imponentes Drassanes, que delimitan el barrio por el lado del mar, y el edificio del antiguo Hospital de la Santa Creu, hoy transformado en Biblioteca Nacional de Cataluña y con un patio interior abierto a todo el mundo y lleno de naranjos que invita al descanso.
No fue hasta el siglo XVIII cuando se urbanizó como un barrio más de la ciudad, y enseguida, gracias a las bajas rentas, se convirtió en zona de residencia de obreros e inmigrantes que llegaban de fuera, a menudo huyendo del hambre del campo, para trabajar en la cada vez más activa industria barcelonesa. A pesar de la oscuridad natural del Raval, donde parece que cuesta que entre la luz del sol, en medio de las calles estrechas y húmedas de este barrio, Antoni Gaudí también dejó su colorida huella al construir el Palacio Güell, la casa familiar del empresario Eusebi Güell, la primera gran obra del arquitecto modernista, en la calle Nou de la Rambla. 

La transformación de un barrio

A finales del siglo XIX y comienzos del XX, el Raval, debido a su proximidad al puerto, se convirtió en el barrio chino de Barcelona. Foco de revueltas proletarias, el barrio fue duramente castigado por las guerras, que no ayudaron a que el Raval perdiera el aire de suburbio marginal que ha arrastrado durante años. Pero al chino también le llegó el tiempo de la mejora: la apertura de la rambla del Raval en las postrimerías del siglo XX; la rehabilitación de muchas viviendas y edificios emblemáticos; la ubicación de los museos más modernos, como el Museo de Arte Contemporáneo (Macba) y el Centro de Cultura Contemporánea (CCCB); la apertura del nuevo edificio de la Filmoteca de Cataluña, y, sobre todo, la reconquista de las calles y las plazas por parte de la ciudadanía han transformado el Raval en el barrio de la ciudad con una oferta cultural más rica y variada, que atrae cada vez a más artistas y artesanos y donde siempre se pueden encontrar nuevas propuestas emergentes. Las calles son las mismas, pero hoy en día parecen más anchas, con más luz y más llenas de vida. La mezcla de procedencias de los habitantes y la gran vida cultural que se respira en la zona hacen de este barrio uno de los más vivos de la ciudad, y ravalear invita a descubrir varios mundos dentro de uno solo, el Raval. 

La Barceloneta

Calles estrechas, ropa tendida, olor de mar, pescadores... La Barceloneta es el barrio marinero de Barcelona, abierto entre el puerto y las playas al abrigo del viento. Con un ambiente popular siempre animado y una oferta impresionante de restaurantes y bares que ofrecen tapas y cocina marinera, en la Barceloneta parece que siempre sea verano.

Alma marinera

La Barceloneta, el barrio marinero del distrito de Ciutat Vella, siempre ha estado ligada al mar. Su historia se remonta al siglo XVIII, cuando se creó como barrio de nueva planta, con un trazado barroco y cuadriculado que se conserva casi intacto. En aquella época, la zona era un arenal que quedaba a las afueras de la antigua ciudad amurallada, al que se accedía desde el portal del Mar, situado aproximadamente donde ahora se encuentra el Museo de Historia de Cataluña, en el Palau de Mar.
De sus orígenes cabe destacar las calles alargadas y abiertas al mar, con las casas adosadas unas a otras, y también la iglesia barroca de Sant Miquel, que preside la plaza del mismo nombre, en el centro del barrio.
Las viviendas de la Barceloneta fueron ocupadas por marineros, pescadores, gente de oficios vinculados al mar y personas llegadas de todas partes que buscaban rentas baratas. Ciudadanos, todos ellos, que dotaron de un carácter único este barrio diseñado a la orilla del mar.
A mediados del siglo XIX, los pescadores fueron dejando sitio también a los obreros de las metalurgias. De aquella época industrial todavía se conservan la torre de la Catalana de Gas, una obra premodernista impresionante, y el Mercado de la Barceloneta, un recinto que ha sido remodelado por el equipo del desaparecido arquitecto Enric Miralles y en el que se ha recuperado la estructura de hierro forjado combinándola con elementos modernos. Un espacio que está llamado a ser una referencia en el barrio y en la ciudad.

A pie de playa

La entrada del siglo XX significó la apertura de la ciudad de Barcelona hacia las playas. Los baños, que fueron apareciendo a lo largo del litoral, tuvieron una importancia especial en el barrio de la Barceloneta, que inauguró una actividad nueva y pujante: la gastronomía. Bares, fondas y restaurantes dieron de comer a los millares de bañistas que acudían buscando el mar.
La Barcelona olímpica de 1992 supuso otra revolución para la Barceloneta. La construcción de la Vila Olímpica rodeó el tradicional barrio de pescadores de esculturas y edificios modernos. Hoy en día, flanqueando el barrio por el litoral, encontramos, por una parte, el pez de Frank Gehry, una gran escultura dorada que parece flotar sobre el mar, y, por la otra, la silueta en forma de gran vela del Hotel W, elementos, ambos, que enmarcan la tradición con su modernidad.
La Barceloneta, en medio, con sus sillas en la puerta, la ropa tendida en los balcones y el habitual aroma de pescado, es todavía uno de los lugares más fascinantes y auténticos de la vida marinera en Barcelona. 

El Gòtic

Restos romanos, rastros de antiguas murallas, el barrio judío, la catedral gótica, los palacios más significativos... No se termina nunca de enumerar las maravillas del barrio Gòtic, el núcleo más antiguo de la ciudad y el centro histórico por excelencia. Con sus callejones, sus plazas y las numerosas leyendas que esconde, el Gòtic es el lugar donde encontrar la esencia de la Barcelona más antigua.  . Se mire adonde se mire, hay algún detalle que habla, casi al oído, de la historia de la ciudad.

Esencia romana y medieval

Adentrarse en el barrio Gòtic es penetrar en los orígenes de Barcelona, en el lugar donde hace unos dos mil años los romanos fundaron Barcino. Hoy en día se pueden recorrer los rastros de aquella ciudad romana gracias a los fragmentos de las murallas que se conservan, que rodean un perímetro en el que todavía se marca el trazado típico de las ciudades romanas, con el cardus situado en la actual calle de la Llibreteria, el decumanus en la actual calle de la Ciutat y con el foro, la actual plaza de Sant Jaume, en el centro. Muy cerca de esta plaza, subiendo por la empinada calle del Paradís, en la puerta del Centro Excursionista de Cataluña se encuentra una piedra de molino que señala el punto más alto del monte Tàber, una colina ubicada a 16 metros del nivel del mar, y dentro, escondidas en el patio del edificio gótico, se conservan cuatro columnas del templo romano que se erigió en aquel punto.
La Barcino romana se transformó en la Barcelona medieval, y de la mano de condes y reyes llegó a ser una de las ciudades más esplendorosas de la Europa cristiana. Los judíos asentados en Barcelona se reunieron en torno a la judería, un entramado de calles estrechas y caóticas con una multitud de casas, entre las que todavía se encuentran vestigios de aquella época, como la Sinagoga Major, una de las más antiguas de Europa, que se reconoce por su agujero en el lado derecho del dintel.
La Edad Media fomentó el comercio, las artes y los oficios, la aparición del sobrio estilo románico con edificios como la capilla de Santa Llúcia, integrada dentro de la Catedral de Barcelona, y la explosión del gótico, con la catedral como gran ejemplo principal y numerosos edificios singulares más. La plaza de Sant Jaume se convirtió en el Consejo de la Ciudad, y desde entonces es sede de las principales instituciones políticas de Barcelona, el Ayuntamiento y la Generalitat, los dos imponentes edificios góticos que se enfrentan desde ambos lados de la plaza.

Rincones con historia

Los callejones y las placitas de este barrio invitan a pasear sin rumbo y dejarse sorprender por su encanto y por su ambiente siempre animado.  Esconde un montón de rincones sorprendentes, como la plaza de los Traginers, bajo una de las torres de las murallas romanas; la plaza de Sant Just, con la fuente medieval más antigua de la ciudad y una iglesia gótica imponente; la plaza barroca de Sant Felip Neri, con una fuente en el centro que la llena de frescura
Por el barrio Gòtic han paseado pintores como Picasso, Casas, Nonell y Rusiñol en busca de la inspiración antes de entrar en el café Els Quatre Gats, en la calle de Montsió. También solían recorrerlo Gaudí, que iba diariamente a la iglesia de Sant Felip Neri, y el arquitecto Domènech i Montaner, que buscaba la inspiración para el Palau de la Música. Por el barrio Gòtic pasean, todos los días, miles de visitantes que siguen las pisadas de la historia. 

Mirador de Colón

La estatua de Cristóbal Colón, a más de 60 metros de altura, vigila la ciudad y recibe a los visitantes. El monumento al descubridor de América es uno de los más emblemáticos de Barcelona. El brazo extendido y el dedo señalando algún punto forman parte de la leyenda urbana de la ciudad. El mirador ofrece unas vistas privilegiadas de toda Barcelona y, además, es el lugar ideal para adivinar adónde apunta el dedo de Colón.

Un monumento de altura

En el cruce entre La Rambla, el paseo de Colom y el Puerto de Barcelona se alza una columna de hierro de 60 metros sobre la que se encuentra Cristóbal Colón dando la bienvenida a los visitantes. El monumento en honor al descubridor de América se inauguró para la Exposición Universal, en 1888, y ponía punto final a las obras de remodelación del litoral y el puerto barcelonés. ¡Una columna de 60 metros y más de 233 toneladas de hierro sirvió de pedestal a una estatua de 7 metros de alto!

Vistas por descubrir

Lo que realmente impresiona es el mirador de la torre, al que se accede desde un ascensor interior. Las vistas panorámicas de 360o sobre la ciudad permiten ver, al norte, el barrio gótico, con edificios históricos como la catedral y Santa Maria del Mar, las Ramblas e incluso las cúpulas de la Sagrada Familia; mirando al sur, la montaña de Montjuïc y la Anilla Olímpica; si se gira al este, desde el mirador se divisan el Fòrum y las torres que dan entrada al Puerto Olímpico, ¡e incluso el pez dorado de Frank Gehry!; y si se mira hacia el oeste se completa con Collserola y la montaña mágica del Tibidabo.
La plaza donde está situada la torre del Mirador de Colom se llama Portal de la Pau, y es un recuerdo del fin de la Segunda Guerra Mundial, pero la fama de la estatua del descubridor es tan grande que la plaza ha perdido su nombre: todo el mundo la conoce como plaza Colom.
La estatua de Colón es uno de los iconos de la ciudad. Intentar adivinar hacia dónde señala con el dedo es todo un reto, y hacerse una foto con algunos de los leones que flanquean las puertas de entrada a la torre, una tradición.

El Museo Picasso

Un museo ubicado en cinco palacios. La espléndida calle de Montcada, en el barrio de la Ribera, con toda su historia y su ademán señorial, es la mejor ubicación para la obra de un artista genial, Pablo Picasso, que mantuvo una intensa relación con la ciudad de Barcelona. Cinco palacios que acogen un centro de referencia artístico con las mejores obras de juventud de Picasso.

Del gótico a la vanguardia

El Museo Picasso de Barcelona  acoge un fondo de 4.249 obras de colección permanente y es fundamental para conocer los años de juventud y formación del pintor. El museo ocupa cinco palacios en la calle de Montcada que constituyen una de las mejores muestras de la arquitectura gótica civil catalana. Los palacios tienen una estructura común en torno a un patio central y una gran escalinata noble que les da acceso. Precisamente toda la calle de Montcada tiene la calificación de conjunto monumental histórico-artístico.
El Museo Picasso es el símbolo de una relación de amor entre la ciudad de Barcelona y el pintor. La familia Ruiz Picasso se instaló en Barcelona a finales del siglo XIX, cuando Pablo era un adolescente de catorce años.14 Enseguida entró a estudiar en la Escuela de Bellas Artes de la Llotja y empezó su carrera como pintor. 18 Con dieciocho años, vivió la inauguración del café Els Quatre Gats, que se convertiría en uno de los centros de la intelectualidad catalana del momento. Un joven Picasso pintó los menús del café a cambio de poder montar una exposición.

La Barcelona de Picasso

Los primeros años de formación de Picasso fueron fundamentales en su carrera artística, y la vinculación con Barcelona siempre se mantuvo viva. Tanto es así que, por expreso deseo del artista, y gracias a la ayuda de su secretario y amigo Jaume Sabartés, decidió que la ciudad acogiera, de manera permanente, un museo con su obra de juventud. El mismo Pablo Picasso donó al museo la serie Las Meninas de Velázquez, una de sus obras más reconocidas e importantes.
La calle de Montcada, vestigio de la Barcelona señorial de otros tiempos, fue el lugar escogido para emplazar el museo, y la colección empezó en el Palau Aguilar, de estilo gótico, en 1963. Las ampliaciones siguientes del fondo pictórico propiciaron que se ocuparan, en diferentes años, el Palau Baró de Castellet, el Palau Meca, la Casa Mauri y el Palau Finestres.
El museo se encuentra en el barrio de la Ribera del distrito de Ciutat Vella, donde el pintor también tuvo sus primeros talleres. Muy cerca del café Els Quatre Gats y de la Llotja, se extienden escenarios esenciales en la formación y el desarrollo artístico de Pablo Picasso.
La historia de amor entre Barcelona y Picasso no acabó nunca. En Ciutat Vella dejó amigos, relaciones y dibujos y, por voluntad propia, uno de los mejores museos sobre su obra.

La Catedral de Barcelona

La Catedral de la Santa Creu i Santa Eulàlia de Barcelona es uno del monumentos más emblemáticos de la ciudad y tiene tantas curiosidades como piedras. Sus muros esconden historias de la antigua Barcelona, y su fachada es una de las más fotografiadas. El claustro, con las ocas blancas de Santa Eulàlia, las cinco puertas de acceso, l'ou com balla o las doscientas gárgolas que la vigilan desde el tejado son algunos de los descubrimientos por desvelar. La catedral, de estilo gótico, sobrepasa el culto religioso para convertirse en leyenda y protagonista de la misma ciudad.

El templo gótico

La Catedral de Barcelona contempla la ciudad desde sus ocho siglos de historia. En el siglo XIII, el rey Jaime II el Justo decidió construir un templo que se levantara sobre los restos de una antigua iglesia románica. Las obras, sufragadas por las cofradías y los gremios artesanos, duraron más de 150 años, pero en ningún momento se interrumpió el servicio religioso.
En la actualidad, la Catedral de Barcelona es uno de los mejores exponentes del arte gótico en la ciudad. Todos los días miles de visitantes fotografían la impresionante fachada neogótica, de 70 metros de altura, pero la escalinata del templo nos se adentra  en un mundo entero por descubrir. Un interior con más de 215 claves de bóveda da una idea de la grandiosidad de la catedral. Dentro se encuentra también la Cripta de Santa Eulàlia, 29 capillas dedicadas y un altar mayor en el que destaca un impresionante vitral gótico. Para los más perspicaces, la mejor prueba es encontrar el partido de jóquey que está esculpido en las sillas del coro

Secretos por descubrir

Pero la catedral también esconde secretos que no se aprecian a simple vista. En los tejados y los pináculos se pueden ver doscientas gárgolas que vigilan desde las alturas, pero entre los monstruos y los seres demoníacos sorprende encontrarse con un toro, un unicornio y un elefante.
Sin dejar las alturas, las campanas del templo también merecen un punto y aparte. De las 21 campanas de las que dispone la catedral, todas con nombre de mujer, destaca la rebeldía de Honorata. En 1714, el rey Felipe V, durante la guerra de Sucesión, encarceló y fundió esta campana como represalia por haber repicado para anunciar la revuelta de la ciudadanía.
El templo reserva sorpresas más allá de su arquitectura. El jardín de la catedral, donde se encuentra el claustro, está custodiado por las trece ocas blancas de Santa Eulàlia, una por cada uno de los martirios que sufrió ―tantos como años tenía―, y en el surtidor, del que brota el agua, se puede ver bailar el huevo (l'ou com balla) el día del Corpus, una tradición típica de Barcelona.
El paso del tiempo no ha hecho más que agrandar la majestuosidad de la catedral, guardiana y guía de la ciudad, y desde sus terrazas, cada 3 de mayo a las nueve de la mañana, se bendice el término municipal de Barcelona con motivo de la Fiesta de la Santa Creu.

El Port Vell

El mar es un elemento vivo en Barcelona. Al final de La Rambla, que llega casi hasta el agua, la estatua de Colón lo saluda desde su atalaya y el Port Vell se abre a sus pies acogiendo la vida y el espíritu del mar.Hoy en día, el paseo se alarga allende los mares con la rambla del Mar, que conduce al Maremàgnum, y se ha convertido en uno de los grandes puntos de ocio y descanso de la ciudad.

El muelle histórico

Con cuatro siglos de existencia, el Port Vell es la parte más antigua y aún en funcionamiento de todo el puerto de Barcelona. Fue el primer muelle estable que tuvo la ciudad, donde los barcos podían atracar resguardados de tormentas, y separaba de manera eficaz la ciudad del agua.
Creado pellizcando terreno de arena al mar, la construcción del puerto de Barcelona significó la apertura de la ciudad a otras tierras. Es este puerto el que a lo largo de los siglos ha dado a Barcelona una identidad común a otras ciudades portuarias del Mediterráneo: comercial, avanzada y con un punto canalla.

Un paseo a la orilla del agua

El Port Vell, ahora remodelado y convertido en un paseo que ha conquistado a los ciudadanos, se extiende desde la imponente construcción gótica de las Drassanes Reials hasta la Llotja de Mar, un edificio neoclásico impresionante que esconde en el interior los restos de la antigua Llotja de Mar, de estilo gótico. En medio, en el Portal de la Pau, desde donde Colón nos indica el camino hacia las Indias, se abren nuevos paseos ganados al mar sobre las aguas, como la gran pasarela levadiza que comunica este punto con el moderno centro comercial Maremàgnum. El arte contemporáneo también se ha apoderado del lugar, y si en el lado alto se encuentran obras de Roy Lichtenstein o Xavier Mariscal, sobre el mar flotan esculturas de Jaume Plensa.
Pero si hay algo que tiene enamorados a los barceloneses y a los visitantes son las golondrinas, unas embarcaciones recreativas que desde hace más de 125 años ofrecen un paseo por las aguas mediterráneas del Port Vell de Barcelona y permiten contemplar la privilegiada vista de la ciudad desde el mar.

El Born y la Ribera

Los barrios medievales del Born y la Ribera han conseguido una combinación casi perfecta entre pasado y futuro. En ellos se pueden encontrar las últimas tendencias de moda entremezcladas con arquitectura gótica, o cenar platos futuristas en un palacio medieval. Caminar por sus calles es tener la mente abierta a la novedad, pero también dejarse llevarse por la historia, presente en todas partes.
En el Born y en la Ribera, los barrios más de moda de Barcelona, iglesias, palacios y casas señoriales se dan la mano con la moda y los artistas de vanguardia.

Un retorno a la Edad Media

Andar sin rumbo por las plazas y calles del Born y la Ribera transporta a la época medieval, cuando esta zona era uno de los barrios principales de la ciudad, llena de palacios y casas señoriales que construyeron los mercaderes adinerados. Cuenta con recintos góticos imponentes, como la Llotja, donde se cerraban los negocios que los mantenían vivos, pero también con una fuerte presencia de artesanos humildes, gremios y marineros que fueron capaces de construir la iglesia de Santa Maria del Mar, el mejor exponente del arte gótico catalán, en solo 55 años y sin la ayuda de las clases poderosas.
El barrio medieval sufrió la derrota durante la guerra de Sucesión, en 1714, y fue mutilado. En memoria de los caídos en aquella guerra, se mantiene encendida una llama en el Fossar de les Moreres, junto a la iglesia de Santa Maria del Mar. Y para conocer la historia de aquella época hay que ir al Born Centro Cultural, un mercado modernista convertido en museo en el que se conservan los restos de una parte de la ciudad desaparecida bajo las bombas.

Barrio de artistas de ayer y de hoy

La Ribera era, y todavía es, un barrio de contrastes. Hoy en día, los palacios de la calle de Montcada, antiguas residencias señoriales, están ocupados por museos y salas de arte, entre los que destaca el Museo Picasso, con la obra de juventud de este genial pintor. Picasso había tenido su taller en el barrio y, como él, los pintores Rusiñol y Casas. De hecho, fueron tantos los artistas que se instalaron por los barrios de la Ribera y el Born que esta zona llegó a considerarse como un Montmartre barcelonés. Este poso se mantiene en la actualidad, ya que en el área se reúnen muchos creadores nuevos ubicados en espacios emblemáticos, que hacen convivir las nuevas tendencias con los restos medievales y el recuerdo de comerciantes y mercaderes. Convertido en uno de los barrios más modernos y cosmopolitas de Barcelona, los showrooms de moda más modernos conviven con tiendas gourmet y con las últimas tendencias en restauración. 

L’Eixample

L'Eixample es el distrito modernista por excelencia. Supuso la apertura de Barcelona más allá de sus murallas a finales del siglo XIX, y sus calles rectilíneas, anchas y elegantes muestran el movimiento urbano de la ciudad.
L'Eixample es el distrito modernista por excelencia. Supuso la apertura de Barcelona más allá de sus murallas a finales del siglo XIX, y sus calles rectilíneas, anchas y elegantes muestran el movimiento urbano de la ciudad.

La ciudad que se abre al mundo

L’Eixample, que se extiende entre la Gran Vía y la Diagonal, es el distrito de los paseos principales, como el paseo de Gràcia, la rambla de Catalunya y el paseo de Sant Joan; de los edificios más emblemáticos, como la Sagrada Familia; de la ruta del modernismo, con el Cuadrado de Oro como epicentro; y al mismo tiempo es el distrito residencial y tranquilo, con jardines escondidos en los interiores de isla, colegios, plazas y bares, donde la vida cotidiana transcurre con una agradable rutina.
Símbolo de apertura desde su creación, L’Eixample se construyó a finales del siglo XIX, después de la aprobación del plan propuesto por el ingeniero Ildefons Cerdà. Sus calles anchas, todas iguales entre ellas, con las características islas de edificios de forma octogonal, no siempre han estado ahí, aunque lo parezca. Fue fruto de dos necesidades: por una parte, la de ampliar una Barcelona amurallada, que ya no tenía capacidad para acoger más población durante el auge industrial; y por la otra, la de construir vías que comunicaran la ciudad con los que entonces eran municipios independientes, como Gràcia, Sarrià o Sants. Y el resultado dio lugar a ese trazado de calles precisas y armoniosas. 
Del modernismo al cosmopolitismo
Dividido en seis barrios, cada uno tiene, a pesar de la similitud de las calles, su propio carácter.
La parte de la Dreta de l’Eixample, que se inicia en la plaza de Catalunya —el punto esencial de unión entre la Barcelona medieval y la nueva ciudad—, se vertebra en torno al paseo de Gràcia, y es el barrio comercial donde el auge del modernismo se vio más reflejado, con edificios como la Casa Batlló y la Casa Milà, más conocida como la Pedrera. Su interés turístico y comercial hace que hoy en día continúe siendo un eje central de la ciudad.
La Antiga Esquerra de l’Eixample, no tan ostentosa, guarda otros atractivos, ya que es un barrio tranquilo y residencial, presidido en la Gran Vía por el edificio neorromántico de la Universidad de Barcelona, y que abraza entre sus calles comerciales el Hospital Clínic y la Facultad de Medicina. La Nova Esquerra de l’Eixample, que se extiende entre la antigua fábrica de Can Batlló, convertida en Escuela Industrial, y el parque de Joan Miró, donde antiguamente había el Escorxador, se acerca a Sants y a la parte baja del parque de Montjuïc, y se mezcla con el barrio de Sant Antoni, uno de los más peculiares y populares de este distrito, con su marcado carácter comercial y el ambiente joven y moderno de hoy en día.
El barrio de la Sagrada Família se despliega en torno a la gran iglesia monumental que el arquitecto Antoni Gaudí legó a la ciudad, considerada una de las atracciones arquitectónicas más importantes del mundo y que ha conseguido dar al modernismo catalán una dimensión internacional. En las calles de este barrio la vida transcurre tranquila, con las calles llenas de pequeños comercios y vecinos de toda la vida.
El Fort Pienc, entre la avenida Diagonal, la plaza de las Glòries y el Arco de Triunfo, es un barrio animado, con paseos llenos de vida que sirven como punto de encuentro de los vecinos y amplias zonas verdes donde hacer deporte o relajarse. Es un barrio con una comunidad china arraigada, que se ha asentado de forma creciente durante los últimos años en el tejido comercial, abriendo comercios de todo tipo.
El tamaño y la diversidad de L’Eixample invita a hacer un recorrido para revivir la Barcelona señorial del pasado, pero disfrutando también de la ciudad moderna y cosmopolita del presente. 
La Antiga Esquerra de l’Eixample, no tan ostentosa, guarda otros atractivos, ya que es un barrio tranquilo y residencial, presidido en la Gran Vía por el edificio neorromántico de la Universidad de Barcelona, y que abraza entre sus calles comerciales el Hospital Clínic y la Facultad de Medicina. La Nova Esquerra de l’Eixample, que se extiende entre la antigua fábrica de Can Batlló, convertida en Escuela Industrial, y el parque de Joan Miró, donde antiguamente había el Escorxador, se acerca a Sants y a la parte baja del parque de Montjuïc, y se mezcla con el barrio de Sant Antoni, uno de los más peculiares y populares de este distrito, con su marcado carácter comercial y el ambiente joven y moderno de hoy en día.
El barrio de la Sagrada Família se despliega en torno a la gran iglesia monumental que el arquitecto Antoni Gaudí legó a la ciudad, considerada una de las atracciones arquitectónicas más importantes del mundo y que ha conseguido dar al modernismo catalán una dimensión internacional. En las calles de este barrio la vida transcurre tranquila, con las calles llenas de pequeños comercios y vecinos de toda la vida. 
El Fort Pienc, entre la avenida Diagonal, la plaza de las Glòries y el Arco de Triunfo, es un barrio animado, con paseos llenos de vida que sirven como punto de encuentro de los vecinos y amplias zonas verdes donde hacer deporte o relajarse. Es un barrio con una comunidad china arraigada, que se ha asentado de forma creciente durante los últimos años en el tejido comercial, abriendo comercios de todo tipo.
El tamaño y la diversidad de L’Eixample invita a hacer un recorrido para revivir la Barcelona señorial del pasado, pero disfrutando también de la ciudad moderna y cosmopolita del presente.

Paral·lel

Una de las avenidas más míticas, el Paral·lel, fue considerada, a principios del siglo XX, el Broadway de Barcelona y el Montmartre catalán.En la actualidad, el Paral·lel todavía es una avenida llena de luces, teatros, music halls, cafés... ¡Es, sin duda, un paseo donde encontrar la oferta más variada de espectáculos musicales, comedias, vodeviles o cabaré y pasarlo la mar de bien!

Una historia centenaria

Abierto desde Sants hasta el mar, el Paral·lel atraviesa tres distritos de la ciudad: Sants-Montjuïc, L'Eixample y Ciutat Vella, con una identidad propia arraigada desde sus orígenes. La avenida fue proyectada por el arquitecto y urbanista Ildefons Cerdà, autor del trazado del célebre Eixample barcelonés, y se abrió en 1894 en un terreno de huertas y fábricas que parecía tierra de nadie. Del porqué de su nombre, Paral·lel, existen diversas teorías, pero la más sorprendente afirma que se debe a que su trazado coincide exactamente con el paralelo 41.

La avenida de las luces

Esta tierra de nadie olvidó muy pronto sus inicios fabriles, de los que hoy en día solo se conservan las tres chimeneas de la antigua central eléctrica de La Canadenca. Enseguida se abrió al mundo como una de las arterias más lúdicas, festivas y canallas de toda Europa. El Paral·lel se llenó de cafés, teatros, music halls, circos y cabarés, y el vodevil y el cuplé plantaban cara a las representaciones del Liceu. Era una diversión para las clases trabajadoras, que acudían en masa desde los barrios superpoblados de Ciutat Vella. Pero el Paral·lel también atraía a los ricos y los burgueses de las zonas altas de la ciudad, que buscaban un ambiente alejado de su rígida moral, así como a políticos radicales o anarquistas, como Lerroux o el Noi del Sucre, que buscaban el anonimato para sus encuentros entre las multitudes que invadían esta ancha avenida. El Paral·lel era de todos y para todos, y en él tenían cabida tanto espectáculos de revista como los de la famosa Bella Dorita, y también obras de afamados dramaturgos como Santiago Rusiñol, autor de la célebre obra L'auca del senyor Esteve.
De aquella época se conserva El Molino, uno de los cafés cantante más reconocidos de Europa, que rinde homenaje al Moulin Rouge de París. Pero, además, otras salas como el Apolo, el Teatro Victòria, el Condal y el BARTS hacen que el espectáculo siempre esté a punto de empezar. 

La Pedrera

La Casa Milà, más conocida como La Pedrera, es uno de los edificios modernistas de comienzos del siglo XX más emblemáticos de Barcelona. Situada en el paseo de Gràcia y abierta al público, visitarla permite conocer cómo es por dentro y descubrir el impresionante terrado donde Gaudí diseminó guerreros de piedra.

Formas provocadoras

La Pedrera o Casa Milà debe su nombre más popular a la controversia que causó cuando se acabó su construcción en el año 1910. De hecho, se trata de un mote creado por algunos barceloneses que se burlaban del aspecto extravagante y tétrico de su fachada principal. Fue construida por Antoni Gaudí a raíz del encargo del matrimonio Milà, una familia bien situada de la época que, como la mayoría de los burgueses acomodados de comienzos del siglo XX, quiso trasladar su residencia al paseo de Gràcia.
En aquellos momentos, Gaudí estaba viviendo su etapa naturalista y su máxima plenitud creativa, de manera que la casa está inspirada en la configuración orgánica de la naturaleza y aplica formas ondulantes con volúmenes desprovistos de toda rigidez. El conjunto, por la innovación, es una típica obra de Gaudí en que las líneas geométricas son solo rectas que forman planos curvos. Además de las impresionantes fachadas ornamentadas, otro elemento que destacar de la Pedrera es el terrado, en el cual las treinta chimeneas representan figuras de guerreros petrificados que forman un jardín de esculturas al aire libre. El fuerte simbolismo religioso que Gaudí puso en este edificio también ha sido objeto de múltiples interpretaciones.

Un espacio donde disfrutar de Gaudí

Actualmente la Pedrera es propiedad de la Fundación Catalunya-La Pedrera, que mantiene abiertas al público la cubierta y las buhardillas, donde se puede ver una exposición sobre Gaudí y sus obras. Algunos pisos son particulares, y el principal se dedica a la sala de exposiciones. Adentrarse en la Pedrera es penetrar en el universo particular de Gaudí, un mundo lleno de fantasía y de formas imposibles que deja impresionados a todos sus visitantes.

Paseo de Gràcia

Los edificios modernistas más impresionantes, aceras amplias con bancos-farolas de trencadís para sentarse, tiendas sofisticadas... El paseo de Gràcia es la avenida del lujo y del refinamiento barcelonés, un lugar único en el mundo donde se encuentran edificios considerados Patrimonio de la Humanidad.

La arteria de L’Eixample modernista
El paseo de Gràcia, que comunica el casco antiguo con la Diagonal, toma este nombre por el hecho de haber sido, desde tiempos antiguos, el camino que comunicaba la antigua Barcelona amurallada con la villa de Gràcia, que actualmente es un barrio más de la ciudad. A finales del siglo XIX, cuando Ildefons Cerdà planteó L’Eixample, convirtió esta vía en uno de los principales ejes de su proyecto, y la dotó de gran anchura y protagonismo.
Su relevancia comercial atrajo a la burguesía más acaudalada, que empezó a construir edificios propios en el paseo y a competir para ver quién tenía la casa más lujosa y extravagante. Así fue cómo los arquitectos modernistas de la época tuvieron carta blanca para dejar volar su imaginación y proyectaron los magníficos edificios que hoy otorgan a la vía un valor único. Antoni Gaudí, el más singular de todos, firmó la Casa Milà, más conocida como la Pedrera, que sorprende con su fachada ondulada, y también la Casa Batlló, con su techo en forma de dragón.
Justo junto a esta, Josep Puig i Cadafalch construyó la Casa Amatller, con una fachada triangular que evoca el gótico catalán desde un modernismo colorido y, más allá, cerca de la plaza de Catalunya, Lluís Domènech i Montaner edificó la Casa Lleó Morera.

Con estilo propio
Caminar por el paseo de Gràcia permite dejar volar la imaginación y perderse en las formas fantasiosas de las fachadas y en las vidrieras de los edificios singulares que se encuentran en él, y, además, disfrutar con las tiendas más lujosas, dado que en los bajos de estos edificios se instalaron los principales comercios de la nueva ciudad, los cuales aún existen. Las mejores firmas internacionales han abierto su espacio en el paseo de Gràcia, y conviven con boutiques ya centenarias como Santa Eulàlia, un emblema de la alta costura en la ciudad. 

Casa Batlló

Edificio emblemático de Gaudí, la Casa Batlló, en el paseo de Gràcia, es la representación del esplendor artístico de este singular arquitecto.Declarada Patrimonio Mundial por la Unesco, su tejado ondulante, que recuerda al lomo de un dragón, es uno de los símbolos del modernismo de Barcelona.

Un sueño burgués

La Casa Batlló, fantasía modernista por excelencia, es obra del arquitecto Antoni Gaudí y el símbolo de una época y de una clase social muy concreta: la Barcelona burguesa de inicios del siglo XX. En aquella época, con el desarrollo del Plan Cerdà, iniciado en las postrimerías del siglo XIX, muchas familias acomodadas trasladaron sus residencias al paseo de Gràcia y establecieron también sus negocios. Uno de ellos fue el comerciante Josep Batlló i Casanovas, que en 1903 adquirió el edificio original que había en este solar y en 1904 contrató a Antoni Gaudí, ya muy famoso en esos años, para que remodelara la vivienda.

Con vida propia

Lo que hizo el arquitecto marcó un antes y un después en la arquitectura moderna y dejó un legado artístico para la posteridad. La aplicación de su inspiración naturalista, con formas onduladas y orgánicas, y la creación de una nueva fachada completamente recubierta de cristal y piedra, inspirada en el coral marino, dotaron al edificio de un aspecto completamente nuevo y original.
Por otra parte, Gaudí siempre tuvo como principal objetivo la funcionalidad, y la atención que puso en la iluminación y en la ventilación es digna de remarcar. Para eso, dispuso un gran patio central al que daban las habitaciones de servicios, mientras que los salones y los dormitorios daban a la fachada.
Aún hoy la Casa Batlló resulta una obra original y arriesgada, hecho que le otorga un valor incalculable, y por eso ha sido declarada Patrimonio Mundial por la Unesco.

Sagrada Familia

El símbolo por excelencia de Barcelona, la Sagrada Familia, obra del genial arquitecto modernista Antoni Gaudí, presenta un valor arquitectónico inconmensurable.Situada en la parte derecha de L'Eixample, y con ocho torres que se pueden ver desde muchos puntos de la ciudad, el templo ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Un prodigio modernista

El Templo de la Sagrada Familia ocupa una isla entera entre la calle Mallorca y Provença, y es uno de los lugares más visitados en Barcelona. Su construcción empezó en 1883 y todavía hoy continúa siguiendo los planos de Gaudí, el cual, consciente de que no vería acabado el templo, los dejó para sus sucesores. El arquitecto modernista le dedicó cuarenta años de su vida, los quince últimos en exclusividad, y se encuentra enterrado bajo la nave.
Este genial arquitecto legó a la ciudad una de las basílicas más originales del mundo, con un gran interés arquitectónico, y ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad. El simbolismo de sus tres fachadas principales, dedicadas al nacimiento (la única que Gaudí pudo ver acabada), la pasión y la resurrección de Cristo, está hecho con tanto detalle y tan profusamente trabajado que solo contemplar esta parte puede llevar horas. Resulta impresionante para los millones de visitantes que tiene cada año.

El bosque que toca el cielo

Con respecto al interior del templo, Gaudí se quiso inspirar en las formas de la naturaleza y diseñó enormes columnas en forma de tronco de árbol que lo convierten en un exuberante bosque de piedra. En la actualidad se han construido ocho de las dieciocho torres que él mismo planeó, para dedicar doce a los apóstoles, cuatro a los evangelistas, una a la Virgen y otra a Jesús. Gaudí solo pudo ver acabada una en vida, y todavía hoy es una incógnita cuántos años tendrán que pasar antes de que este enorme proyecto se vea acabado. Mientras tanto, continuará siendo uno de los iconos más emblemáticos de Barcelona y del modernismo.

Sant Antoni

A medio camino entre el Paral•lel y el Raval, Sant Antoni siempre ha sido una zona de L'Eixample con vida propia.Con una gran tradición comercial que se reúne en torno al gran mercado modernista, en los últimos años acoge nuevos negocios que revitalizan su espíritu.

Alrededor del mercado

El barrio de Sant Antoni, situado entre la avenida del Paral·lel y la Gran Vía, siempre ha tenido una gran tradición comercial gracias a su mercado, que funciona como punto central. Construido a finales del siglo XIX con hierro forjado y actualmente en remodelación, ocupa la isla delimitada por las calles Comte Borrell, Manso, Comte d’Urgell y Tamarit y, durante años, convirtió el barrio en un punto comercial de gran importancia para las clases medias y bajas de la Barcelona más popular.
La avenida de Mistral es, junto con el mercado, otro de los puntos esenciales del barrio, repleto de comercios y vecinos que desarrollan su día a día con ritmo pausado.

Nuevos aires comerciales

Hoy en día el barrio se está convirtiendo en una de las zonas de moda de la ciudad, y mucha gente joven se ha trasladado a él durante estos últimos años. Se han abierto nuevos negocios de diseño, numerosas cafeterías con encanto y comercios con nuevas tendencias que se mezclan y se integran con las tiendas de siempre y dotan al barrio de una nueva vida y de nuevos colores. 

La plaza de Catalunya

La plaza de Catalunya es el centro neurálgico de la ciudad y la arteria que conecta el casco antiguo con L’Eixample. Siempre llena de vida, en ella confluyen cuatro importantes avenidas comerciales: el paseo de Gràcia, la rambla de Catalunya, el Portal de l’Àngel y la misma Rambla.

El punto de encuentro

Construida en el año 1889 después de la Exposición Universal de Barcelona del año anterior, la función de la plaza de Catalunya era, y todavía lo es, conectar L’Eixample con el núcleo más antiguo de la ciudad. Desde su inauguración, siempre ha sido uno de los pulmones de Barcelona, un lugar lleno de cafés y restaurantes que han sido centro de debates literarios y políticos y que todavía hoy son uno de los principales puntos de encuentro. La plaza, que ocupa 48.500 metros cuadrados, se convirtió en un símbolo de la ciudad donde se celebran actos públicos, conciertos y diversos encuentros ciudadanos. Hoy en día es, además, un gran punto de conexiones de toda la ciudad y se considera el centro neurálgico.

Una plaza con arte

Rodeada de edificios imponentes y con dos grandes fuentes que embellecen el lado superior, esta gran plaza está enriquecida, además, con numerosas muestras de arte, con esculturas como La Deessa, de Josep Clarà; el Monumento a Francesc Macià, de Josep Maria Subirachs; Els pastors, de Pau Gargallo; y otras obras de artistas como Josep Llimona y Enric Casanova.
En el subsuelo se conserva la avenida de la Llum, una gran vía subterránea que había sido uno de los primeros centros comerciales de la ciudad y que dio inicio a la gran actividad comercial de esta plaza, donde, en la actualidad, se encuentran grandes centros comerciales, como El Triangle.
En la plaza de Catalunya, la diversidad más real de la ciudad se hace patente con la confluencia de turistas, viajeros, habitantes, tiendas, vendedores, bancos... Sentarse en sus bancos o en la terraza del emblemático Café Zurich y presenciar todo ese bullicio hará que nos sintamos vivos y parte de Barcelona.

Quadrat d’Or

Como si de un museo al aire libre se tratara, el Cuadrado de Oro de L’Eixample abraza las obras arquitectónicas modernistas de más relevancia: la Casa Batlló, la Pedrera, la Casa Amatller... Edificios de gran valor realizados por los mejores arquitectos de una época dorada que todavía se mantiene viva en la memoria de sus calles.

El esplendor del modernismo

La Barcelona burguesa de las postrimerías del siglo XIX y comienzos del XX se despliega en el famoso Cuadrado de Oro de L’Eixample, que reúne joyas de la arquitectura modernista. Delimitado en los lados por la calle de Aribau y el paseo de Sant Joan, por la avenida Diagonal en la parte superior y por la plaza de Catalunya en la inferior, el Cuadrado de Oro tiene como arteria el famoso paseo de Gràcia, avenida de recreo para las clases acomodadas de comienzos del siglo XX.

El tiempo de la burguesía

Cuando en el año 1863 se destruyeron las murallas que ahogaban la antigua Barcelona, el nuevo Eixample, diseñado por el urbanista Cerdà, quedó inaugurado y las familias acomodadas se trasladaron al nuevo barrio, lo cual dio origen al paisaje casi de fantasía que se puede observar hoy paseando por sus calles.
El Cuadrado de Oro hace revivir aquellos tiempos, una época en que la competencia entre las familias burguesas para tener la casa más lujosa y extravagante también dio lugar a una pugna entre los arquitectos más prestigiosos, como Antoni Gaudí, Josep Puig i Cadafalch y Lluís Domènech i Montaner. De esta competencia surgieron maravillas en forma de edificios modernistas, con un refinamiento estilístico y unas fachadas impresionantes que no escatimaban el uso de materiales como la cerámica, el hierro forjado, la madera y el cristal. Infinitas vidrieras de múltiples colores, flores y formas imposibles en cada fachada, ventanales con formas orgánicas, puertas majestuosas... Todo un espectáculo para la vista y la memoria y todo un legado de lujo y modernismo.

La plaza de las Glòries Catalanes

La plaza de las Glòries Catalanes es uno de los nexos más importantes de la Barcelona metropolitana, el lugar donde confluyen tres de las vías principales de la ciudad. En constante remodelación desde que Ildefons Cerdà la creó a principios del siglo XX, su perfil está marcado por el de los edificios modernos que la rodean.

Punto de confluencia

Situada en la frontera entre L’Eixample y Sant Martí, casi tocando el barrio del Poblenou, la plaza de las Glòries se constituyó como un punto de unión de las tres principales vías de la ciudad: la Gran Via de les Corts Catalanes, la avenida Meridiana y la avenida Diagonal. Con el espíritu de constante renovación que acompaña la ciudad, este lugar ha sufrido diversas remodelaciones a lo largo de su historia con el fin de mejorar los accesos.

Cultura y vanguardia

A su alrededor se mezcla un ambiente de tradición popular con la modernidad más vanguardista, donde se constituye un microcosmos cultural y arquitectónico de gran importancia. Aquí se encuentran dos equipamientos culturales de gran relevancia, el Teatro Nacional de Cataluña y L’Auditori y, a su lado, destacan edificios como la famosa Torre Agbar, del arquitecto Jean Nouvel, el edificio Disseny Hub y el edificio del nuevo Mercado de los Encants, que desde el año 2013 acoge la popular Fira de Bellcaire, un mercado de viejo que se celebraba tradicionalmente al aire libre en uno de los solares de esta plaza y que ahora se aloja bajo la impresionante estructura ultramoderna de este nuevo edificio de planta triangular. Vale la pena perderse entre sus puestos en busca de reliquias. 

Sants-Montjuïc

El distrito de Sants-Montjuïc baja desde la montaña y se extiende por la llanura y hasta el mar, y ofrece un paseo por la historia de una Barcelona comercial e incombustible, donde la diversión en los barrios es una tradición más.

Espectáculos y comercios para disfrutar

El distrito que se encuentra más al sur de la ciudad, y uno de los más emblemáticos, Sants-Montjuïc, está compuesto de mar, montaña e historia. Los emplazamientos naturales que lo abrazan, los mercados de barrio, las plazas más animadas, los teatros más variados, los museos y las instalaciones deportivas lo han convertido en el lugar preferido de las clases medias para ir de compras y divertirse.
Vigilado por el imponente Montjuïc, uno de sus mayores atractivos, los siete barrios que conforman el distrito se extienden a los pies de la montaña, se adentran en la llanura y bajan hasta el mar por el Paral·lel, una avenida inagotable que no duerme ni de noche ni de día.

Con identidad propia

El origen de este distrito se encuentra en el antiguo municipio independiente de Santa Maria de Sants, que en 1897 se anexionó a Barcelona y que a lo largo del siglo XX fue incluyendo las zonas de la Bordeta, Hostafrancs, Sants-Badal, Montjuïc, con el barrio de Font de la Guatlla urbanizado a raíz de la exposición de 1929, el Poble-sec y la Marina, hasta llegar a ser tal como se conoce hoy en día. Con esta gran extensión, Sants-Montjuïc muestra la variedad de sus barrios, cada uno con identidad propia, y explica las muchas etapas por las que ha pasado la ciudad. Como zonas industriales, los barrios de la Marina y la Bordeta continúan siendo la viva imagen de la cara más obrera de la ciudad, con antiguas fábricas y viviendas para las clases medias y trabajadoras. Aquí se encuentra la antigua fábrica de Can Batlló, que marcó la vida del barrio, ahora convertida en un centro social y cultural.
En la falda de la montaña, se despliega el colorido barrio del Poble-sec, formado por pequeñas calles, múltiples culturas, y muchos bares y cafeterías en los que tomar unas cañas y unos pinchos es todo un placer. 


La avenida del Paral·lel, que separa el distrito de Sants-Montjuïc de L’Eixample y de Ciutat Vella, es uno de sus ejes más dinámicos y todavía conserva su tradición de ocio y diversión, con teatros, bares, discotecas... Salas centenarias y míticas como El Molino y Apolo, que todavía continúan en pie y más vivas que nunca.

Los espectáculos y las instalaciones culturales y deportivas, así como el espacio natural que supone el parque de Montjuïc, recogen uno de los legados históricos más importantes de la ciudad. Mediante los barrios que lo componen, el distrito de Sants-Montjuïc muestra una de las caras más alegres y populares de Barcelona.   

El Castillo de Montjuïc

El Castillo de Montjuïc, situado en uno de los puntos más altos de la montaña y mirando hacia el mar, es en la actualidad un espacio de interés histórico que fue juez y parte de muchos acontecimientos relevantes en Barcelona. Hoy en día perdura como símbolo de lucha y testigo de momentos históricos cruciales en la ciudad.

La fortaleza de la cima

El Castillo de Montjuïc está situado en la parte más alta de la colina, mirando hacia el mar, y domina toda la ciudad. Se trata de una fortaleza reconstruida en el siglo XVII por el ingeniero Juan Martín Cermeño, que ha vivido numerosos acontecimientos históricos relevantes y que tiene mucho significado como testigo de épocas diversas.

Un lugar con memoria histórica

Vestigio de momentos críticos, durante el siglo XIX funcionó como prisión para los activistas anarquistas, y en el año 1940, después de la Guerra Civil Española, el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, fue fusilado allí junto con muchos otros presos políticos del régimen franquista.
Actualmente se puede visitar como lugar de interés histórico y, además, llegar hasta el punto más alto del Montjuïc viene recompensado con una de las vistas más impresionantes del puerto de Barcelona. 

La Anilla Olímpica

Asociada a un verano glorioso, hacia el año 1992, la Anilla Olímpica de Barcelona comprende un conjunto de instalaciones deportivas que son utilizadas diariamente por sus residentes y admiradas por sus visitantes. La Anilla Olímpica, además de acoger las mejores instalaciones deportivas, es testigo de un recuerdo que marcó un antes y un después en la ciudad.

El templo de las Olimpiadas

Situadas en el parque de Montjuïc aprovechando el enorme espacio que ofrece la montaña, las instalaciones que comprende la llamada Anilla Olímpica se crearon —algunas— y remodelaron —otras— a raíz de la celebración de los Juegos Olímpicos de Barcelona en el año 1992.
Entre los elementos que la componen se encuentran el Palacio de Sant Jordi y el Estadio Olímpico Lluís Companys, obra del arquitecto Lluís Abellán Aynès, recintos que hoy en día se utilizan para celebrar conciertos y acontecimientos culturales o deportivos de gran envergadura.

Equipamientos de altura

Otro de los elementos más destacados de la Anilla Olímpica es la Torre de Telecomunicaciones construida por el arquitecto valenciano Santiago Calatrava. Se trata de una torre de 136 metros de altura en forma de tronco inclinado que evoca la figura de un deportista y que está recubierta de mosaico, y rinde un claro homenaje al arquitecto Antoni Gaudí.

Las Piscinas Bernat Picornell, construidas por Antoni Lozoya y Joan Ricard, también forman parte del conjunto y son utilizadas diariamente por los barceloneses que quieran disfrutarlas. De este modo, la Anilla Olímpica posee una gran relevancia tanto por su valor arquitectónico e histórico como por el uso diario y cotidiano que ofrece a los residentes de la ciudad.


Fundación Joan Miró

En la Fundación Joan Miró se reúne la mayor colección del mundo de obras del pintor catalán, que quiso acercar al gran público el arte en todas sus vertientes.Este museo, que el mismo Miró ideó, se creó con la intención de difundir al máximo el arte contemporáneo. Para Barcelona supuso un antes y un después en el panorama cultural del momento.

Un espacio vanguardista

Situada en el parque de Montjuïc, la Fundación Joan Miró es uno de los espacios artísticos de más prestigio de Barcelona. Tiene la sede en uno de los edificios más interesantes de la ciudad en el ámbito arquitectónico. Diseñado por el arquitecto Josep Lluís Sert, amigo íntimo del mismo Miró, está concebido como un espacio abierto con terrazas interiores y exteriores que permiten la circulación libre de los visitantes.

El legado de un genio de la pintura

Los orígenes de la Fundación Joan Miró se remontan al año 1968, cuando el pintor llevó a cabo su primera gran exposición en Barcelona, concretamente en el antiguo Hospital de la Santa Creu. A partir de ese momento, la sociedad cultural de la época vio la necesidad de crear un espacio que acogiera la obra de Miró tal como se merecía. Por voluntad del artista, se creó como un espacio que mostrara no solo su obra, sino también el arte contemporáneo en sus diversas vertientes.
La Fundación Joan Miró fue el primer museo de arte contemporáneo de Barcelona y representó un punto de ruptura y de vanguardia que todavía se mantiene en la actualidad, como depositaria del legado de obras que Miró donó a Barcelona y como centro de difusión del arte actual.

La Fuente Mágica

La Fuente Mágica de Montjuïc fue tildada de locura cuando se propuso la construcción para la Exposición Universal de 1929, y realmente todavía hoy día puede impresionar a más de uno. Sus juegos de luz, agua, color y música ofrecen uno de los espectáculos nocturnos más atractivos de la ciudad y son el elemento más admirable del conjunto de cascadas de la avenida de la Reina Maria Cristina.

Un surtidor sorprendente

Dentro del conjunto de cascadas que Carles Buïgas diseñó para embellecer la entrada de Montjuïc, la Fuente Mágica se considera su elemento más bello y un espectáculo de visión obligada en Barcelona. Su historia se remonta a la Exposición Universal de 1929, cuando los organizadores de este acontecimiento consideraron que había que diseñar algún elemento especial que sorprendiera y fuese arriesgado. Así fue como el ingeniero Carles Buïgas imaginó la Fuente Mágica de Montjuïc y, aunque al principio para muchos resultaba un proyecto demasiado ambicioso, finalmente se construyó en menos de un año con juegos de luz muy similares a los que se pueden ver en la actualidad.

Espectáculo imprescindible

Con su proyecto, Buïgas deslumbró al público mediante unos juegos de luz que podían servir para embellecer la fuente y hacerla “mágica”. El espectáculo de fantasía que ofrece, con agua en movimiento, luces de color y la música que se añadió en los años ochenta, se ha convertido en una visita obligada para cualquier persona que quiera conocer Barcelona. 

La plaza de Espanya

A los pies de Montjuïc se encuentra la emblemática plaza de Espanya, que sirve como punto de intersección vial entre la avenida del Paral·lel, la Gran Vía, la avenida de la Reina Maria Cristina y las calles de Tarragona y Creu Coberta, que se dirigen hacia Sants. Como punto neurálgico de Barcelona, la plaza de Espanya da paso a la avenida de la Reina Maria Cristina, que es escenario de encuentro y celebración de múltiples acontecimientos de la ciudad.

La gran puerta de Montjuïc

La plaza de Espanya es una de las más importantes de la ciudad y conecta con el barrio de Sants, la Gran Vía, el Paral·lel y el mismo parque de Montjuïc. Obra del arquitecto modernista Josep Puig i Cadafalch y construida durante la Exposición Universal de 1929, ya había sido prevista por el Plan Cerdà para que funcionara como punto de unión entre Barcelona y los pueblos del Baix Llobregat.
Rodeada de edificios emblemáticos, en su centro se encuentra la monumental Fuente de los Tres Mares, obra de Josep Maria Jujol, una construcción que simboliza los tres mares que rodean la península Ibérica. Muy cerca se ubica la antigua plaza de toros de las Arenes, construida por el arquitecto August Font i Carreras y convertida hoy en uno de los mejores centros comerciales de la ciudad. La Fira de Barcelona, que acoge grandes acontecimientos comerciales, se encuentra en la misma plaza, y junto a la plaza se alzan las dos torres venecianas que dan la bienvenida al visitante en su llegada al parque de Montjuïc.

Punto de vida

El continuo movimiento del lugar, dado que nos encontramos ante uno de los puntos clave de las vías de comunicación de Barcelona, convierte la plaza en un reflejo del carácter animado de la ciudad. Además, la panorámica nocturna que ofrece de la Fuente Mágica de Montjuïc y del Museo Nacional de Arte de Cataluña es una de las más emblemáticas de la ciudad. 

Sants y Hostafrancs

Comercios pequeños, mercados con productos locales y frescos, vendedores y vecinos, casas bajitas... Los barrios de Sants y Hostafrancs todavía mantienen su eterno carácter comercial. El aire de pueblo y la familiaridad los convierten en dos de los barrios más frecuentados de Barcelona, pero eso no les ha hecho perder ni una pizca de autenticidad.

Tejido de barrio

En los barrios de Sants y Hostafrancs, y también en el vecino la Bordeta, todos los días son día de mercado, y pasear durante la mañana por sus calles llenas de actividad es un gran placer. Todos ellos mantienen desde siempre un carácter genuino que se ve reflejado en la energía de sus vecinos, en continuo movimiento mediante la unión de entidades de los tres barrios y de varias asociaciones culturales, como el Centro Cívico Cotxeres de Sants, Can Batlló o el Casinet d’Hostafrancs.
Unidos por la larga vía comercial que primero se llama Creu Coberta y después cambia de nombre por el de calle de Sants, estos barrios extienden sus dominios por un conjunto de callejones y pequeñas plazas, en ocasiones difíciles de distinguir unos de otros. Sants ocupa el sector central, y su vida comercial se desarrolla en torno a varios puntos, como la plaza de Bonet i Muixí, que acoge la parroquia de Santa Maria de Sants, iglesia en torno a la que se creó el primer núcleo de población de la zona. El mercado municipal de Sants disfruta de una gran popularidad, y a su alrededor se despliegan pequeñas calles emblemáticas, como la de Sant Medir o la de Sant Jordi, en las que se puede mirar y comprar cualquier producto que nos venga a la cabeza. También hay mucha vida en torno a la estación de Barcelona Sants, la principal estación de ferrocarril de la ciudad, que convierte el barrio en uno de los mejor comunicados.

Pasado industrial

Posterior en el tiempo al barrio de Sants, Hostafrancs se fundó como tal a mediados del siglo XIX, y desde sus inicios devino un lugar de gran pujanza industrial, sobre todo textil, lo que atrajo una oleada de población que se asentó en el barrio y le dio el carácter comercial que mantiene en la actualidad.
Su mercado diario y los múltiples comercios ofrecen servicios de todo tipo y productos propios de calidad. Dejando las vías más comerciales y adentrándonos en los rincones del barrio, encontraremos un entramado de callejones y casitas bajas poco conocidas que nos evocarán el aire más auténtico de pueblo dentro de una ciudad.
Sants y Hostafrancs también comparten uno de los espacios verdes más sorprendentes de Barcelona, el parque de la Espanya Industrial, que ha transformado los antiguos terrenos fabriles del Vapor Nou, una fábrica dedicada a la producción de algodón, en unos jardines urbanos con un gran estanque central y una escultura de metal de 7 metros de altura en forma de dragón feroz, que convertido en tobogán hace las delicias de pequeños y mayores.

Museo Nacional de Arte de Cataluña

El Museo Nacional de Arte de Cataluña, además de estar ubicado en uno de los edificios más impresionantes de la ciudad, acoge una de las colecciones más completas del mundo con respecto al arte románico, y su fondo artístico es de un valor incalculable. Presidiendo una de las entradas de Montjuïc, se encuentra en un lugar privilegiado y guarda una de las riquezas culturales más importantes de la ciudad.

El palacio del arte medieval catalán

Situado en el parque de Montjuïc, el Museo Nacional de Arte de Cataluña nos saluda desde el imponente Palau Nacional, obra de Eugenio Cendoya y Enric Catà que se construyó para la Exposición Universal de 1929.
Este museo contiene la mejor colección de pintura mural románica del mundo, con muchas de las piezas procedentes de pequeñas iglesias rurales del Pirineo que tuvieron que ser rescatadas y trasladadas a fin de proteger el patrimonio catalán. Estas pinturas, posteriores al siglo XI, como las de Sant Quirze de Pedret o Santa Maria d’Àneu, poseen una originalidad y un valor único en todo el mundo.
Una de las obras maestras de esta colección son las pinturas del ábside de Sant Climent de Taüll, con el famoso Pantocrátor o Cristo en Majestad, indiscutible creación magistral del siglo XII y una prueba tangible de la fuerza creativa de la pintura catalana.

Una gran pinacoteca

El museo también acoge a los mejores artistas que representan el modernismo catalán, como Gaudí o Casas. Además, dispone de una colección de cuadros y piezas del periodo gótico y un fondo de pintores europeos del Renacimiento, como Tiziano o Velázquez. Del fondo contemporáneo que podemos disfrutar en su interior resaltan las obras artísticas de Solana, Dalí o Alfred Sisley. 
Los orígenes del recinto datan del año 1934, cuando el Museo de Arte de Cataluña abrió sus puertas con una colección medieval. Poco a poco se convirtió en el gran museo que es en la actualidad, y añadió la famosa sala de arte románico y finalmente, en el 2004, la colección de arte moderno.
Rodeado de naturaleza en un emplazamiento privilegiado, la variedad de sus colecciones a lo largo del tiempo nos puede acercar al placer de aprender mediante el arte. 

El Poble-sec

Ni muy lejos ni muy cerca del centro, el Poble-sec es un universo propio escondido tras el bullicioso Paral·lel. Adentrarse en sus calles tranquilas y con casas sencillas puede resultar toda una sorpresa. Este barrio, situado a los pies de Montjuïc, se está poniendo cada vez más de moda entre la gente joven que busca precios accesibles y un ambiente multicultural.

Un barrio popular

Como barrio multicultural y obrero, el Poble-sec mantiene un carácter popular y una cultura variada que abre las puertas a todos aquellos que se quieran acercar a visitarlo. Sus arterias principales son la calle de Blaique funciona como una pequeña rambla llena de bares y comercios por igual, y la plaza del Sortidor, donde tocaba en sus tiempos un joven Joan Manel Serrat y donde ahora se encuentra el centro cívico del barrio, muy activo en estos años.
La historia del Poble-sec se remonta a mediados del siglo XIX, cuando era un espacio sobre todo rural, con huertas y barracas de labradores que faenaban a la sombra de las faldas del Montjuïc. Hacia 1850 empezó a poblarse de familias, sobre todo inmigrantes, que ya no cabían en el Raval, atestado por aquellos tiempos. Considerado el primer ensanche de Barcelona antes de la reforma del Plan Cerdà, el Poble-sec todavía mantiene hoy en día calles estrechas y desordenadas que rebosan encanto.
Su nombre se debe a la instalación, también de finales del siglo XIX, de un gran número de fábricas textiles que consumían grandes cantidades de agua, por lo que acabaron con las existencias de un elemento, el agua, que siempre había sido muy abundante en la zona.

Ambiente multicultural

Además de la actividad industrial, al estar situado detrás del Paral·lel el Poble-sec también se ha asociado siempre al mundo del espectáculo. Con teatros tan emblemáticos como El Molino, el Apolo, el Condal y el Victòria, que proponen una oferta escénica amplia y variada, la vida cultural ha impulsado una nueva oferta gastronómica en el barrio. 

El parque de Montjuïc

Montjuïc es uno de los pulmones verdes de la ciudad de Barcelona y uno de sus mejores miradores. El pequeño mundo que acoge historia, jardines, museos, equipamientos culturales e instalaciones olímpicas lo convierte en un lugar único.La imponente colina que ocupa desde el barrio de Sants mira hacia el puerto y ofrece un paisaje impresionante de la ciudad.

Una colina con historia

Asentado sobre la colina que recorre el barrio de Sants y mira hacia el mar, Montjuïc ha sido testigo y escenario de múltiples hechos trascendentes en la historia de Barcelona. Su urbanización empezó a partir de la Exposición Universal de 1929. Tras los sucesos dramáticos de la Guerra Civil, en la que el castillo funcionó como prisión, el lugar cambió, y con los Juegos Olímpicos de 1992 la renovación fue total, y volvió a adquirir un carácter festivo y alegre para los barceloneses.
El nombre de la colina, de 177 metros de altura, ha sido un tema de controversia, ya que Montjuïc en catalán medieval puede traducirse como ‘monte de los judíos’, lo que está avalado por la existencia de un cementerio judío en la montaña.

Naturaleza, cultura y deporte

En este gran pulmón verde de la ciudad se encuentran numerosos jardines en los que pasear, descansar, jugar, hacer deporte o, simplemente, disfrutar de la naturaleza. El Jardín Botánico despliega su colección de plantas mediterráneas en un terreno marcado por fuertes desniveles que se convierte en un gran mirador. También se puede disfrutar de vegetación y buenas vistas en los jardines de Mossèn Costa i Llobera, especializados en cactus, y en los jardines de Mossèn Cinto Verdaguer, con una colección de flores de varias especies que lo hacen florecer todo el año. Los jardines de Laribal, con cascadas sorprendentes, esconden la popular Font del Gat, donde los barceloneses iban en el pasado a merendar los domingos. Y los jardines de Joan Brossa, unos de los más nuevos, se abren como un refrescante parque forestal salpicado de cojines musicales, juegos y tirolinas que hacen las delicias de los niños.
Repleto de instalaciones culturales y deportivas, como la Fundación Miró, el CaixaForum, las Piscinas Bernat Picornell o el Estadio Olímpico Lluís Companys, Montjuïc ofrece cultura, naturaleza e historia todo en uno. La Fuente Mágica o el Pueblo Español son también puntos de gran atractivo e interés para visitar dentro de un espacio natural enorme y lleno de rincones secretos por descubrir.

Les Corts

Entre la avenida Diagonal, llena de comercios, y el bullicio futbolístico del Camp Nou, el distrito de Les Corts se despliega como una Barcelona ajardinada para descubrir y perderse por ella, a medio camino entre el pasado rural y la elegancia de un barrio residencial.

Parques y jardines para perderse

Entre la avenida Diagonal, llena de comercios, y el bullicio futbolístico del Camp Nou, el distrito de Les Corts se despliega como una Barcelona ajardinada para descubrir y perderse por ella, a medio camino entre el pasado rural y la elegancia de un barrio residencial. 
El distrito de Les Corts ofrece la tranquilidad y la elegancia de la zona alta, a la vez que conserva un aire popular y rural. Originariamente, entre el siglo XII y comienzos del XIX, el territorio donde se asienta Les Corts se encontraba muy despoblado, con solo algunas masías agrícolas repartidas aquí y allí que se construían en torno a los torrentes que bajaban de Collserola. Situado al oeste de la ciudad, entre los municipios de Sants y Sarrià, se trataba de un territorio franco que no tenía municipalidad, sino que dependía directamente de la realeza. Eso explica la construcción, en la parte alta, del Real Monasterio de Pedralbes, ordenada por el rey Jaime el Justo en el siglo XIV, que lo ofreció como lugar de retiro a su esposa Elisenda de Montcada, que quería fundar un monasterio de monjas clarisas, y ubicado en un terreno que pertenecía a las Franqueses de Les Corts.
El territorio franco se convirtió en municipio en el año 1836, y mantuvo una vinculación estrecha con Sarrià, sobre todo eclesiástica, que venía de los siglos anteriores, ya que Les Corts no dispuso de parroquia hasta 1849, cuando se acabó de construir la iglesia de Santa Maria del Remei. Después, en 1897 fue anexionado a Barcelona, y se inició una progresiva urbanización de la zona. Hoy en día es un distrito de transición entre las clases más acomodadas de la parte alta y las clases medias de la Barcelona más tradicional, aunque todavía quedan algunos vestigios de la época rural, como la masía Can Rosés, hoy convertida en biblioteca. Lo que sí conserva de aquel origen rural, y quizá sea su mayor atractivo, son los parques y jardines que se despliegan en sus tres barrios: Les Corts, Pedralbes y Sant Ramon-Maternitat.
Rincones llenos de frescor
El más animado y popular es el barrio de Les Corts, con plazas y espacios auténticos y singulares donde disfrutar de la tranquilidad, como la plaza de Comas, donde el monumento del payés Pau Farinetes da una pista sobre el pasado agrícola del distrito.
El barrio de Sant Ramon-Maternitat dispone de espacios de gran importancia para la vida de los barceloneses. Uno de ellos es el Camp Nou, el estadio del Fútbol Club Barcelona, que convierte este barrio en una fiesta los días de partido, con una afición fiel que lo sigue en masa. Otro lugar de vital importancia es la Casa de la Maternitat, que esconde los jardines de la Maternitat, un gran parque salpicado de edificios modernistas en el que disfrutar del ambiente fresco y de la tranquilidad. Grandes áreas de césped se extienden a ambos lados de los anchos caminos de sablón que unen, de una manera muy armoniosa, tanto los pabellones modernistas como los accesos al recinto. En un extremo del distrito, en la linde del municipio de L'Hospitalet de Llobregat, se abre el nuevo parque de Can Rigal, unos jardines nuevos, bastante desconocidos y muy atractivos, que incluyen en su funcionamiento medidas de sostenibilidad y que son un lujo para todos los que deseen disfrutar del verde y la paz en medio de la ciudad. Yendo hacia la zona alta, en torno al Real Monasterio, el distrito de Les Corts acoge el barrio de Pedralbes, uno de los más selectos de la ciudad y en el que actualmente reside la burguesía más acomodada de Barcelona. En la Zona Universitaria, junto a la avenida Diagonal, encontramos dos de los jardines más bellos y curiosos de la ciudad: los jardines del Palacio de Pedralbes, llenos de encanto señorial, y el parque de Cervantes, especializado en el cultivo de rosas y que en primavera se convierte en todo un espectáculo para la vista y el olfato. En el distrito de Les Corts, perderse por los jardines y parques supone un viaje natural al pasado, a la vez que permite disfrutar de un paréntesis de armonía y verdor en medio de la urbe.

Zona Universitaria

La Zona Universitaria es una parte del distrito de Les Corts a ambos lados de la Diagonal. Llena de estudiantes, esconde dos de las zonas más bellas y tranquilas de la ciudad: los jardines de Pedralbes y el parque de Cervantes. Es el área de Barcelona donde se encuentra la mayoría de las facultades de la Universidad de Barcelona y de la Universidad Politécnica, lo que genera un movimiento característico en la avenida Diagonal.

Un gran campus

Yendo hacia el  área privilegiada de las clases altas de Les Corts, subiendo hacia Pedralbes, se encuentra, en plena avenida Diagonal, la llamada Zona Universitaria, ya que en sus alrededores se ubica el campus universitario más grande de la ciudad. En esta área, en medio de edificios de oficinas, hoteles y facultades, se ubican dos de los parques más emblemáticos de Barcelona, que merecen una visita obligada.

Jardines históricos

Los jardines de Pedralbes acogen en su interior el Palacio Real de Pedralbes, una antigua masía del siglo XVII. Originariamente, esta parcela formó parte de la enorme finca de la familia Güell, y hoy, además del palacio, el recinto también alberga un jardín de gran valor histórico. Por su proximidad a las instalaciones universitarias, estos jardines son muy concurridos por los estudiantes.  
Desde el año pasado, el interior del palacio se usa como recinto para la celebración del Festival de Música Jardines de Pedralbes, uno de los más importantes de la ciudad.
Otro jardín emblemático de la Zona Universitaria es el parque de Cervantes, diseñado por Lluís Riudor i Carol en los años sesenta, un recinto que dispone de más de 10.000 rosales de 220 variedades diferentes y amplios caminos para pasear, correr o simplemente sentarse a disfrutar de la tranquilidad y el silencio. 

Collserola

La sierra de Collserola, situada en el área metropolitana de Barcelona, es el pulmón verde en las afueras del centro de la ciudad y un lugar de esparcimiento para todos los que quieran disfrutar de la naturaleza. Dentro de la sierra se encuentra el parque natural de Collserola, que está considerado espacio protegido. Lleno de miradores, rutas, masías y espacios de ocio, Collserola es un lugar para disfrutar del aire puro y la naturaleza.

La sierra que abraza la ciudad

En medio del área metropolitana de Barcelona, extendiéndose a lo largo de cuatro distritos de la ciudad, se alza la sierra de Collserola, un bosque típicamente mediterráneo de pinos, encinas y robles y con una gran diversidad de fauna... y casi del núcleo urbano. Una escapada por la naturaleza a la que se puede acceder con los ferrocarriles de la ciudad o incluso en autobús, y un espacio natural de privilegio para los barceloneses que dispone de más de 8.000 hectáreas de verdor por las que es posible pasear, recorrer rutas en bicicleta, ir a los miradores, visitar lugares históricos y huir de la ciudad sin tener que desplazarse demasiado. Resulta sorprendente cruzarla de extremo a extremo para disfrutar de la amplia visión que ofrecen los miradores de cada lado: desde Torre Baró, en Nou Barris, casi parece que se puede tocar el Montseny, y desde el collado de Finestrelles, en Les Corts, la panorámica se despliega por una parte sobre la ciudad y hasta el Maresme y, por la otra, desde el aeropuerto hasta Martorell, dominando todo el Llobregat.
El parque natural de la sierra de Collserola está declarado espacio protegido desde el año 1987, y nueve municipios velan por su conservación y divulgación. Ir a los merenderos de Les Planes, recorrer el paseo de las Aigües o adentrarse en los bosques a buscar espárragos son postales típicas de la vida cotidiana de Barcelona.
A pesar de ser mayoritariamente un territorio virgen, la sierra de Collserola dispone de pequeños espacios de población residencial que pertenecen al distrito de Sarrià-Sant Gervasi y que constituyen las únicas áreas consolidadas como zonas residenciales en este sector de Collserola: justo por encima del paseo de las Aigües se encuentra Vallvidrera; más en el interior, en una ladera, se extiende el vecindario de las Planes, y, finalmente, la urbanización que rodea el Tibidabo, la más pequeña de esta parte de la sierra. Collserola está muy presente también en otros barrios de Barcelona, como Vallcarca-Els Penitents (en el distrito de Gràcia) o Sant Genís dels Agudells, Montbau y Horta (en el distrito de Horta-Guinardó).
Collserola supone una salida tan directa y tan al alcance que permite cambiar asfalto por tierra casi sin darse cuenta. Al lado mismo de Barcelona, el contacto con la naturaleza, con los bosques y los animales es directo.

Les Corts

Les Corts es el barrio residencial de la clase media por excelencia. Situado entre el bullicio obrero de Sants y la exclusividad de la zona alta, de su pasado rural y señorial quedan vestigios en forma de masías y casas novecentistas de gran valor arquitectónico. En medio de su paisaje heterogéneo, mezcla de industrialización, colonias obreras y grandes edificios de oficinas, encontraremos una curiosa combinación del pasado y el presente de Barcelona.

Un barrio tranquilo

Situado a medio camino entre el bullicioso Sants y la tranquilidad de la zona alta, Les Corts es un punto intermedio entre los dos extremos, con la calma que caracteriza los barrios de las clases acomodadas y la accesibilidad popular que mantiene desde los tiempos en que estaba habitado por colonias obreras, a principios del siglo XX, como, por ejemplo, la antigua Colonia Castells

Vestigios de un pasado rural

Parte de un antiguo municipio independiente que se anexionó a Barcelona en el año 1898, el barrio de Les Corts todavía conserva rincones escondidos de personalidad entre los grandes bloques residenciales. Eminentemente rural en sus inicios y con una parte señorial que se solía denominar Les Corts Velles, se pueden encontrar restos de este pasado en antiguos edificios señoriales y masías.
Las plazas de Can Rosés, de Comas y de la Concòrdia, situadas a lo largo de los ejes vertebradores transversales, son el corazón del antiguo núcleo, y esta última es la zona de todo el barrio que conserva más encanto, con la Antiga Farmàcia, del siglo XIX; la Pastelería Boages; el Fragments Cafè , y el palacete de 1897 donde se encuentra el Centro Cívico Can Deu

Sarrià - Sant Gervasi

El viejo Sarrià-Sant Gervasi, el distrito más residencial de Barcelona, conserva un aire de pueblo que lo convierte en un núcleo residencial exquisito y tranquilo. Rodeado de zonas verdes, se alinea a lo largo un Tibidabo lleno de edificios y espacios dedicados a la ciencia y a la diversión.

Donde conviven conocimiento y diversión

El distrito de Sarrià-Sant Gervasi es uno de los mayores de la ciudad. Un casco antiguo, con aspecto de pueblo, de calles estrechas y plazas pequeñas, rodeado de jardines, y que es, además, la puerta de acceso al gran parque natural de Barcelona, Collserola.
El viejo Sarrià-Sant Gervasi conserva aún todo el encanto tranquilo y señorial del lugar donde menestrales acomodados y burgueses instalaron sus palacios y casas modernistas. Al pie de la plaza de John F. Kennedy, mientras los ojos quedan cautivados por un espléndido edificio modernista, subir al Tramvia Blau transporta a un mundo de otra época, ya que a lo largo de poco más de un kilómetro por la avenida del Tibidabo sigue los pasos de la historia más reciente de la ciudad, de la Barcelona que quiso imitar a París con una gran avenida ajardinada que culminara con una iglesia, el Templo Expiatorio, parecido al Sacré Coeur. De la Barcelona que quiso ser como Londres, abriendo para los ciudadanos un gran parque de atracciones que se ha mantenido como uno de los puntos de ocio más destacados de la ciudad. De la Barcelona que ha dado nuevos usos a palacios, edificios y espacios, y ha integrado uno de los museos de la ciencia más modernos y que es un referente en toda Europa.

Poesía y naturaleza

Sarrià-Sant Gervasi es también las calles estrechas del antiguo barrio, por donde pasó y paseó el gran poeta J. V. Foix, calles que, casi sin que nos demos cuenta, se abren a un gran parque, Collserola, donde el asfalto de repente se convierte en tierra. Vale la pena subir en ferrocarril o incluso a pie y adentrarse en el mundo verde de la sierra de Collserola, con más de 11.000 hectáreas de extensión, donde se palpa la naturaleza. Allí se pueden ver, los días de primavera, jabalíes que pasean con aire majestuoso, se puede desayunar en las áreas de pícnic y se puede culminar con la visita a la montaña del Tibidabo, todo un referente de la diversión, y contemplar las mejores vistas de la ciudad desde las alturas.

El Tibidabo

Al Tibidabo lo llaman la montaña mágica y es la cima más alta de la sierra de Collserola. Desde arriba podemos disfrutar del Templo Expiatorio, del parque de atracciones, del observatorio y... si el día está despejado, subir al punto más alto de la montaña supone situarse en un mirador perfecto para ver incluso la isla de Mallorca. Una montaña a la que se puede subir en tranvía o en el funicular, que ha sido escenario de muchas fiestas para los ciudadanos y que ahora reivindica su papel como uno de los grandes ejes de la ciudad.

Una cima con historia

Con sus 512 metros, el Tibidabo es el punto más alto de la sierra de Collserola. Hoy en día es una de las zonas que configuran la memoria histórica de la ciudad, pero hasta el siglo XIX los ciudadanos no descubrieron una montaña, junto a la ciudad, que abría el camino hacia el pulmón verde de Collserola. Hasta aquel momento había sido guarida de bandoleros y un lugar de pasto de cabras.
La urbanización de la avenida del Tibidabo, con mansiones y casas señoriales, proyectaba también la creación de un parque de atracciones y una iglesia. Así, en 1902, cuando el parque ya estaba en funcionamiento, se edificó el Templo Expiatorio del Sagrat Cor, una iglesia de estilo neogótico que recuerda a la iglesia del Sacré Coeur de Montmartre, en París. La parte superior del templo está a 575 metros sobre el nivel del mar y permite observar las mejores vistas de toda Barcelona. En un día despejado, es posible ver la cordillera de la isla de Mallorca.

Cerca del cielo

Un punto tan alto fue el sitio ideal para construir un observatorio astronómico, el Observatorio Fabra, el cuarto más antiguo del mundo, que todavía funciona. Para sentirse un poco más cerca del cielo, el observatorio organiza, durante los meses de verano, cenas temáticas mientras se contemplan las estrellas.
Otro de los puntos imprescindibles del Tibidabo es el parque de atracciones, uno de los más antiguos de Europa, todavía en funcionamiento. Construido a principios del siglo XX, enseguida se convirtió en uno de los puntos de ocio más importantes para la gente de Barcelona. Las atracciones de los espejos, la Talaia —que ofrece vistas únicas de la ciudad—, el avión de 1928, el museo de los autómatas... hacen las delicias de grandes y pequeños y forman parte de la memoria de la ciudad.

La avenida del Tibidabo

Torres modernistas a ambos lados, una amplia avenida ajardinada, un parque de atracciones y el encanto del Tramvia Blau. La avenida del Tibidabo tiene todos los ingredientes para dejar boquiabierto a cualquiera que vaya a visitarla. Pasear por esta avenida, que no ha cambiado en más de cien años, es trasladarse a una época burguesa y señorial, de antiguos industriales acaudalados que quisieron recrear una avenida de París a los pies del Tibidabo.

El sueño del doctor Andreu

Una gran avenida de más de un kilómetro y medio de largo, con mansiones a ambos lados y jardines donde se pudieran instalar las familias con más poder económico de la ciudad, lejos de las cuadrículas de L’Eixample, de los bloques de vecinos y de las fábricas. Una avenida donde respirar el aire puro de la montaña y que imitara, en parte, las grandes avenidas parisinas... Un sueño que el doctor Andreu, un médico barcelonés que había hecho una fortuna con unas célebres pastillas contra la tos, llevó a cabo en 1897.
La avenida del Tibidabo no ha cambiado su fisonomía en más de cien años. Todavía se mantiene el diseño de ciudad ajardinada, ideado por el doctor Andreu, en el que se edificaron diferentes mansiones privadas, a ambos lados, para las familias más poderosas. La elegante avenida acaba en la plaza del Doctor Andreu y está conectada desde la parte baja hasta la parte más alta por un tranvía: el Tramvia Blau del Tibidabo. Subir es entrar en una página de la historia de Barcelona, en el capítulo en que los mejores arquitectos de la época modernista, como Josep Puig i Cadafalch, Joan Rubió i Bellvé, Enric Sagnier o Adolf Ruiz Casamitjana, construyeron residencias y mansiones, cada una más espectacular que la anterior, que competían en vistosidad y estilo: modernistas, neogóticas, medievalistas, novecentistas... sin límites. Desde la plaza del Doctor Andreu hasta la cima del Tibidabo sube el funicular, y allí se encuentran el Templo Expiatorio del Sagrat Cor y un gran parque de atracciones.

Jardins y mansiones de cuento

Desde la Rotonda, un antiguo hotel de cariz modernista y punto de partida del Tramvia Blau, se abre el camino para pasear por la avenida, primero por los jardines de la Tamarita, un oasis vegetal romántico abierto al público. La avenida continúa subiendo y encontramos la Casa Coll, el chalet Ignacio Portabella, la Roviralta, la Casa Fornells, la Casa Muley Afid —una mansión que hizo construir un sultán desterrado en Cataluña—, la Casa Muntades... hasta que llega a la Casa Evarist Arnús, El Pinar, una mansión neogótica parecida a un castillo de cuento de hadas que se ilumina por la noche y forma parte del paisaje de la montaña del Tibidabo.
No había límites en una avenida que reunió lo más importante de las familias de Barcelona. El afán demoledor de la época de los años setenta y ochenta respetó esta avenida, reconvertida en sede de universidades, colegios, consulados, agencias de publicidad y algún restaurante. Todos han conservado el esplendor del sueño del doctor Andreu. 

Sarrià

Con sus calles estrechas y sus casas de veraneo, Sarrià conserva aún un aspecto de pueblo que impregna plazas, rincones y tiendas. Es uno de los barrios con más zonas verdes de la ciudad, lleno de edificios modernistas, unos postres para recordar y... ¡unas patatas bravas para soñar! Sarrià sorprende con la tranquilidad de sus calles y también con un desafío para los más curiosos: encontrar el antiguo cementerio.

Espíritu de pueblo

El barrio de Sarrià conserva aún el aire de pueblo que entusiasmó a la burguesía catalana del siglo XIX: pequeñas calles y plazas que se vertebran en torno a la calle Major, aceras estrechas en calles para peatones y gente vecina que se saluda al pasar. Sarrià, por la influencia de los menestrales y burgueses que instalaron las casas de veraneo, fue una de las zonas más prósperas de Barcelona. Un esplendor que se manifiesta en el ámbito arquitectónico, con casas, muchas de las ellas modernistas, que se pueden ver en el casco antiguo, en el pasaje de Mallofré o en la plaza de Sant Vicenç.

Paseos dulces y poéticos

Cerca de la plaza de Sarrià encontramos la Casa Orlandai, el actual centro cívico del distrito, una joya modernista con unas decoraciones interiores y unos vitrales que merecen una visita e incluso un café en la terraza interior. Pasear por Sarrià no sería lo mismo sin detenerse a admirar el goloso escaparate de la pastelería Foix, toda una institución en el barrio. Con más de 125 años de historia, este establecimiento ha endulzado la vida de muchos barceloneses. El escritor J. V. Foix, hijo del fundador de la pastelería, cambió dulces por poemas y se convirtió en una de las mayores figuras literarias de las letras catalanas. Y de los pasteles a las patatas, porque en Sarrià, concretamente en el Bar Tomàs, en la calle Major, se comen las consideradas las mejores patatas bravas de la ciudad.
Sarrià fue un núcleo independiente hasta 1921, cuando se anexionó a Barcelona. A pesar de ello, Sarrià todavía mantiene su espíritu de pueblo independiente de la gran Barcelona. Paseando por sus plazas y calles, podemos prestar atención a casas y tiendas: susurran la historia de un pueblo que se mantiene fiel a su esencia. 

Gràcia

Gràcia es un distrito que abre sus calles y plazas a la multiculturalidad, a los artistas más cosmopolitas, a la música, al teatro y al cine, pero sin perder la esencia de pueblo orgulloso y diferente que reivindica su pasado. Una Gràcia con gracia.

Cultura y creatividad en cada rincón

El distrito de Gràcia es carismático, bullicioso, cosmopolita y bohemio. En Gràcia conviven vecinos de toda la vida con estudiantes de intercambio, gitanos que tocan en la calle con artistas bohemios que buscan inspiración, jóvenes y no tan jóvenes que se saludan por las plazas mientras hacen cola ante el cine más independiente. Es una gran familia, son los de Gràcia, y en el distrito hay sitio para todos.
El carácter independiente les viene de lejos, de cuando los terrenos que componen el actual distrito formaban parte de la antigua villa de Gràcia, formada como parroquia en el año 1628 e independiente desde 1856 hasta 1897. La parte alta del distrito, con los barrios de Vallcarca, el Coll y la Salut, que baja hasta la Vila de Gràcia y el Camp d’en Grassot-Gràcia Nova, tiene un origen básicamente rural. Algunas de las antiguas masías sobrevivieron y aún se pueden ver repartidas por el barrio de la Salut o por los alrededores del Park Güell. De las antiguas casas solariegas destacan Can Tusquets, una masía señorial catalana de influencia neoclásica rodeada de jardines que hoy es sede del convento de las Hermanas de Sant Josep de la Muntanya, y Can Xipreret, el actual Club de Tennis de la Salut, una sobria masía de la que se conservan el edificio y la fachada.

Artistas de ayer y de hoy

La cultura y la creatividad se encuentran en cada rincón. Tiendas, tiendecitas, estudios y centros culturales salpican unas calles de nombres floridos y poéticos, que desembocan en las decenas de plazas de la villa. La vida se articula a su alrededor en forma de pequeños escenarios de teatro doméstico.
En el distrito de Gràcia, la gracia se extiende por todas partes. Se extiende por la parte alta del distrito, donde un continuo hormigueo de visitantes sube y baja del Park Güell, los jardines soñados por el industrial Eusebi Güell y creados por el genio de Antoni Gaudí. Se extiende por el barrio de Gràcia, lleno de arte, cultura y vida, y de comercios inspirados que ofrecen creaciones de ayer y de hoy. Se extiende por sus fiestas, una cita ineludible donde la creatividad toma las calles y las plazas, que se convierten en pistas donde bailar, a ritmo de charanga. Y por la plaza del Raspall, de la Vila de Gràcia, donde nació la rumba catalana y donde los gitanos, orgullosos, tocan al ritmo del ventilador haciendo que los pies se muevan casi por sí solos. Y en sus terrazas hay mucho donde escoger, siempre abiertas para tomar el aire y disfrutar del ambiente... Dice la leyenda que, una vez se entra y te roba el corazón, es difícil dejar el distrito de Gràcia.

El Park Güell

Park Güell es Antoni Gaudí. Una de las obras más emblemáticas de este arquitecto, el sueño de un genio que se ha convertido en uno de los símbolos de la ciudad. No hay recuerdo, postal o fotografía que no incluya un dragón de cerámica y los bancos ondulados del mirador. El Park Güell, símbolo de la Barcelona modernista, invita a entrar en un mundo fantástico donde jardines y arquitectura se funden en un único paisaje. Gaudí es Barcelona.

Un paisaje onírico

Nada más pasar por la puerta principal, flanqueada por dos construcciones que parecen sacadas de un cuento de hadas, se entra en un mundo diferente, encantador, original..., un mundo donde arquitectura y jardín se funden y confunden en un paisaje onírico. El dragón de mosaico cerámico vigila a los visitantes, pendientes de cualquier detalle que descubrir: caracoles, setas, flores, hojas..., cada rincón, cada trocito de parque, es un descubrimiento.
Eusebi Güell, prohombre de la ciudad, quiso crear, a principios del siglo XX, una ciudad-jardín al estilo británico, un lugar donde la clase acomodada pudiera tener una residencia, de ahí el nombre de Park Güell. Se construyeron caminos, escalinatas, una plaza, un pabellón para el servicio e incluso una casa muestra..., pero el proyecto fracasó. En 1922, seis años después de la muerte de Eusebi Güell, el Ayuntamiento de Barcelona compró los terrenos y convirtió el lugar en un parque público, el más singular de la ciudad.

La ondulación de la naturaleza

La imaginación desbordante de Antoni Gaudí está presente en cualquier rincón del parque, con elementos que sorprenden a los visitantes, que llegan de todo el mundo. El dragón de cerámica de la entrada da paso a la sala hipóstila, un espacio abierto de 86 columnas de estilo dórico que tenía que acoger el mercado de la ciudad-jardín. La plaza, que nace directamente de la montaña, escenifica la unión entre naturaleza y arquitectura y está delimitada por un banco ondulante de mosaico cerámico, diseñado por un discípulo de Gaudí, Josep Maria Jujol. Desde este banco, suavizado por las ondulaciones, hay una de las mejores vistas de la ciudad.
No solo el banco serpentea, lo hacen también los caminos, los porches y los viaductos. Huyendo de las líneas rectas, Gaudí imaginó una arquitectura en consonancia con la vegetación y la naturaleza, en una simbiosis entre la piedra y el verde.
Ante el fracaso del proyecto, y visto que no se vendería ninguna casa, el propio Gaudí vivió en la casa muestra hasta 1926. Actualmente es la sede del Museo Gaudí y se pueden ver dibujos, maquetas y mobiliario diseñados por él mismo.
Cuando Antoni Gaudí obtuvo el título de arquitecto, el rector de la Universidad, Elies Rogent, dijo: “Hemos dado un título a un genio o a un loco, solo el tiempo lo dirá”. Y el tiempo ha dado su veredicto: la genialidad de Gaudí, que muestra de manera impecable el Park Güell, es, desde 1984, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco

El Camp d'en Grassot

Fronterizo con los barrios de L'Eixample de Barcelona, con su ordenación cuadriculada, sobresale el barrio del Camp d'en Grassot, en el distrito de Gràcia, un lugar que todavía conserva muchos de los rasgos que lo caracterizan. La antigua fábrica de La Sedeta se levanta, ahora reconvertida en centro cívico, para recordar el pasado industrial de Barcelona, donde campesinos y obreros convivían en uno de los barrios más populares, que tuvo uno de los primeros clubes de fútbol de toda Barcelona.

Un barrio entre torrentes

Marcado por una fuerte presencia industrial, el barrio del Camp d’en Grassot destaca por la gran cantidad de industrias, de baldosas y textiles, que se instalaron en la zona en busca de los torrentes de aguas subterráneas necesarios para hacer funcionar la maquinaria.
La antigua fábrica de La Sedeta, que fue la protagonista del bum industrial y demográfico del Camp d’en Grassot, es hoy un centro cívico y un instituto, aunque todavía conserva el magnífico recinto industrial, un buena muestra de la arquitectura de las fábricas de la Barcelona de principios del siglo XX. La presencia de una gran comunidad obrera propició el crecimiento del tejido asociativo del barrio, y uno de los elementos de los que se tiene más memoria popular es el Club Europa, uno de los primeros equipos de fútbol creados en Barcelona.

Con nombre propio

El Camp d’en Grassot tiene un origen básicamente rural, y fue Jeroni Grassot, al que el barrio debe el nombre, con sus hijos Romà y Dolors, quien inició su urbanización en el año 1860 y lo adaptó al Plan Cerdà de L’Eixample. Los campos de cultivo se vendieron para edificar pisos que acogieran a los obreros que trabajaban en las fábricas de la zona y el barrio creció rápidamente.
Hoy en día, es una zona tranquila y agradable para vivir que se extiende entre las calles de Bailèn, del Rosselló, de Sardenya y de Pi i Margall y la Travessera de Gràcia. Allí, igual que en el resto del distrito, la creatividad y la alegría popular están siempre presentes. El ambiente festivo estalla la primera quincena de agosto, cuando el Camp d’en Grassot celebra su propia fiesta mayor.

La vila de Gràcia

Popular, activo, multicultural, extrovertido..., Gràcia es un oasis dentro del vértigo ciudadano. Es más que un barrio, es un pueblo con una identidad propia que reivindica su pasado y que ha hecho de sus fiestas una cita obligada para todos. Una gran vida comercial, tiendas de artesanos y diseñadores y una amplia oferta de ocio y de gastronomía completan el panorama de un barrio que, a ritmo de guitarra y palmas, vio nacer la rumba catalana.

El espíritu de Gràcia

La Vila de Gràcia es uno de los barrios con más carisma de la ciudad de Barcelona. Conserva aún sus calles pequeñas y estrechas, de núcleo rural, articuladas en torno a los torrentes que atravesaban la zona, y sus habitantes proclaman orgullosos su pertenencia a Gràcia y el espíritu gracienc, que cada verano se reaviva en las fiestas más populares de Barcelona. La Vila de Gràcia es un placer para pasear y para mirar. Las tiendas más creativas se reparten por todas sus calles y la cultura de la terraza se establece en todas las plazas de la antigua villa, y son muchas. Cualquier momento del día, y de la noche, es el adecuado para parar, sentarse en una terraza y mirar la vida pasar por Gràcia.

Pasado y presente

Hasta el siglo XVII, este barrio no pasaba de ser unas cuantas masías aisladas, tres conventos de religiosos y alguna torre que la burguesía había construido como casa de veraneo. La entrada del siglo XIX trajo la industrialización, y Gràcia se volvió importante, ya que aportaba terrenos libres para poder edificar e instalar industrias. Fue el momento en que Gràcia empezó a reclamar su independencia, y la consiguió hasta tres veces: en 1821, en 1828 y en 1849. La villa de Gràcia se anexionó definitivamente a Barcelona en 1897, pero años antes se había construido la gran arteria que uniría el centro de la ciudad de Barcelona con una villa en plena expansión: el paseo de Gràcia, que aprovechaba el antiguo camino que unía ambos núcleos.
Pero no todo era industrialización en la villa de Gràcia. Durante más de dos siglos, el trato del ganado estuvo en manos de la comunidad gitana, asentada en los alrededores de la plaza del Raspall. Una comunidad de gitanos bienestantes que, al igual que los vecinos de Gràcia, articulaban su vida alrededor de las plazas y las calles. Un crisol que mezcló los ritmos flamencos con los sonidos cubanos y de salsa que provenían de los inmigrantes americanos. El resultado: la rumba catalana, un estilo musical típicamente de Gràcia.

De plaza en plaza

Gràcia son muchas Gràcies. Es la modernista que vio los primeros edificios del arquitecto Antoni Gaudí, como la Casa Vicens, cerca de la plaza de Lesseps; es la de otras plazas emblemáticas, como la de la Virreina, la del Diamant —que Mercè Rodoreda convirtió en novela—, la plaza del Sol, con su multiculturalidad, o la plaza de la Revolució, republicana y liberal; es también la de la Gràcia gitana de la rumba catalana, la de los teatros independientes como el Lliure; la que es capaz de mezclar al vecino de barrio con la modernidad más bohemia de los artistas que se instalan en sus talleres. Gràcia es pasear por Gràcia, adentrarse en un mundo de tiendas curiosas, de nuevas artesanías, de diseños de ayer y de hoy, recrearse en las casas señoriales, tomar el fresco en las plazas o ver una película de arte y ensayo... de día o de noche. Siempre hay algo que hacer en Gràcia.

Horta-Guinardó

Al pie de la sierra de Collserola, el distrito de Horta-Guinardó es un gran mirador sobre la ciudad. Siempre ha disfrutado de gran fertilidad y de abundancia de agua, incluso con actividades económicas relacionadas con el líquido elemento. Las antiguas masías y las zonas verdes actuales son su tesoro y el vivo reflejo de esa riqueza.

El legado del agua

Zigzagueando entre valles y colinas del noreste de la ciudad y adentrándose en la sierra de Collserola, el distrito de Horta-Guinardó es el tercero más extenso de Barcelona. Zona de pasado rural y de abundante vegetación, disfruta de vistas sorprendentes desde los numerosos miradores que ofrecen sus barrios, como por ejemplo en la cordillera de los Tres Turons.
 Su historia milenaria —representada en el barrio de Sant Genís dels Agudells y su iglesia románica— tiene como punto de interés los alrededores del antiguo núcleo rural de Horta, que se extendía por la actual Vall d’Hebron, antiguamente conocida como Vall d’Horta, y que fue integrando los once barrios que conforman el distrito.
 Alejado del centro neurálgico de la ciudad, el crecimiento industrial y poblacional de Horta-Guinardó fue lento, y tradicionalmente ha ido muy ligado a la abundancia de agua que había en la zona, hasta el punto de que la parte antigua del actual barrio de Horta se hizo conocida por la enorme industria de lavanderas que hubo a principios del siglo XX. Otro ejemplo de actividad económica relacionada con el agua fue la de la distribución y venta de agua de la Font d’en Fargues, de gran renombre en el transcurso del siglo XX.

Entre colinas y valles fértiles

La ingente industrialización que se produjo en Barcelona en las postrimerías del siglo XIX no llegó a Horta hasta los años cincuenta del siglo XX, y durante todo ese tiempo la zona mantuvo su aire rural e independiente, que aún conserva. Un ejemplo de este hecho es el actual barrio de la Clota, que es un lugar con una característica fisonomía agrícola. Gracias a ello, y al orgullo de sus vecinos, algunas de las masías de payés y casas señoriales de aquellos tiempos, como Can Cortada, Can Fargas, Can Soler o Can Baró, entre otras, todavía se mantienen en pie reconvertidas en espacios de usos bien variados.
Hoy en día, el casco antiguo de Horta, con sus callejuelas y el aire de pueblo, pero con una zona de ensanche modernista, es de los barrios más animados y comerciales del distrito.
Otros barrios muy populares y que ofrecen un conjunto único son los del Carmel, Can Baró y la Teixonera. Situados en el área de influencia de las faldas del Turó del Carmel, respiran el ambiente popular y sencillo que le imprimieron sus residentes, pero también las familias venidas de diversos lugares de España después de la posguerra: casas pequeñas que se alinean por calles empinadas, placitas con bares y parques verdes llenos de vida, entre los que destaca el conocido mirador del Turó de la Rovira, desde donde se contempla una de las mejores vistas de la ciudad, de 360 grados sobre Barcelona.
Más arriba, en el paseo de la Vall d’Hebron, junto a Montbau, se encuentra una de las joyas más importantes de Horta-Guinardó: el Laberint d’Horta, un espacio de retiro natural y un lugar histórico de gran importancia para Barcelona, no en vano fue el primer parque que se hizo en la ciudad, en el siglo XVIII.
El Guinardó y el Baix Guinardó, situados al pie del distrito, antiguamente pertenecían al pueblo de Sant Martí. Son barrios fértiles, con una historia repleta de episodios muy interesantes, como por ejemplo el del papel del Mas Guinardó en el transcurso de los hechos de 1714. Hablamos de un área de destacadas zonas verdes, como el magnífico parque de las Aigües, el del Príncep de Girona, el del Guinardó o los jardines de Frederica Montseny.
Dentro del distrito de Horta-Guinardó, como se ha mencionado, podemos encontrar aún las reminiscencias de un pasado rural no tan lejano: las casas bajas, las calles estrechas, los parques, las masías y los vecinos ajenos al bullicio del resto de la ciudad, que se pueden permitir el lujo de mirar a los demás barceloneses desde las alturas.

Sant Pau Recinto Modernista

Uno de los centros sanitarios más importantes de Barcelona y esenciales del modernismo, el Hospital de Sant Pau, declarado Patrimonio Mundial por la Unesco, traslada al visitante a una comunión entre arquitectura e historia que no deja indiferente a nadie. Obra del arquitecto Lluís Domènech i Montaner, el Recinto Modernista se ha convertido en un nuevo espacio de referencia de la ciudad de Barcelona, en el que conviven historia e innovación.

El hospital modernista

Heredero de la instalación sanitaria de 1401 en el barrio del Raval, el Hospital de la Santa Creu i Sant Pau fue creado a finales del siglo XIX por el arquitecto Lluís Domènech i Montaner. Tanto como equipamiento de salud como por su valor arquitectónico, se trata de uno de los lugares modernistas más extraordinarios de Barcelona.
Considerado el mayor recinto modernista de la arquitectura catalana, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1997. La inspiración neogótica de sus doce edificios dispone de una gran profusión de cerámica y una amplia iconografía muy valorada, en la cual se muestra el sentimiento religioso del autor. Los criterios generales que se siguieron para construir los doce pabellones fueron la transversalidad en la estructura, la iluminación, la ventilación y también la decoración de las salas.

Un patrimonio por descubrir

Después de más de ocho décadas de actividad sanitaria en el Recinto Modernista, en el 2009 una ambiciosa transformación trasladó el hospital a unas nuevas instalaciones situadas en el extremo norte del recinto, y los pabellones históricos se reutilizaron como lugar de investigación y patrimonio histórico.
Espacio de memoria, el Recinto Modernista acoge en la actualidad un centro de investigación y conocimiento formado por instituciones relacionadas con la salud, la educación y la actividad sanitaria. Además, el pabellón de la Administración cuenta con el Archivo Histórico del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau, uno de los fondos documentales más antiguos de Europa, con documentos que van desde el siglo XV, cuando el hospital se encontraba en el Raval, hasta el siglo XX. Como sede de acontecimientos culturales y educativos, el Hospital de Sant Pau es una visita única que invita a recorrer décadas de ciencia, historia y arquitectura de Barcelona.

Los Tres Turons

Los Tres Turons permiten ver todos los barrios de Barcelona que se extienden hasta el mar desde las alturas. Formados por las colinas del Coll, el Carmel y la Rovira, ofrecen las mejores vistas de la ciudad y una mezcla poco común entre urbanismo y naturaleza. La batería antiaérea del Turó de la Rovira, el parque del Guinardó, el parque de la Creueta del Coll..., los espacios creados dentro de los Tres Turons ofrecen tranquilidad y verdor dentro de la ciudad.

Un pulmón verde

Aunque quedan separados de la sierra de Collserola por el entramado urbano, los Tres Turons parecen una prolongación de esta sierra que se adentra en la ciudad. Habitados desde tiempos antiguos, con masías y huertos, en los alrededores crecieron poblaciones que se convirtieron en barrios y que actualmente son las mejores puertas de entrada a este pulmón verde en medio de la ciudad, como los del Guinardó, la Font d’en Fargues, Can Baró y el Carmel.

Miradores y refugios

A lo largo del siglo XX, estos barrios, que forman parte de los Tres Turons, se urbanizaron enormemente y acogieron una importante cantidad de población inmigrante, para acabar convirtiéndose en los encantadores barrios que son hoy en día, de callejuelas escarpadas, zonas ajardinadas e impresionantes vistas desde numerosos rincones. Como están situados en colinas, disponen de numerosos miradores, como el del Turó de la Rovira (ahora en obras), con una altitud de 269 metros y donde se pueden encontrar los restos de la batería antiaérea que se instaló durante la Guerra Civil Española.
Uno de los parques más emblemáticos de los Tres Turons es el del Guinardó, un espacio perfecto que cada fin de semana se llena de familias que quieren disfrutar de la naturaleza. Los variados árboles y la conocida Fuente del Cuento, donde, según se dice, muchas parejas se encontraban de manera clandestina, hacen de este parque un refugio de paz.
La vida de pueblo que mantienen estos barrios, con sus pequeños comercios y sus vecinos de carácter abierto y sencillo, manifiesta el gusto más auténtico de la Barcelona popular. Las zonas verdes con parques que nos acercan a la naturaleza y las impresionantes vistas desde sus elevaciones son un privilegio para todo el que quiera conocer la ciudad a fondo.

Nucli antic d'Horta

Pequeñas casas bajas y callejuelas, tranquilidad e incluso silencio. En el casco antiguo del barrio de Horta, sus vecinos y vecinas han sabido conservar el ambiente de pueblo que siempre ha tenido el barrio. La plaza de Eivissa es el centro de este pequeño casco antiguo y el foco de la vida social del barrio, y une la red de calles con más historia. Los paseos tranquilos y la cocina tradicional son todo un placer en este punto de Horta-Guinardó.

El corazón de un antiguo pueblo

En la parte de Horta, bajo la ronda de Dalt, se encuentra el casco antiguo del barrio, donde los comercios se concentran en torno al eje comercial del Cor d’Horta i Mercat. En él se encuentran algunas calles conocidas que conservan su estilo de pueblo con casitas bajas y jardín. Este es el caso de las calles de la Galla, Rajoler o Sanpere i Miquel, entre otras. El epicentro que une todas estas callejuelas es la plaza de Eivissa, que últimamente ha sido ampliada para el disfrute vecinal y donde se desarrolla gran parte de la vida del barrio, un rincón delicioso con bares, terrazas y zonas de estancia y de juego para los más pequeños.
Muy cerca de esta zona se encuentra Can Mariner, una imponente masía del siglo XVII —hoy una biblioteca especializada en teatro—, que refuerza el aire rural de esta zona.
Adentrándose un poco más por las callejuelas, se llega a la plaza de Santes Creus, que antiguamente fue la plaza mayor de Horta y que todavía conserva el edificio que había sido la sede del distrito. Hoy en día acoge diferentes servicios municipales.

Tesoros sorprendentes

Horta, además, tiene otro tesoro escondido: su ensanche, que se amplió entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, en el que se pueden encontrar diversos ejemplos de arquitectura modernista.
Un comentario aparte merecen las vías que componen el núcleo comercial de la zona: las calles de Lisboa, Tajo, Baixada de la Plana y Dante forman un conjunto encantador de comercios con productos de calidad a buen precio. Pasear una mañana por estas calles, ya sea comprando o mirando, puede ser como un agradable viaje al pasado.
Si se baja un poco más, se llega a la parte histórica más interesante de toda la zona: la calle de Aiguafreda. Entre el siglo XVII y principios del XX, el barrio disfrutaba de una afluencia de agua en grandes cantidades, de manera que una de las industrias que mejor funcionó fue la de las lavanderas, muy reconocidas en toda Barcelona. En esta calle todavía se conservan las casas de finales del siglo XIX, con los lavaderos donde se limpiaba la ropa de las familias de las clases acomodadas, que estas enviaban desde todos los puntos de la ciudad.

Nou Barris

El variado y extenso distrito de Nou Barris, la Barcelona inexplorada a los pies de Collserola, acoge numerosos espacios verdes de los que disfrutar y una intensa vida vecinal y cultural que se mueve a un ritmo independiente del resto de la ciudad.

Espacios para sorprenderse

Nou Barris ofrece una de las caras de Barcelona más inexploradas y llenas de sorpresas. Situado en el extremo norte de la ciudad, entre la sierra de Collserola y la avenida Meridiana, y tocando al distrito de Sant Andreu, el de Nou Barris es un distrito con calles de estructura empinada e irregular y lleno de zonas verdes alejadas del bullicio. Por todas partes se combinan avenidas interminables con pequeños callejones y bares de toda la vida, con vecinos llegados de los lugares más variados del mundo que forman una mezcla curiosa y diversa.
A raíz de la gran transformación que ha vivido la ciudad a lo largo de las últimas décadas, el distrito de Nou Barris se ha convertido en una muestra del nuevo urbanismo de Barcelona, con modernos espacios y equipamientos como el Parque Central, Can Dragó y las Cocheras de Borbó, que conviven con elementos históricos patrimoniales, como los acueductos, el Rec Comtal, la Casa del Aigua, el Castillo de Torre Baró o la iglesia de Santa Eulàlia de Vilapicina, entre otros.
El crecimiento poblacional e industrial de Nou Barris fue tardío en comparación con el del resto de la ciudad, y no fue hasta los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo XX cuando empezó a expandirse como punto de acogida para la inmigración obrera de esa época. Los vecinos de Nou Barris siempre se han conocido por su carácter luchador. El distrito posee un movimiento social arraigado, un asociacionismo vecinal que se inició durante la dictadura franquista y se hizo fuerte durante la transición. Un movimiento que se convirtió en el motor de transformación del barrio para incorporarlo a la ciudad. Así, el tejido asociativo ha contribuido al desarrollo de una dinámica social de carácter vecinal integradora y cohesionadora. Esta conciencia social se refleja en la riqueza cultural de Nou Barris, que recoge aportaciones de todas partes y genera propuestas culturales singulares e innovadoras, como el Ateneu Popular 9 Barris, referente del mundo del circo de la ciudad.

Todo un mundo por explorar

En el norte, la orografía montañosa de calles empinadas y enormes zonas verdes esconde barrios todavía más inexplorados: Canyelles, Roquetes, Torre Baró, Can Peguera... Rincones de la ciudad que conservan el ritmo de vida pausado y pequeños fragmentos de la historia de nuestro país, y en los que es posible disfrutar de recorridos gastronómicos a precios populares nada fáciles de encontrar en otros lugares de la ciudad.
La parte sur limita con el distrito de Horta-Guinardó, ya que gran parte de los barrios que hoy en día forman Nou Barris constituían históricamente los alrededores de los antiguos municipios de Horta y Sant Andreu de Palomar. Al igual que Horta antes de su expansión como zona obrera, Nou Barris era un espacio rural poblado de masías, como Can Basté o Can Verdaguer, que todavía se conservan. Muy cerca, los barrios de la Guineueta, Verdum, Torre Llobeta y Vilapicina esconden plazas y rincones de la Barcelona obrera más auténtica.
Uno de los ejes comerciales más importantes del distrito es la Vía Júlia, conocida como la rambla de Nou Barris, que acoge comercios, bares y pequeñas tiendas a su alrededor. Muy cerca se encuentran el paseo de Verdun y el paseo de Fabra i Puig, dos de las arterias donde se hace más vida de barrio y en las que todavía podemos disfrutar de algunas tascas y restaurantes auténticos en los que comer bien y barato es posible.
Las zonas verdes más conocidas de Nou Barris son el parque de la Guineueta y el parque del Turó de la Peira. Cabe destacar especialmente el Parque Central de Nou Barris, un enorme espacio verde único en toda la ciudad por su tamaño y su riqueza natural. Además, en el parque se encuentra el edificio del antiguo Hospital Mental de la Santa Creu, construido por el arquitecto Josep Oriol Bernadet en el siglo XIX y que actualmente acoge la sede del Distrito y otras dependencias municipales, como la biblioteca, la Guardia Urbana, etc.

Parque Central de Nou Barris

El parque Central de Nou Barris es uno de los mayores de la ciudad y una zona verde incomparable, con más de una treintena de especies de árboles diferentes. Gracias a su situación y dimensiones consigue que nos sintamos en plena naturaleza dentro de la urbe.El parque acoge en su interior algunos edificios de innovación, como el Fòrum Nord de Tecnologia, y otros más tradicionales, como las masías de Can Carreras y Can Ensenya.

Naturaleza urbana

Chopos, acacias, magnolias... El pulmón verde del parque Central de Nou Barris ofrece un enorme paraje donde estar en contacto con la naturaleza y demuestra que relajarse cerca de un lago en medio de la ciudad es posible.
Diseñado por Carme Fiol y Andreu Arriola, el parque se inauguró a finales de los años noventa, y dentro de las casi 18 hectáreas se pueden encontrar múltiples rincones agradables, así como edificios de servicio para el barrio; el antiguo Hospital Mental de la Santa Creu de finales del XIX es hoy en día un recinto con un gran movimiento y la sede de la Biblioteca Popular, el Archivo Municipal y el Consejo Municipal de Nou Barris.

Lagos y antiguas construcciones

Los dos lagos cortados por el paseo de Fabra i Puig son otro de los atractivos de este parque y atraen a muchos vecinos y niños para jugar y pasar un rato de tranquilidad. Las más de 30 especies de árboles y las 130 palmeras que hay proporcionan un lugar donde aprender y relajarse.
El antiguo acueducto Dos Rius, que pasa por encima del lago y une el distrito de Nou Barris con Horta-Guinardó, y también las antiguas masías de Can Carreras y Can Ensenya, guardan una parte de la historia del barrio que se puede disfrutar al aire libre.

Sant Andreu

El distrito de Sant Andreu es como sus vecinos: carácter, lucha y un profundo respeto por las tradiciones. De los Tres Tombs al Esclat y tantas otras fiestas, la tradición marca el rumbo de un antiguo pueblo que, anexionado a Barcelona, aún mantiene su espíritu.

Tradiciones para dejarse llevar

La memoria de la ciudad pasea y se toma un café por los barrios de Sant Andreu. El distrito mantiene un carácter tradicional y un sentimiento de pueblo que conserva entre sus calles antiguas y empedradas, las plazas con soportales y los comercios centenarios. En él se esconden restos romanos, y se pueden descubrir sólidas masías que hablan de un pasado rural, de un pueblo que se convirtió en núcleo urbano y que acabó siendo parte de la gran Barcelona actual. Pero es también un pasado industrial que evoca luchas obreras, sindicalismo y apoyo vecinal, y que ahora se recupera para la ciudad abriendo recintos como el parque de la Pegaso, en la Sagrera; la fábrica de creación Nau Ivanow, o la Fabra i Coats, antigua sede de una filatura con 30.000 metros cuadrados de antiguo uso industrial que han pasado a ser de uso público, y que incluye, entre otras, la Fábrica de Creación y el Centro Cultural Can Fabra.

El orgullo andreuenc

Sant Andreu son sus vecinos y sus tradiciones, raíces que no se quieren perder ni esconder bajo capas de hormigón y que los ciudadanos se encargan de reclamar, como los edificios centenarios de la calle Major, donde se alzan orgullosas algunas joyas arquitectónicas, como la modernista Can Guardiola o la Casa Bloc, obra maestra del racionalismo catalán. Tradiciones que pasan de padres a hijos también con orgullo, como los Tres Tombs, la romería de carrozas de Sant Antoni, una de las más antiguas de Barcelona y la primera del calendario anual, en la que se bendicen los animales y se lanzan toneladas y toneladas de caramelos. Y el Esclat Andreuenc, con la comparsa de los trabucaires de Sant Andreu, que llena de ruido las calles del barrio y despierta a la ciudad entera con los tiros de sus trabucos. ¡Sant Andreu es trabuco!

La Sagrera

La Sagrera es un barrio de contrastes. El casco antiguo, acogedor y pequeño, queda medio escondido por los altos bloques que flanquean la avenida Meridiana, una de las principales arterias de la ciudad. De su origen sagrado este barrio conserva una paz y una tranquilidad que contrastan con el bullicio del distrito de Sant Andreu.

Los terrenos sagrados
El origen del barrio de la Sagrera es bastante curioso: eran los terrenos sagrados que rodeaban las iglesias y se encontraban bajo la protección del clero. Cuando la Sagrera era un núcleo rural, los campesinos guardaban las cosechas en los depósitos de la iglesia, denominados sagrers, porque como era un espacio sagrado estaba protegido de guerras y saqueos. La conciencia de barrio popular y trabajador se ha mantenido a lo largo de los años.
La industrialización trajo a la Sagrera fábricas como la Pegaso, hoy reconvertida en un parque municipal; la desaparecida Farinera L’Esperança, o la fábrica de pinturas Ivanow, que después de alojar varias empresas hoy en día es un centro de arte y creación, la Nau Ivanow.
Son rastros de una época industrial que va íntimamente ligada al crecimiento de la avenida Meridiana, la arteria que atraviesa el barrio. 15 Sus altos bloques de viviendas, algunos de más de quince pisos de altura, son fácilmente identificables y se han convertido en un icono de esta entrada a la ciudad de Barcelona.
Los tesoros del barrio
Pero la Sagrera esconde un casco antiguo pequeño y aseado tras los bloques de hormigón; un espacio que, articulado en torno a la plaza de Masadas, es un refugio de paz que todavía mantiene la tranquilidad de un barrio muy familiar. La plaza de la Assemblea de Catalunya y el parque de los Jardins d’Elx ofrecen un espacio verde y abierto al barrio.
Es una oportunidad para contemplar y disfrutar un centro histórico que ha desvelado tesoros, como los restos romanos encontrados mientras se excavaba para las obras de la nueva estación de trenes, una de las más grandes de Europa.

Sant Andreu

Sant Andreu conserva, orgulloso, su carácter de pueblo independiente. La historia de este barrio combativo y reivindicativo se puede recorrer mediante los edificios de las grandes industrias, ahora recuperadas como centros culturales, pero también en sus fiestas populares. Los de Sant Andreu, según dicen, tienen los mejores Tres Tombs, y también el Esclat Andreuenc. ¡Trabucaires, despertad a los vecinos!

Mucho más que un barrio

Si se tuviera que definir el carácter de Sant Andreu en dos palabras, estas serían tradiciones y lucha. Y, en el centro, los vecinos. Sant Andreu es un barrio de vecinos, donde las asociaciones centenarias, la intensa vida social, la gente que se saluda por las calles, el comercio de proximidad... hacen vida de barrio. Mantiene un poso de pueblo que todavía está muy vivo en la plaza de Orfila y en el centro histórico, lleno de callejones entrañables y de comercios centenarios, como los que encontramos en la calle Gran de Sant Andreu.
Pero Sant Andreu esconde muchos más tesoros. Algunos, aunque no se pueden ver, están documentados y remiten a la época romana, como los restos del acueducto que servía al Rec Comtal, el gran canal de agua que cruzaba toda Barcelona. Otros, que sí se pueden ver, como la masía Can Carasses, hoy Escuela Ignasi Iglésias, hablan del pasado agrícola de Sant Andreu, encargado de abastecer la Barcelona del siglo XVII. Y los que más explican un pasado industrial importantísimo, el del siglo XVIII, con las hilanderías Fabra i Coats, ahora ―y fruto de una larga reivindicación vecinal― convertida en un espacio industrial recuperado, con 30.000 metros cuadrados reconvertidos para el uso público y que incluye la  Fabra i Coats-Fábrica de Creación , el Centro Cultural Can Fabra, la Biblioteca Ignasi Iglésias; el Casal de Barrio de Sant Andreu; el espacio social y cultural Josep Bota, y la plaza de Can Fabra.
El modernismo también dejó su huella en Sant Andreu, con fincas como Can Guardiola, hoy el hotel de entidades, o Can Vidal. Así como el racionalismo, con una joya arquitectónica contemporánea,  la Casa Bloc, un encargo de 1932 de la Generalitat republicana que trae a arquitectos de todo el mundo a estudiar su estructura.

Fiestas y tradiciones

Sant Andreu es un barrio que mantiene muy arraigadas las tradiciones y que ha convertido sus fiestas en una cita ineludible para todo el mundo. Es el primer barrio que celebra la fiesta de los Tres Tombs en Barcelona, con la bendición de animales domésticos. Desde la plaza de la Orfila sale un pasacalle de carrozas y carros arrastrados por caballos y bueyes, desde los que se tiran toneladas de caramelos al público.
Y de los caramelos pasamos a los trabucos, porque hay otro pasacalle que llena de orgullo a los vecinos de Sant Andreu. Se trata del Esclat Andreuenc, en el que una colla de trabucaires despierta al barrio con los tiros de sus trabucos.
Sant Andreu es pasado, pero también presente y un futuro que las asociaciones y los orgullosos vecinos de este barrio se encargan de mantener

Sant Martí

Junto al mar, chimeneas omnipresentes dan la bienvenida al distrito de Sant Martí recordando su pasado industrial. Una industria que ha dado paso a la innovación y a las nuevas tecnologías y ha convertido el distrito en el motor de la nueva Barcelona

Nuevas ideas con vistas al mar

Nombres como la Farinera o Ca l’Aranyó, que remiten a antiguas fábricas, dan una idea de cómo había sido el barrio de Sant Martí. Las chimeneas, algunas ocultas en un juego de pistas que vale la pena descubrir, hablan de un pasado industrial que convirtió estos barrios en el núcleo fabril de la ciudad. Un núcleo que dio la espalda al mar durante mucho tiempo, pero que ahora ha recuperado su esencia más mediterránea.
El Poblenou o el Clot aún conservan mucho de ese pasado obrero y revolucionario, pero los barrios de callejuelas estrechas, de plazas pequeñas y escondidas, se abren ahora en grandes avenidas, en amplias calles que miran al mar y que lo recuperan para el ciudadano. Las antiguas fábricas han dado paso al capital humano, y del Manchester catalán se ha pasado al Silicon Valley barcelonés. Sant Martí es el distrito que concentra la innovación en la ciudad, con nuevas empresas de tecnología punta que se reflejan en edificios punteros diseñados por los arquitectos más atrevidos. La Torre Agbar, el edificio del Fòrum, la Vila Olímpica... son ejemplos de eficacia, sostenibilidad y diseño

Un distrito con playas

El privilegio de tener el mar bañando el distrito forma parte del encanto del nuevo Sant Martí, que se alarga hasta el litoral por un paseo marítimo que lleva directamente a las playas y al Puerto Olímpico. Un distrito que ha sabido transformarse en la Barcelona más innovadora y cosmopolita sin perder por el camino el corazón del pueblo que fue y que se ha abierto completamente al mar.

La Torre Agbar

El monolito cilíndrico y brillante que refleja los colores de Barcelona se ha ganado un espacio en la silueta de la ciudad. La Torre Agbar forma parte de nuestro paisaje cotidiano, como la Sagrada Familia o las montañas de Montserrat. Un homenaje del arquitecto Jean Nouvel a la arquitectura de Antoni Gaudí que se ha convertido en un símbolo de la Barcelona contemporánea.

Altura, color y diseño

144 metros de altura de cristal y acero. Una planta circular sin columnas interiores y unos colores cambiantes como el Mediterráneo. La Torre Agbar es la puerta de entrada del distrito de Sant Martí, reconvertido en el distrito tecnológico de Barcelona.
La torre es el resultado de la colaboración entre el arquitecto francés Jean Nouvel y el estudio de arquitectura catalán b720, y es el tercer edificio más alto de la ciudad.
Jean Nouvel se inspiró en las formas redondeadas de las montañas de Montserrat y en los pináculos de la Sagrada Familia para proyectar la torre. Dos de los principales símbolos de la ciudad se fundieron en la mente del arquitecto para crear uno nuevo que ha entrado, por derecho propio, en la iconografía de la ciudad.

Una torre sostenible

La Torre Agbar, un edificio inteligente, funciona con todos los requisitos de eficiencia energética, como las placas fotovoltaicas para recubrir la fachada exterior o un uso esmerado de las aguas freáticas. La Comisión Europea distinguió la Torre Agbar en el 2011 como edificio verde.

EL 22@

El futuro en Barcelona tiene un nombre, 22@. Un barrio ubicado en los terrenos más industriales del Poblenou, donde la innovación, la creatividad, el diseño y la tecnología son el motor que ha reemplazado las antiguas fábricas. Un nuevo modelo de ciudad que impulsa Barcelona hacia una renovación equilibrada y sostenible.

El barrio del conocimiento y la tecnología

En poco más de 200 hectáreas de antiguo suelo industrial se concentran más de 1.500 empresas relacionadas con los media, las tecnologías de la información, la energía, el diseño y la investigación científica. El suelo industrial del Poblenou, antiguo escenario de la industrialización en Barcelona, acoge hoy en día un clúster de conocimiento. Pero el futuro no está reñido con el pasado, y muchas empresas están instaladas en antiguas fábricas o en recintos industriales de cariz modernista. La antigua fábrica textil de Ca l’Aranyó es ahora el Campus de Comunicación de la Universidad Pompeu Fabra, y el almacén de trapos Can Munné es hoy la sede de la escuela de diseño Bau.

Una transformación de diseño

Recuperaciones emblemáticas como Palo Alto, un antiguo recinto industrial que en la actualidad acoge diferentes estudios de arte y de creativos, como el del diseñador Javier Mariscal, conviven con edificios de la arquitectura más contemporánea, como la Torre Agbar, del arquitecto Jean Nouvel, o el edificio Barcelona Growth Centre, del arquitecto Enric Ruiz Geli, un cubo con cuatro caras diferentes que ha recibido los máximos galardones de eficiencia energética, sostenibilidad y diseño.
Recuperados o de nueva construcción, los edificios del 22@ se han convertido en iconos de la ciudad, y han transformado un barrio industrial en un laboratorio de innovación constante, la tradición al servicio de la vanguardia, las antiguas fábricas remodeladas para alcanzar los grados más altos de sostenibilidad. El Poblenou revive una nueva época dorada de la industria... del conocimiento.

El Clot

La Torre Agbar y el Disseny Hub Barcelona, dos de los edificios más modernos de la ciudad, guardan y vigilan un entramado de calles, un mercado de viejo legendario y un barrio muy popular. Un secreto muy bien escondido: el barrio del Clot.

Un nuevo perfil

El barrio del Clot es para pasear con calma, con las manos en los bolsillos y con un espíritu descubridor. El impresionante edificio de la Torre Agbar, 144 metros de acero, cristal, luz y color, hace mirar hacia arriba para buscar el final. Pero la torre, que ha modificado el perfil de Barcelona, tiene un compañero que está llamado a ser un referente del diseño en todo el mundo, el edificio Disseny Hub Barcelona, obra del equipo de arquitectos MBM: Josep Martorell, Oriol Bohigas y David Mackay. Se trata de un paralelepípedo en voladizo con la misma anchura que la calle, que se ha convertido en un referente de la arquitectura contemporánea. El Disseny Hub Barcelona tiene la máxima calificación de sostenibilidad de un edificio y acoge el Museo del Diseño de Barcelona, una colección de más de 70.000 objetos.
Pero en el barrio del Clot también hay tiempo para el paseo tranquilo por sus parques y sus lugares con más encanto. A pesar de las líneas de tren y ferrocarril, la gran avenida Meridiana o la Gran Vía, el Clot tiene rincones que merecen una visita que transporta a un pasado rural, industrial y encantador.
La Farinera del Clot, una de las fábricas de harina más importantes de toda Cataluña, estaba situada en el barrio. Era un recinto industrial con estética modernista que ahora es un centro cultural donde las tecnologías de la comunicación son el motor.

Rincones por descubrir

El Clot todavía mantiene muchos de los pasajes, pequeñas callejuelas en medio de dos calles más anchas, que hablan de un pasado de huertos y jardines, como el pasaje de Robacols, donde una hilera de casitas blancas parece que se ha detenido en el tiempo, o la Torre del Fang, una antigua masía que todavía se conserva. En el centro del barrio, la plaza del Mercat continúa con la misma vitalidad comercial que hizo del mercado un bonito edificio modernista, un referente del mercadeo de verduras y frutas en Barcelona. No muy lejos, el edificio de la Caixa de Pensions i Mont de Pietat, aún en funcionamiento, hace levantar la vista hasta su cúpula semicircular, y entonces es el momento de buscar allí las ranas que se esconden bajo el paraguas, en un mosaico modernista de la antigua casa de paraguas J. Budesca. Son fragmentos de una antigua ciudad que todavía se mantienen vivos en el popular Mercado de los Encants, una Fira de Bellcaire donde se puede encontrar casi de todo, al estilo del Marché aux Puces francés.
El parque del Clot es el lugar donde descansar y disfrutar de la naturaleza en este barrio. Un gran espacio verde ubicado en los antiguos talleres mecánicos de la Renfe y que conserva la chimenea de la fábrica y la antigua fachada, reconvertida hoy en un acueducto con una cascada.

El Poblenou

El industrial y popular Poblenou es uno de los barrios con más personalidad de Barcelona. El Poblenou es historia viva de obreros y de anarquismo, de las fábricas, pero ahora es también uno de los centros de creación más punteros. Las chimeneas han dejado paso a los ordenadores y las fábricas, a las nuevas redes. A pesar de su modernidad, una de las mejores horchatas de Barcelona continúa siendo del Poblenou.

Un barrio con carácter

A principios del siglo XX, el Poblenou era conocido como el “Manchester catalán”, y ahora se podría convertir en el “Silicon Valley de Barcelona”. Cambian los trabajadores, pero el carácter obrero todavía se mantiene.
El Poblenou, un barrio del sector marítimo de Sant Martí, ha visto cómo cambiaba la fisonomía de sus calles, pero sin perder su esencia. Un suelo barato y libre, la proximidad a Barcelona y el agua abundante hicieron que las fábricas se instalaran y crearan un núcleo industrial muy potente. El Poblenou acogía fábricas de todo tipo, textiles como Ca l’Aranyó —sede de la Universidad Pompeu Fabra—, Can Felipa —hoy el centro cívico—, metalúrgicas como Can Girona —de la cual se conserva la chimenea—, harineras, curtidurías, fábricas de chocolate, de licores... Fábricas y chimeneas, de las cuales quedan más de 30 repartidas por el barrio, competían por el espacio con las casas que se construían a toda prisa para los trabajadores, e incluso con las chabolas que se asentaban en la playa, en la zona del Somorrostro, donde nació la gran bailaora Carmen Amaya. Es fácil seguir las huellas de esta historia paseando por sus calles, todavía estrechas y antiguas, y para los más atrevidos, dando un paseo por el cementerio, el primero de la ciudad, donde se pueden ver antiguos mausoleos neoclásicos y de estilo modernista.

Los nuevos aires de los nuevos tiempos

La Barcelona del 92 abrió la ciudad al mar y le dio un nuevo aire a toda la zona. Las industrias fueron desapareciendo y el barrio se transformó. Todavía mantiene su carácter de barrio obrero, pero la producción ha cambiado bastante. En las mismas fábricas, antiguas muestras de la arquitectura industrial de principios de siglo, se cambió el mono de trabajo por las zapatillas deportivas, y ahora las empresas de tecnología, diseño y universidades repueblan el paisaje.
La rambla, escenario de los primeros pasos de Carmen Amaya, de batallas anarquistas por la mejora de los sueldos, de comercios centenarios, ahora es un espacio que respira tradición y calma, pero que no olvida sus raíces. De ello se encarga la horchatería del Tío Che, que ha pasado de servir horchata a los agotados obreros que salían de las fábricas a hacerlo a los jóvenes creativos que se acercan con zapatillas y tejanos y que han convertido el Manchester catalán en el Silicon Valley de Barcelona.

El Fòrum

Las industrias dejaron lugar a zonas verdes, y los solares vacíos dieron paso a una gran explanada que se convierte en el punto clave para festivales y conciertos. El Fòrum, una década después de su inauguración, ha encontrado su identidad y ha aportado estructuras, medios de transporte y tecnologías a una zona prácticamente ignorada por la ciudad.

Un barrio de nueva construcción

Una desafiante construcción triangular de color azul, el Edificio Fòrum, da la bienvenida a un barrio de nueva construcción que ha dotado de luz y visibilidad a una de las zonas más despobladas y desconocidas de la ciudad: el Fòrum, el barrio que se creó para acoger el primer Fórum Universal de las Culturas en el año 2004.
En este nuevo barrio del distrito de Sant Martí, el ocio y la cultura le han ganado terreno a un residual tejido industrial. Los solares abandonados se convirtieron en el parque del Fòrum, un complejo de equipamientos que acoge los acontecimientos más multitudinarios de la ciudad: macrofestivales de música como el Primavera Sound, conciertos de las Fiestas de La Mercè, la vistosidad de la Feria de Abril... Es el sitio idóneo para la celebración de estos encuentros multitudinarios.
El parque del Fòrum está integrado por el Edificio Fòrum, una espectacular construcción triangular de 25 metros de altura que acoge el Museo Blau, el museo nacional de ciencias naturales de Barcelona; la Esplanada, que con 84.000 metros cuadrados es la segunda mayor plaza del mundo; el parque de los Auditoris, un gran espacio al aire libre que combina dos auditorios unidos por un paseo; y la zona de baños, un insólito conjunto de piscinas de agua de mar. El parque del Fòrum es un oasis lúdico-festivo firmemente comprometido con el medio ambiente y la sostenibilidad y que tiene una placa fotovoltaica de 1.700 metros cuadrados.

Abierto al futuro

El Fòrum limita con Diagonal Mar, que se ha convertido en uno de los nuevos barrios de Barcelona con más potencial. La transformación de un pasado degradado hacia un presente y futuro altamente calificado y tecnológico ha revalorizado toda esta zona. La ubicación de un gran centro comercial, el Diagonal Mar, la apertura al mar, con la recuperación de las playas urbanas, y el parque Diagonal Mar, obra de los arquitectos Enric Miralles y Benedetta Tagliabue y que consiste en un complejo residencial con rascacielos, un gran jardín con un lago y un área deportiva, entre otros, han hecho de esta zona el sitio ideal para ver la Barcelona del futuro, sostenible y moderna, pero que no olvida su pasado.

La Vila Olímpica

El barrio de la Vila Olímpica está formado por una serie de amplias avenidas encaradas al mar. Pasear por sus calles, por el paseo Marítim, es la mejor manera de recuperar el espíritu olímpico de la ciudad. Y, para recobrar fuerzas, se puede hacer una visita a cualquiera de las terrazas que han hecho de este barrio un destino de ocio privilegiado. Un refresco y unas tapas mirando el mar... ¡son de medalla olímpica!

El barrio de los atletas

Los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 sirvieron para orquestar una profunda remodelación en determinadas zonas de la ciudad. En medio de una zona industrial, antiguo núcleo de chabolas, y sin una playa en condiciones, se levantó el barrio de la Vila Olímpica. De nueva construcción y con unos edificios emblemáticos, este barrio dio una nueva vida a una zona empobrecida. El diseño del barrio, obra del equipo formado por Josep Martorell, Oriol Bohigas, David Mackay y Albert Puigdomènech, se hizo siguiendo el cuadriculado modelo de islas de casas de L’Eixample.
La Vila Olímpica fue la residencia oficial de los atletas en Barcelona 92, pero los deportistas dejaron paso a las familias que se iban instalando en el barrio, y se convirtió en una referencia de calidad y tranquilidad en Barcelona. Amplias vías, como la avenida de Icària o la avenida del Bogatell, llenan de luz e invitan al paseo. El Puerto Olímpico y la Nova Icària han abierto el frente marítimo y han conseguido que Barcelona vuelva a mirar al mar y disfrutar de él, y al mismo tiempo se han convertido en uno de los puntos álgidos del ocio en la ciudad.

De cara al mar

Las torres gemelas de más de 154 metros, la Torre Mapfre y el Hotel Arts, han cambiado el perfil de la ciudad con sus estructuras metálicas y dan la bienvenida a los visitantes en la nueva fachada marítima. El Peix d’Or del arquitecto Frank Gehry, una impresionante escultura de bronce que va cambiando de color con las horas del día, recuerda el pasado marítimo de este barrio. Multitud de bares, chiringuitos y restaurantes se reúnen bajo sus escamas, y esta zona se ha convertido en una de las más vibrantes del ocio de Barcelona.
La fachada marítima de la Vila Olímpica también acoge la playa de la Nova Icària, un lujo ciudadano de tranquilidad. Tener junto a la ciudad una playa a la que puedes acceder en metro o en autobús sí que merece una medalla olímpica.

Información obtenida de http://inspira.barcelona.cat/es web del Ayuntamiento de Barcelona.

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