Hacía mucho
tiempo que tenía en mente realizar un post de Barcelona, mi ciudad, pero
siempre lo iba posponiendo, a pesar de ser la ciudad que mejor conozco, y de la
que soy un gran fan, no encontraba la forma de “entrar” en ella, para empezar a
contar lo que se puede visitar en esta metrópoli.
Había visto
algunos Blogs que hablaban de las 50, 100 cosas que ver en una ciudad, pero que
a la fin y a la postre son redundancia de lo que se puede ver en muchas
ciudades, y más cuando hace el comparativo con ciudades españolas.
Un buen día
vi un spot que hablaba de las 10 Barcelona’s, la idea me gustó mucho, y por si
fuera poco, junto al anuncio el Ayuntamiento de la Ciudad Condal creó una
página hablando de los barrios y las cosas que encontrar en ellos.
Teniendo en
cuenta que la algunos de los barrios de Barcelona son antiguos pueblos que
fueron absorbidos por la ciudad a lo largo de los años, pero que aún conservan
su personalidad, cosa que no es tan frecuente en otras ciudades, pensé que el
desarrollo era perfecto. Se puede visitar uno o varios itinerarios, dependiendo
del tiempo que cada visitante disponga, o guardarlos para próximas visitas.
Dicho y
hecho, sólo había que juntar todos los barrios, para que los que miraran mi
Blog no encontrarán sólo un link al que dirigirse, y pasar horas descargando
páginas, aquí lo tenéis todo en una, espero que os guste.
Ciutat Vella
La antigua Barcino, el meollo de lo que hoy conocemos
como la ciudad, donde las ruinas romanas conviven con el gótico medieval,
originó el primer distrito: Ciutat Vella. Sus calles, callejones y plazas son
un libro abierto de la historia de Barcelona.
Donde se vive la historia
El primer distrito de Barcelona, el número 1, surgió
del recinto amurallado que rodeaba la antigua ciudad. Es lo que se
conoce como Ciutat Vella, un fascinante entramado de calles y plazas
por el que se puede ir recorriendo la historia de Barcelona.
Ciutat Vella reúne cuatro barrios, cada uno de los
cuales ejerce una importancia primordial en la construcción de Barcelona y se
ha convertido en ruta de peregrinación para cualquier visitante: el Gòtic,
que es el núcleo urbano más antiguo de nuestra ciudad, el lugar donde se
podría decir que empezó todo; Sant Pere, Santa Caterina, el
Born y la Ribera, el barrio medieval; el Raval, el núcleo que se
articuló en torno a los caminos rurales fuera de la muralla; y la
Barceloneta, un barrio marinero junto al puerto que se construyó a mediados
de siglo XVIII bajo la vigilancia de la Ciutadella, la fortaleza militar
levantada para reprimir a los barceloneses tras la revuelta de 1714.
Una esencia viva
Pese a su nombre, Ciutat Vella es uno de los
distritos más vivos y variados de Barcelona. La serenidad de sus rincones, las
calles estrechas y oscuras y las plazas casi encantadas respiran vida,
diversidad. En Ciutat Vella se pueden seguir las huellas de los
romanos antiguos, rezar en templos góticos que aspiran a tocar el
cielo, pasear por palacios que los indianos construyeron para sus mestresses,
seguir el rastro de los grandes arquitectos modernistas o disfrutar de la oferta
cultural más contemporánea de la ciudad en el barrio del Raval. Se
pueden vivir antiguas profesiones mediante los nombres de sus calles
e incluso revivir la pasión de grandes artistas de todas las artes, desde el
pintor Pablo Picasso hasta la bailaora de flamenco Carmen
Amaya. Porque Barcelona es cosmopolita y elegante, es burguesa y moderna,
pero no ha perdido su esencia portuaria y canalla, antigua y decadente, que
todavía ahora se puede sentir en las calles de Ciutat Vella, el primer
distrito, aquel donde empezó todo.
La Rambla de Barcelona
No
hay nadie en el mundo que no se quede fascinado por la vida de La Rambla. En
poco más de un kilómetro se despliega toda la esencia de la ciudad. Desde la
plaza de Catalunya hasta el monumento de Colón, La Rambla cambia a cada paso.
Beber agua en Canaletes, comprar flores, persignarse ante los Caputxins, comer
en la Boqueria, emocionarse en el Liceu y terminar casi a pie de mar. Y volver
Rambla arriba. Un río de vida imparable que no duerme nunca, una ciudad dentro
de la propia ciudad que capta el pulso de Barcelona.
El paseo más barcelonés
En
La Rambla se puede ramblear, es
decir, subir y bajar una y otra vez por el gran paseo de Barcelona solo por el
placer de hacerlo, por el placer de sentirse como en casa. Porque La Rambla es acogedora e integradora.
Por ella pasean los obreros humildes y los personajes poderosos que van al
Liceu, los comerciantes de Ciutat Vella y los marineros que acaban de llegar al
puerto. Los que la habitan desde hace años y los que la visitan por primera
vez. Todos forman La Rambla. Y esa es la
esencia de Barcelona.
Las cinco ramblas de La Rambla
Cuando,
en el siglo XIX, Barcelona rompió las murallas que la asfixiaban, se construyó
un gran paseo para unir la zona alta de la ciudad, la parte de montaña, con el
área de Ciutat Vella, la parte de mar. La Rambla son cinco tramos con
nombres diferentes. Empezando desde la plaza de Catalunya y bajando Rambla
abajo, hacia el puerto, da comienzo la rambla de Canaletes, donde está la Fuente
de Canaletes, una fuente del siglo XIX de la que dicen quien bebe de ella
vuelve a Barcelona. Un poco más abajo está la rambla de los Estudis,
llamada así porque albergó una de las primeras universidades de Barcelona,
clausurada en el siglo XVIII, cuando Felipe V suprimió las universidades
catalanas. En esta zona se encuentra el Palau de la Virreina, un ejemplo de
arquitectura civil y un gran regalo símbolo del amor del virrey del Perú hacia
su segunda esposa. Siguiendo dirección mar, empieza la rambla de las Flors,
el único lugar de la Barcelona del siglo XIX donde se podían comprar flores,
que hoy todavía mantiene esta actividad.
La
Boqueria y el Liceu, dos
instituciones de la comida y la música, dan comienzo a la cuarta rambla, la de los Caputxins,
llamada así por el convento de frailes capuchinos que se emplazaba en ella. La
quinta parte, la rambla
de Santa Mònica, es donde tradicionalmente se ubican los
dibujantes y los pintores, y enlaza este espectacular paseo con el mar.
La
Rambla, que conectó Barcelona de arriba abajo, es un componente imprescindible
de la ciudad, el paseo por el que todo el mundo tiene que pasar en un momento u
otro. Sentir La Rambla es sentir Barcelona.
Santa Maria del Mar
De
proporciones perfectas, sobria, elegante y elevada, la basílica de Santa Maria
del Mar de Barcelona es el mejor exponente del gótico catalán. Dice la leyenda
que contiene tantas piedras como días se tardó en levantarla, piedras que
fueron cargadas y transportadas por los ganapanes desde la montaña de Montjuïc
hasta el arenal del barrio de la Ribera para construir su catedral.
La excelencia gótica
En
1329, los gremios
marineros del barrio de la Ribera ponen, por iniciativa propia,
la primera piedra del que se considera el único edificio de gótico catalán puro totalmente
acabado: la basílica de Santa Maria del Mar. Cincuenta y cuatro años
después, en 1383, y sin interrupciones en las obras, se abrían las puertas de
esta gran iglesia, que, con los años y gracias al éxito de la novela de
Ildefonso Falcones, se ha dado a conocer como la catedral del mar.
Santa
Maria del Mar es un espacio emblemático y único, con una estructura de tres naves casi de la
misma altura y columnas cada trece metros, una distancia que no se ha superado
nunca en una construcción medieval. Todo el conjunto transmite una sensación de ligereza,
de amplitud, y destaca todavía más la ausencia de ornamentos. No tiene ojivas
ni filigranas, y los arbotantes son ligeros. Es puro arte gótico catalán. Solo
la luz que se filtra por los vitrales
adorna la basílica.
Sorprendente e inspiradora
Traspasar
las puertas de Santa Maria del Mar es encontrarse con toda la grandiosidad de
la iglesia, un prodigio
de construcción. Tanto que incluso, según dicen las crónicas,
Antoni Gaudí se inspiró en su interior para crear la Sagrada Familia.
Hoy
Santa Maria del Mar, enclavada entre los callejones del Gòtic, sorprende a los
visitantes casi al doblar la esquina. La serenidad que transmite hace pensar en
los ganapanes,
en la humildad de los trabajadores del mar que consiguieron levantar una
catedral en medio de un arenal.
Palau de la Música Catalana
El
Palau de la Música embruja al visitante con una naturaleza irreal de color
lujurioso y ninfas que bailan coronadas de flores que se escapan de unos
vitrales que parecen imposibles. Es la exuberancia en estado puro vigilada por
los rostros severos de los grandes maestros de la música. Medio escondido entre
las calles de Ramon Mas y del Palau de la Música, el templo dedicado a la
música emerge como por arte de magia convertido en un jardín de cerámica,
cristal y metal.
El
estallido de la creatividad
Un
segundo de silencio que se hace eterno. El mismo en el que se sume el público
al acabar de escuchar una sinfonía perfecta o un aria con la voz pura de una
soprano. Un silencio que se rompe para estallar en un aplauso abrumador. Eso es
lo que se siente cuando se entra por primera vez en el Palau de la Música . Exuberante,
voluptuoso, impresionante. No se agotarían nunca los adjetivos para
describir el magnífico edificio del arquitecto Lluís Domènech i Montaner, la
única sala de conciertos declarada patrimonio
de la humanidad por la Unesco en 1997, un edificio modernista
de arriba abajo que refleja la voluntad de modernización de la ciudad de
Barcelona.
La
historia empieza en 1905, cuando Lluís
Domènech i Montaner, uno de los creadores de la corriente del
modernismo catalán, recibió el encargo de construir un auditorio para acoger el
Orfeó Català.
Con total libertad creativa, proyectó una alegoría de la naturaleza en la que
ninfas, flores y ornamentos vegetales creaban un marco perfecto para escuchar
la música. El edificio se construyó en torno a una estructura metálica
recubierta de cristal, una idea muy avanzada para la época, e integró todas las
artes aplicadas:
la escultura, la forja, el vitral y la cerámica. Domènech i Montaner quiso
también que la luz fuera un elemento arquitectónico más, por eso los grandes
vitrales, los ventanales y el tragaluz central inundan de luz el Palau. El modernismo que se
refleja en el Palau de la Música es más que una corriente estética: representa
todo un movimiento
ideológico que buscaba la modernización de la ciudad.
Un
escenario privilegiado
Desde
su inauguración en 1908, el Palau de la Música, enclavado en el centro del
distrito de Ciutat Vella, ha sido un escenario privilegiado para la música,
pero también para la política y las ideas. Grandes maestros de la música, como Enric
Granados, Manuel de Falla, Maurice Ravel, Ígor Stravinski o Frederic Mompou,
hicieron su debut en este auditorio. El Palau de la Música es una sala de
referencia no solo dentro del mundo de la música o de la arquitectura
modernista: es el símbolo de toda una época en Barcelona, la edad en la que la
ciudad se volvió moderna.
Sant Pere y Santa Caterina
Para encontrar
la esencia de la época medieval en Barcelona hay que dar una vuelta por los
barrios de Sant Pere y Santa Caterina. Perderse por sus calles estrechas,
sinuosas y poco soleadas, para encontrarse con agujeteros, sombrereros,
cordeleros, zurradores...: gremios que han dado nombre a las distintas vías.
Pasear por sus calles es viajar por la historia, pasada y presente, de la
ciudad. Unos suburbios que se convirtieron en el meollo de la Barcelona
medieval.
Los barrios medievales
Caminar
por Sant Pere y Santa Caterina comporta sorpresas en cada esquina. Unos restos
románicos, un recuerdo del Rec
Comtal, vestigios de antiguos gremios textiles... Estos barrios
medievales son libros abiertos de historia en medio de la ciudad.
Atravesando callejones y plazas se llega hasta la plaza de Sant Pere,
donde se encuentran los restos de la iglesia del antiguo convento románico de
monjas benedictinas, Sant
Pere de les Puel·les, que fue el origen del barrio. Este
convento fue de los más ricos de toda Barcelona, ya que los benedictinos
acogieron a muchas de las hijas de las clases nobles que querían profesar. La
otra parte del barrio, Santa Caterina, también tiene un origen religioso, ya
que se articuló en torno al convento
gótico de la orden de los dominicos predicadores. Y del
convento... hacia el mercado. En 1848, un incendio afectó al convento, que se
demolió; en su solar se levantó el primer mercado cubierto en un recinto
cerrado de la ciudad: el Mercado
de Santa Caterina, una edificación neoclásica, totalmente
reformada en el 2005 por el arquitecto Enric Miralles, que proyectó un tejado
de mosaico cerámico que se ha convertido en un icono del barrio.
Nombres de ayer y colores de hoy
En
el siglo XVIII, los barrios de Santa Caterina y Sant Pere se transformaron en
dos importantes núcleos industriales, sobre todo de manufacturas textiles. Los
nombres de las calles son la mejor manera de recorrer estas huellas:
cordeleros, carderos, frazaderos, algodoneros, la plaza de la Llana... calles estrechas y serpenteantes,
construidas recorriendo antiguas calzadas romanas donde se levantaron
centenares de casas-fábrica para acoger a los obreros. La presión demográfica
aumentaba y, a fin de oxigenar la zona, en 1835 se abrió la calle de la Princesa,
la primera vía empedrada de la ciudad, pero no fue hasta el siglo XX cuando se reorganizó
toda la zona con la construcción de la Vía
Laietana, una amplia avenida que dividió en dos el centro
histórico de la ciudad: por una parte, Santa Caterina, Sant Pere y la Ribera;
por la otra, el Gòtic.
Santa
Caterina y Sant Pere, dos de los barrios con más personalidad de Ciutat Vella,
ahora vuelven a revivir con multitud de pequeños restaurantes, tiendas y
bares, y
la zona es una mezcla de multiculturalidad y artistas independientes que atrae
a los visitantes. Poetas, pintores, nobles e incluso ladrones, como el
bandolero Joan de
Serrallonga, vivieron en él. Recorrerlo es vivir, a pie de
calle, la historia de la ciudad.
El Raval
El
barrio de calles desordenadas conocido como el Raval, que se abre desde La Rambla hasta
el Paral·lel, es el pasado y el futuro de Barcelona. Un barrio denso,
diferente, que ha sido siempre un lugar de acogida y que posee una vida
cultural que no se ve en ningún otro rincón de la ciudad.El Raval es auténtico
y posee personalidad, y atrae tanto a todo el mundo que pasear por sus calles
tiene incluso una palabra propia: ravalear.
Es hora de ir a ravalear,
de deambular por este barrio que invita al visitante a impregnarse de cultura.
Huellas del pasado
El
edificio más antiguo que conserva el Raval es el monasterio de Sant Pau del Camp, de
estilo románico y originario del siglo X, cuando la zona quedaba fuera de la
Barcelona amurallada. Fue durante la época medieval cuando el barrio, lleno de
campos de cultivo y conventos, también quedó protegido por las terceras
murallas de la ciudad. De aquel tiempo, y construidas según el estilo gótico
predominante en Barcelona, se conservan importantes construcciones, como las
imponentes Drassanes,
que delimitan el barrio por el lado del mar, y el edificio del antiguo Hospital de la Santa Creu,
hoy transformado en Biblioteca Nacional de Cataluña y con un patio interior
abierto a todo el mundo y lleno de naranjos que invita al descanso.
No
fue hasta el siglo XVIII cuando se urbanizó como un barrio más de la ciudad, y
enseguida, gracias a las bajas rentas, se convirtió en zona de residencia de
obreros e inmigrantes que llegaban de fuera, a menudo huyendo del hambre del
campo, para trabajar en la cada vez más activa industria barcelonesa. A pesar
de la oscuridad natural del Raval, donde parece que cuesta que entre la luz del
sol, en medio de las calles estrechas y húmedas de este barrio, Antoni Gaudí
también dejó su colorida huella al construir el Palacio Güell, la casa familiar del
empresario Eusebi Güell, la primera gran obra del arquitecto modernista, en la
calle Nou de la Rambla.
La transformación de un barrio
A
finales del siglo XIX y comienzos del XX, el Raval, debido a su proximidad al
puerto, se convirtió en el barrio chino de Barcelona. Foco de revueltas
proletarias, el barrio fue duramente castigado por las guerras, que no ayudaron
a que el Raval perdiera el aire de suburbio marginal que ha arrastrado durante
años. Pero al chino
también le llegó el tiempo de la mejora: la apertura de la rambla del Raval en
las postrimerías del siglo XX; la rehabilitación de muchas viviendas y
edificios emblemáticos; la ubicación de los museos más modernos, como el Museo de Arte Contemporáneo
(Macba) y el Centro de
Cultura Contemporánea (CCCB); la apertura del nuevo edificio de
la Filmoteca de
Cataluña, y, sobre todo, la reconquista
de las calles y las plazas por parte de la ciudadanía han transformado el Raval
en el barrio de la ciudad con una oferta cultural más rica y variada, que atrae
cada vez a más artistas y artesanos y donde siempre se pueden encontrar nuevas
propuestas emergentes. Las calles son las mismas, pero hoy en día parecen más
anchas, con más luz y más llenas de vida. La mezcla de procedencias de los
habitantes y la gran vida cultural que se respira en la zona hacen de este
barrio uno de los más vivos de la ciudad, y ravalear invita a descubrir varios mundos
dentro de uno solo, el Raval.
La Barceloneta
Calles
estrechas, ropa tendida, olor de mar, pescadores... La Barceloneta es el barrio
marinero de Barcelona, abierto entre el puerto y las playas al abrigo del
viento. Con un ambiente popular siempre animado y una oferta impresionante de
restaurantes y bares que ofrecen tapas y cocina marinera, en la Barceloneta
parece que siempre sea verano.
Alma marinera
La
Barceloneta, el barrio
marinero del distrito de Ciutat Vella, siempre ha estado ligada
al mar. Su historia se remonta al siglo XVIII, cuando se creó como barrio de
nueva planta, con un trazado
barroco y cuadriculado que se conserva casi intacto. En aquella
época, la zona era un arenal que quedaba a las afueras de la antigua ciudad
amurallada, al que se accedía desde el portal
del Mar, situado aproximadamente donde ahora se encuentra el
Museo de Historia de Cataluña, en el Palau
de Mar.
De
sus orígenes cabe destacar las calles alargadas y abiertas al mar, con las
casas adosadas unas a otras, y también la iglesia barroca de Sant Miquel, que
preside la plaza del mismo nombre, en el centro del barrio.
Las
viviendas de la Barceloneta fueron ocupadas por marineros, pescadores, gente de
oficios vinculados al mar y personas llegadas de todas partes que buscaban
rentas baratas. Ciudadanos, todos ellos, que dotaron de un carácter único este
barrio diseñado a la orilla del mar.
A mediados del siglo XIX, los pescadores fueron dejando sitio también a los
obreros de las metalurgias. De aquella época industrial todavía se conservan la
torre de la Catalana de Gas,
una obra premodernista impresionante, y el Mercado de la Barceloneta, un recinto que
ha sido remodelado por el equipo del desaparecido arquitecto Enric Miralles y
en el que se ha recuperado la estructura de hierro forjado combinándola con
elementos modernos. Un espacio que está llamado a ser una referencia en el
barrio y en la ciudad.
A pie de playa
La
entrada del siglo XX significó la apertura de la ciudad de Barcelona hacia las
playas. Los baños, que fueron apareciendo a lo largo del litoral, tuvieron una
importancia especial en el barrio de la Barceloneta, que inauguró una actividad
nueva y pujante: la gastronomía. Bares,
fondas y restaurantes dieron de comer a los millares de
bañistas que acudían buscando el mar.
La
Barcelona olímpica de 1992 supuso otra revolución para la Barceloneta. La
construcción de la Vila Olímpica rodeó el tradicional barrio de pescadores de
esculturas y edificios modernos. Hoy en día, flanqueando el barrio por el
litoral, encontramos, por una parte, el pez
de Frank Gehry, una gran escultura dorada que parece flotar
sobre el mar, y, por la otra, la silueta en forma de gran vela del Hotel W, elementos,
ambos, que enmarcan la tradición con su modernidad.
La
Barceloneta, en medio, con sus sillas en la puerta, la ropa tendida en los
balcones y el habitual aroma de pescado, es todavía uno de los lugares más
fascinantes y auténticos de la vida marinera en Barcelona.
El Gòtic
Restos
romanos, rastros de antiguas murallas, el barrio judío, la catedral gótica, los
palacios más significativos... No se termina nunca de enumerar las
maravillas del barrio Gòtic, el núcleo más antiguo de la ciudad y el centro
histórico por excelencia. Con sus callejones, sus plazas y las numerosas
leyendas que esconde, el Gòtic es el lugar donde encontrar la esencia de la
Barcelona más antigua. . Se mire adonde se mire, hay algún detalle que
habla, casi al oído, de la historia de la ciudad.
Esencia romana y medieval
Adentrarse
en el barrio Gòtic es penetrar en los orígenes de Barcelona, en el lugar donde
hace unos dos mil años los romanos fundaron Barcino. Hoy en día se
pueden recorrer los rastros de aquella ciudad romana gracias a los
fragmentos de las murallas que se conservan, que rodean un perímetro en el que
todavía se marca el trazado típico de las ciudades romanas, con el cardus situado en la
actual calle de la Llibreteria, el decumanus
en la actual calle de la Ciutat y con el foro, la actual plaza de Sant Jaume,
en el centro. Muy cerca de esta plaza, subiendo por la empinada calle del
Paradís, en la puerta del Centro Excursionista de Cataluña se encuentra una
piedra de molino que señala el punto más alto del monte Tàber, una
colina ubicada a 16 metros del nivel del mar, y dentro, escondidas en el patio
del edificio gótico, se conservan cuatro columnas del templo romano que se
erigió en aquel punto.
La
Barcino romana se transformó en la Barcelona medieval, y de la mano de condes y
reyes llegó a ser una de las ciudades más esplendorosas de la Europa cristiana.
Los judíos asentados en Barcelona se reunieron en torno a la judería, un entramado
de calles estrechas y caóticas con una multitud de casas, entre las que todavía
se encuentran vestigios de aquella época, como la Sinagoga Major, una de
las más antiguas de Europa, que se reconoce por su agujero en el lado derecho
del dintel.
La
Edad Media fomentó el comercio, las artes y los oficios, la aparición del
sobrio estilo románico con edificios como la capilla de Santa Llúcia, integrada dentro
de la Catedral de Barcelona, y la explosión del gótico, con la catedral como
gran ejemplo principal y numerosos edificios singulares más. La plaza de Sant Jaume se
convirtió en el Consejo de la Ciudad, y desde entonces es sede de las
principales instituciones políticas de Barcelona, el Ayuntamiento y la
Generalitat, los dos imponentes edificios góticos que se enfrentan desde ambos
lados de la plaza.
Rincones con historia
Los
callejones y las placitas de este barrio invitan a pasear sin rumbo y dejarse
sorprender por su encanto y por su ambiente siempre animado. Esconde un
montón de rincones sorprendentes, como la plaza de los Traginers, bajo una de las
torres de las murallas romanas; la plaza
de Sant Just, con la fuente medieval más antigua de la ciudad y
una iglesia gótica imponente; la plaza barroca de Sant Felip Neri, con
una fuente en el centro que la llena de frescura
Por
el barrio Gòtic han paseado pintores como Picasso, Casas, Nonell y Rusiñol en
busca de la inspiración antes de entrar en el café Els Quatre Gats, en la
calle de Montsió. También solían recorrerlo Gaudí, que iba diariamente a la
iglesia de Sant Felip Neri, y el arquitecto Domènech i Montaner, que buscaba la
inspiración para el Palau de la Música. Por el barrio Gòtic pasean, todos los
días, miles de visitantes que siguen las pisadas de la historia.
Mirador de Colón
La
estatua de Cristóbal Colón, a más de 60 metros de altura, vigila la ciudad y
recibe a los visitantes. El monumento al descubridor de América es uno de los
más emblemáticos de Barcelona. El brazo extendido y el dedo señalando algún
punto forman parte de la leyenda urbana de la ciudad. El mirador ofrece unas
vistas privilegiadas de toda Barcelona y, además, es el lugar ideal para adivinar
adónde apunta el dedo de Colón.
Un monumento de altura
En
el cruce entre La Rambla, el paseo de Colom y el Puerto de Barcelona se alza
una columna de hierro
de 60 metros sobre la que se encuentra Cristóbal
Colón dando la bienvenida a los visitantes. El monumento en
honor al descubridor de América se inauguró para la Exposición Universal,
en 1888, y ponía punto final a las obras de remodelación del litoral y el
puerto barcelonés. ¡Una columna de 60 metros y más de 233 toneladas de hierro
sirvió de pedestal a una estatua de
7 metros de alto!
Vistas por descubrir
Lo
que realmente impresiona es el mirador
de la torre, al que se accede desde un ascensor interior. Las vistas panorámicas de 360o
sobre la ciudad permiten ver, al norte, el barrio gótico, con edificios
históricos como la catedral y Santa Maria del Mar, las Ramblas e incluso las
cúpulas de la Sagrada Familia; mirando al sur, la montaña de Montjuïc y la
Anilla Olímpica; si se gira al este, desde el mirador se divisan el Fòrum y las
torres que dan entrada al Puerto Olímpico, ¡e incluso el pez dorado de Frank
Gehry!; y si se mira hacia el oeste se completa con Collserola y la
montaña mágica del Tibidabo.
La
plaza donde está situada la torre del Mirador de Colom se llama Portal de la Pau, y es
un recuerdo del fin de la Segunda Guerra Mundial, pero la fama de la estatua
del descubridor es tan grande que la plaza ha perdido su nombre: todo el mundo
la conoce como plaza Colom.
La
estatua de Colón es uno de los iconos de la ciudad. Intentar adivinar hacia
dónde señala con el dedo es todo un reto, y hacerse una foto con algunos de los
leones que flanquean las
puertas de entrada a la torre, una tradición.
El Museo Picasso
Un
museo ubicado en cinco palacios. La espléndida calle de Montcada, en el barrio
de la Ribera, con toda su historia y su ademán señorial, es la mejor ubicación
para la obra de un artista genial, Pablo Picasso, que mantuvo una intensa
relación con la ciudad de Barcelona. Cinco palacios que acogen un centro de
referencia artístico con las mejores obras de juventud de Picasso.
Del gótico a la vanguardia
El
Museo Picasso de Barcelona acoge un fondo de 4.249 obras de colección
permanente y es fundamental para conocer los años de juventud y formación del
pintor. El museo ocupa cinco
palacios en la calle de Montcada que constituyen una de las
mejores muestras de la arquitectura gótica civil catalana. Los palacios tienen
una estructura común en torno a un patio central y una gran escalinata noble
que les da acceso. Precisamente toda la calle de Montcada tiene la calificación
de conjunto monumental
histórico-artístico.
El
Museo Picasso es el símbolo de una relación de amor entre la ciudad de
Barcelona y el pintor. La familia
Ruiz Picasso se instaló en Barcelona a finales del siglo XIX,
cuando Pablo era un adolescente de catorce años.14 Enseguida entró a estudiar
en la Escuela de Bellas
Artes de la Llotja y empezó su carrera como pintor. 18 Con
dieciocho años, vivió la inauguración del café Els Quatre Gats, que se convertiría
en uno de los centros de la intelectualidad catalana del momento. Un joven
Picasso pintó los menús del café a cambio de poder montar una exposición.
La Barcelona de Picasso
Los
primeros años de formación de Picasso fueron fundamentales en su carrera
artística, y la vinculación con Barcelona siempre se mantuvo viva. Tanto es así
que, por expreso deseo del artista, y gracias a la ayuda de su secretario y
amigo Jaume Sabartés, decidió que la ciudad acogiera, de manera permanente, un
museo con su obra de
juventud. El mismo Pablo Picasso donó al museo la serie Las Meninas de Velázquez,
una de sus obras más reconocidas e importantes.
La
calle de Montcada, vestigio de la Barcelona señorial de otros tiempos, fue el
lugar escogido para emplazar el museo, y la colección empezó en el Palau Aguilar, de
estilo gótico, en 1963. Las ampliaciones siguientes del fondo pictórico
propiciaron que se ocuparan, en diferentes años, el Palau Baró de Castellet, el
Palau Meca, la Casa Mauri y el Palau Finestres.
El
museo se encuentra en el barrio
de la Ribera del distrito de Ciutat Vella, donde el pintor
también tuvo sus primeros
talleres. Muy cerca del café Els Quatre Gats y de la Llotja, se
extienden escenarios esenciales en la formación y el desarrollo artístico de
Pablo Picasso.
La
historia de amor entre Barcelona
y Picasso no acabó nunca. En Ciutat Vella dejó amigos,
relaciones y dibujos y, por voluntad propia, uno de los mejores museos sobre su
obra.
La Catedral de Barcelona
La
Catedral de la Santa Creu i Santa Eulàlia de Barcelona es uno del monumentos
más emblemáticos de la ciudad y tiene tantas curiosidades como piedras. Sus
muros esconden historias de la antigua Barcelona, y su fachada es una de las
más fotografiadas. El claustro, con las ocas blancas de Santa Eulàlia, las
cinco puertas de acceso, l'ou com balla o las doscientas gárgolas que la
vigilan desde el tejado son algunos de los descubrimientos por desvelar. La
catedral, de estilo gótico, sobrepasa el culto religioso para convertirse en
leyenda y protagonista de la misma ciudad.
El templo gótico
La
Catedral de Barcelona contempla la ciudad desde sus ocho siglos de historia. En
el siglo XIII, el rey Jaime
II el Justo decidió construir un templo que se levantara sobre
los restos de una antigua iglesia románica. Las obras, sufragadas por las
cofradías y los gremios artesanos, duraron más de 150 años, pero en ningún
momento se interrumpió el servicio religioso.
En
la actualidad, la Catedral de Barcelona es uno de los mejores exponentes del
arte gótico en la ciudad. Todos los días miles de visitantes fotografían la
impresionante fachada
neogótica, de 70 metros de altura, pero la escalinata del
templo nos se adentra en un mundo entero por descubrir. Un interior
con más de 215 claves de
bóveda da una idea de la grandiosidad de la catedral. Dentro se
encuentra también la Cripta
de Santa Eulàlia, 29 capillas dedicadas y un altar mayor en el
que destaca un impresionante vitral
gótico. Para los más perspicaces, la mejor prueba es encontrar
el partido de jóquey que está esculpido en las sillas del coro.
Secretos por descubrir
Pero
la catedral también esconde secretos que no se aprecian a simple vista. En los
tejados y los pináculos se pueden ver doscientas
gárgolas que vigilan desde las alturas, pero entre los
monstruos y los seres demoníacos sorprende encontrarse con un toro, un
unicornio y un elefante.
Sin
dejar las alturas, las campanas del templo también merecen un punto y aparte.
De las 21 campanas
de las que dispone la catedral, todas con nombre de mujer, destaca la rebeldía
de Honorata.
En 1714, el rey Felipe V, durante la guerra de Sucesión, encarceló y fundió esta
campana como represalia por haber repicado para anunciar la revuelta de la
ciudadanía.
El
templo reserva sorpresas más allá de su arquitectura. El jardín de la catedral,
donde se encuentra el
claustro, está custodiado por las trece ocas blancas de
Santa Eulàlia, una por cada uno de los martirios que sufrió ―tantos como años
tenía―, y en el surtidor, del que brota el agua, se puede ver bailar el huevo (l'ou com balla) el día del
Corpus, una tradición típica de Barcelona.
El
paso del tiempo no ha hecho más que agrandar la majestuosidad de la catedral,
guardiana y guía de la ciudad, y desde sus terrazas, cada 3 de mayo a las nueve
de la mañana, se bendice el término municipal de Barcelona con motivo de la
Fiesta de la Santa Creu.
El Port Vell
El
mar es un elemento vivo en Barcelona. Al final de La Rambla, que llega casi
hasta el agua, la estatua de Colón lo saluda desde su atalaya y el Port Vell se
abre a sus pies acogiendo la vida y el espíritu del mar.Hoy en día, el paseo se
alarga allende los mares con la rambla del Mar, que conduce al Maremàgnum, y se
ha convertido en uno de los grandes puntos de ocio y descanso de la ciudad.
El muelle histórico
Con
cuatro siglos de existencia, el Port Vell es la parte más antigua y aún en
funcionamiento de todo el puerto de Barcelona. Fue el primer muelle estable
que tuvo la ciudad, donde los barcos podían atracar resguardados de tormentas,
y separaba de manera eficaz la ciudad del agua.
Creado
pellizcando terreno de arena al mar, la construcción del puerto de Barcelona
significó la apertura de la ciudad a otras tierras. Es este puerto el que a lo
largo de los siglos ha dado a Barcelona una identidad común a otras ciudades
portuarias del Mediterráneo: comercial, avanzada y con un punto canalla.
Un paseo a la orilla del agua
El
Port Vell, ahora remodelado y convertido en un paseo que ha conquistado a los
ciudadanos, se extiende desde la imponente construcción gótica de las Drassanes Reials hasta
la Llotja de Mar,
un edificio neoclásico impresionante que esconde en el interior los restos de
la antigua Llotja de Mar, de estilo gótico. En medio, en el Portal de la Pau,
desde donde Colón nos indica el camino hacia las Indias, se abren nuevos paseos
ganados al mar sobre las aguas, como la gran pasarela levadiza que comunica
este punto con el moderno centro comercial Maremàgnum. El arte contemporáneo también
se ha apoderado del lugar, y si en el lado alto se encuentran obras de Roy Lichtenstein o Xavier Mariscal, sobre
el mar flotan esculturas de Jaume
Plensa.
Pero
si hay algo que tiene enamorados a los barceloneses y a los visitantes son las golondrinas, unas
embarcaciones recreativas que desde hace más de 125 años ofrecen un paseo por
las aguas mediterráneas del Port Vell de Barcelona y permiten contemplar la
privilegiada vista de la ciudad desde el mar.
El Born y la Ribera
Los
barrios medievales del Born y la Ribera han conseguido una combinación casi
perfecta entre pasado y futuro. En ellos se pueden encontrar las últimas
tendencias de moda entremezcladas con arquitectura gótica, o cenar platos
futuristas en un palacio medieval. Caminar por sus calles es tener la mente
abierta a la novedad, pero también dejarse llevarse por la historia, presente
en todas partes.
En
el Born y en la Ribera, los barrios más de moda de Barcelona, iglesias,
palacios y casas señoriales se dan la mano con la moda y los artistas de
vanguardia.
Un retorno a la Edad Media
Andar
sin rumbo por las plazas y calles del Born y la Ribera transporta a la época
medieval, cuando esta zona era uno de los barrios principales de la ciudad,
llena de palacios y casas señoriales que construyeron los mercaderes
adinerados. Cuenta con recintos góticos imponentes, como la Llotja, donde se
cerraban los negocios que los mantenían vivos, pero también con una fuerte
presencia de artesanos humildes, gremios y marineros que fueron capaces de
construir la iglesia de
Santa Maria del Mar, el mejor exponente del arte gótico
catalán, en solo 55 años y sin la ayuda de las clases poderosas.
El
barrio medieval sufrió la derrota durante la guerra de Sucesión, en 1714, y fue
mutilado. En memoria de los caídos en aquella guerra, se mantiene encendida una
llama en el Fossar de
les Moreres, junto a la iglesia de Santa Maria del Mar. Y para
conocer la historia de aquella época hay que ir al Born Centro Cultural,
un mercado modernista convertido en museo en el que se conservan los restos de
una parte de la ciudad desaparecida bajo las bombas.
Barrio de artistas de ayer y de hoy
La
Ribera era, y todavía es, un barrio de contrastes. Hoy en día, los palacios de
la calle de Montcada,
antiguas residencias señoriales, están ocupados por museos y salas de arte,
entre los que destaca el Museo
Picasso, con la obra de juventud de este genial pintor. Picasso
había tenido su taller en el barrio y, como él, los pintores Rusiñol y Casas.
De hecho, fueron tantos los artistas que se instalaron por los barrios de la
Ribera y el Born que esta zona llegó a considerarse como un Montmartre barcelonés.
Este poso se mantiene en la actualidad, ya que en el área se reúnen muchos
creadores nuevos ubicados en espacios emblemáticos, que hacen convivir las
nuevas tendencias con los restos medievales y el recuerdo de comerciantes y
mercaderes. Convertido en uno de los barrios más modernos y cosmopolitas de
Barcelona, los showrooms
de moda más modernos conviven con tiendas gourmet
y con las últimas tendencias en restauración.
L’Eixample
L'Eixample
es el distrito modernista por excelencia. Supuso la apertura de Barcelona más allá de sus murallas a finales del siglo XIX, y sus calles rectilíneas, anchas y
elegantes muestran el movimiento urbano de la ciudad.
L'Eixample
es el distrito modernista por excelencia. Supuso la apertura de Barcelona
más allá de sus murallas a finales del siglo XIX, y sus calles rectilíneas,
anchas y elegantes muestran el movimiento urbano de la ciudad.
La ciudad que se abre al mundo
L’Eixample,
que se extiende entre la Gran Vía y la
Diagonal, es el distrito de los paseos
principales, como el paseo de Gràcia, la rambla de Catalunya y
el paseo de Sant Joan; de los edificios más emblemáticos, como la Sagrada Familia; de la ruta del modernismo,
con el Cuadrado de Oro como epicentro; y al
mismo tiempo es el distrito residencial y tranquilo, con jardines escondidos en
los interiores de isla, colegios, plazas y bares, donde la vida cotidiana transcurre con una agradable rutina.
Símbolo
de apertura desde su creación, L’Eixample se construyó a finales del siglo
XIX, después de la aprobación del plan propuesto por el ingeniero Ildefons Cerdà. Sus
calles anchas, todas iguales entre ellas, con las características islas de edificios de forma octogonal,
no siempre han estado ahí, aunque lo parezca. Fue fruto de dos necesidades: por
una parte, la de ampliar una Barcelona amurallada, que ya no tenía capacidad
para acoger más población durante el auge industrial; y por la otra, la de construir
vías que comunicaran la ciudad con los que entonces eran municipios
independientes, como Gràcia, Sarrià o Sants. Y el resultado dio lugar a ese
trazado de calles precisas y armoniosas.
Del modernismo al cosmopolitismo
Dividido
en seis barrios, cada uno tiene, a pesar de la
similitud de las calles, su propio carácter.
La
parte de la Dreta de
l’Eixample, que se inicia en la plaza de Catalunya —el punto
esencial de unión entre la Barcelona medieval y la nueva ciudad—, se vertebra
en torno al paseo de Gràcia, y es el barrio comercial donde el auge del
modernismo se vio más reflejado, con edificios
como la Casa Batlló y la Casa Milà, más
conocida como la Pedrera. Su interés
turístico y comercial hace que hoy en día
continúe siendo un eje central de la ciudad.
La
Antiga Esquerra de l’Eixample,
no tan ostentosa, guarda otros atractivos, ya que es un barrio tranquilo y
residencial, presidido en la Gran Vía por el edificio neorromántico de la
Universidad de Barcelona, y que abraza entre sus calles comerciales el Hospital Clínic y la Facultad de Medicina. La Nova Esquerra de l’Eixample,
que se extiende entre la antigua fábrica de Can Batlló, convertida en Escuela Industrial, y el parque de Joan Miró,
donde antiguamente había el Escorxador, se acerca a Sants y a la parte baja del
parque de Montjuïc, y se mezcla con el barrio
de Sant Antoni, uno de
los más peculiares y populares de este distrito, con su marcado carácter
comercial y el ambiente joven y moderno de hoy en día.
El
barrio de la Sagrada
Família se despliega en torno a la gran iglesia monumental que
el arquitecto Antoni
Gaudí legó a la ciudad, considerada una de las atracciones
arquitectónicas más importantes del mundo y que ha conseguido dar al modernismo
catalán una dimensión internacional. En las calles de este barrio la
vida transcurre tranquila, con las calles llenas de pequeños
comercios y vecinos de toda la vida.
El Fort Pienc,
entre la avenida Diagonal, la plaza de las Glòries y el Arco de Triunfo, es un barrio animado, con paseos
llenos de vida que sirven como punto de encuentro
de los vecinos y amplias zonas verdes
donde hacer deporte o relajarse. Es un barrio con una comunidad china
arraigada, que se ha asentado de forma creciente durante los últimos años en el
tejido comercial, abriendo comercios de todo tipo.
El
tamaño y la diversidad de L’Eixample invita a hacer un recorrido para revivir
la Barcelona señorial del pasado, pero disfrutando también de la ciudad moderna
y cosmopolita del presente.
La
Antiga Esquerra de l’Eixample,
no tan ostentosa, guarda otros atractivos, ya que es un barrio tranquilo y
residencial, presidido en la Gran Vía por el edificio neorromántico de la
Universidad de Barcelona, y que abraza entre sus calles comerciales el Hospital
Clínic y la Facultad de Medicina. La Nova
Esquerra de l’Eixample, que se extiende entre la antigua
fábrica de Can Batlló, convertida en Escuela Industrial, y el parque de Joan Miró,
donde antiguamente había el Escorxador, se acerca a Sants y a la parte baja del
parque de Montjuïc, y se mezcla con el barrio
de Sant Antoni, uno de los más peculiares y populares de
este distrito, con su marcado carácter comercial y el ambiente joven y moderno
de hoy en día.
El
barrio de la Sagrada
Família se despliega en torno a la gran iglesia monumental que
el arquitecto Antoni
Gaudí legó a la ciudad, considerada una de las atracciones
arquitectónicas más importantes del mundo y que ha conseguido dar al modernismo
catalán una dimensión internacional. En las calles de este barrio la
vida transcurre tranquila, con las calles llenas de pequeños
comercios y vecinos de toda la vida.
El
Fort Pienc,
entre la avenida Diagonal, la plaza de las Glòries y el Arco de Triunfo, es un
barrio animado, con paseos llenos de vida que sirven como punto de encuentro de
los vecinos y amplias zonas
verdes donde hacer deporte o relajarse. Es un barrio con una
comunidad china arraigada, que se ha asentado de forma creciente durante los
últimos años en el tejido comercial, abriendo comercios de todo tipo.
El
tamaño y la diversidad de L’Eixample invita a hacer un recorrido para revivir
la Barcelona señorial del pasado, pero disfrutando también de la ciudad moderna
y cosmopolita del presente.
Paral·lel
Una
de las avenidas más míticas, el Paral·lel, fue considerada, a principios del
siglo XX, el Broadway de Barcelona y el Montmartre catalán.En la actualidad, el
Paral·lel todavía es una avenida llena de luces, teatros, music halls, cafés...
¡Es, sin duda, un paseo donde encontrar la oferta más variada de espectáculos
musicales, comedias, vodeviles o cabaré y pasarlo la mar de bien!
Una historia centenaria
Abierto
desde Sants hasta el mar, el Paral·lel atraviesa tres distritos de la ciudad:
Sants-Montjuïc, L'Eixample y Ciutat Vella, con una identidad propia arraigada
desde sus orígenes. La avenida fue proyectada por el arquitecto y urbanista Ildefons Cerdà, autor
del trazado del célebre Eixample barcelonés, y se abrió en 1894 en un terreno
de huertas y fábricas que parecía tierra de nadie. Del porqué de su nombre, Paral·lel, existen
diversas teorías, pero la más sorprendente afirma que se debe a que su trazado
coincide exactamente con el paralelo
41.
La avenida de las luces
Esta
tierra de nadie
olvidó muy pronto sus inicios fabriles, de los que hoy en día solo se conservan
las tres chimeneas
de la antigua central eléctrica de La Canadenca. Enseguida se abrió al mundo
como una de las arterias más lúdicas, festivas y canallas de toda Europa. El
Paral·lel se llenó de cafés, teatros, music halls, circos y cabarés, y el
vodevil y el cuplé plantaban cara a las representaciones del Liceu. Era una
diversión para las clases trabajadoras, que acudían en masa desde los barrios
superpoblados de Ciutat Vella. Pero el Paral·lel también atraía a los ricos y
los burgueses de las zonas altas de la ciudad, que buscaban un ambiente alejado
de su rígida moral, así como a políticos radicales o anarquistas, como Lerroux
o el Noi del Sucre, que buscaban el anonimato para sus encuentros entre las
multitudes que invadían esta ancha avenida. El Paral·lel era de todos y para
todos, y en él tenían cabida tanto espectáculos de revista como los de la
famosa Bella Dorita, y también obras de afamados dramaturgos como Santiago
Rusiñol, autor de la célebre obra L'auca
del senyor Esteve.
De
aquella época se conserva El
Molino, uno de los cafés cantante más reconocidos de Europa,
que rinde homenaje al Moulin Rouge de París. Pero, además, otras salas como el Apolo, el Teatro Victòria, el Condal y el BARTS hacen que el
espectáculo siempre esté a punto de empezar.
La Pedrera
La
Casa Milà, más conocida como La Pedrera, es uno de los edificios modernistas de
comienzos del siglo XX más emblemáticos de Barcelona. Situada en el paseo de
Gràcia y abierta al público, visitarla permite conocer cómo es por dentro y
descubrir el impresionante terrado donde Gaudí diseminó guerreros de piedra.
Formas provocadoras
La
Pedrera o Casa Milà debe su nombre más popular a la controversia que causó
cuando se acabó su construcción en el año
1910. De hecho, se trata de un mote creado por algunos
barceloneses que se burlaban del aspecto extravagante y tétrico de su fachada
principal. Fue construida por Antoni
Gaudí a raíz del encargo del matrimonio Milà, una familia bien situada
de la época que, como la mayoría de los burgueses acomodados de comienzos del
siglo XX, quiso trasladar su residencia al paseo de Gràcia.
En
aquellos momentos, Gaudí estaba viviendo su etapa naturalista y su máxima plenitud
creativa, de manera que la casa está inspirada en la configuración
orgánica de la naturaleza y aplica formas
ondulantes con volúmenes desprovistos de toda rigidez. El
conjunto, por la innovación, es una típica obra de Gaudí en que las líneas
geométricas son solo rectas que forman planos curvos. Además de las
impresionantes fachadas
ornamentadas, otro elemento que destacar de la Pedrera es
el terrado, en el cual las treinta
chimeneas representan figuras de guerreros petrificados
que forman un jardín de esculturas al aire libre. El fuerte simbolismo
religioso que Gaudí puso en este edificio también ha sido objeto de
múltiples interpretaciones.
Un espacio donde disfrutar de Gaudí
Actualmente
la Pedrera es propiedad de la Fundación
Catalunya-La Pedrera, que mantiene abiertas al público la cubierta y las buhardillas,
donde se puede ver una exposición
sobre Gaudí y sus obras. Algunos pisos son particulares, y
el principal se dedica a la sala
de exposiciones. Adentrarse en la Pedrera es penetrar en el
universo particular de Gaudí, un mundo lleno de fantasía y de formas imposibles
que deja impresionados a todos sus visitantes.
Paseo de Gràcia
Los edificios modernistas más impresionantes, aceras
amplias con bancos-farolas de trencadís para sentarse, tiendas sofisticadas... El paseo de Gràcia es la
avenida del lujo y del refinamiento barcelonés, un lugar único en el mundo donde
se encuentran edificios considerados Patrimonio de la Humanidad.
La
arteria de L’Eixample modernista
El
paseo de Gràcia, que comunica el casco antiguo con la Diagonal, toma este
nombre por el hecho de haber sido, desde tiempos antiguos, el camino que
comunicaba la antigua Barcelona amurallada con la villa
de Gràcia, que actualmente es un barrio más de la ciudad. A finales del siglo
XIX, cuando Ildefons
Cerdà planteó L’Eixample, convirtió esta vía en uno de los
principales ejes de su proyecto, y la dotó de gran anchura y protagonismo.
Su
relevancia comercial atrajo a la burguesía
más acaudalada, que empezó a construir edificios propios en el
paseo y a competir para ver quién tenía la casa más
lujosa y extravagante. Así fue cómo los arquitectos modernistas de la época tuvieron
carta blanca para dejar volar su imaginación y proyectaron los magníficos
edificios que hoy otorgan a la vía un valor único. Antoni Gaudí, el más
singular de todos, firmó la Casa Milà, más conocida como la Pedrera, que
sorprende con su fachada ondulada, y también la Casa Batlló, con su techo en forma de
dragón.
Justo
junto a esta, Josep Puig
i Cadafalch construyó la Casa
Amatller, con una fachada triangular que evoca el gótico
catalán desde un modernismo colorido y, más allá, cerca de la plaza de Catalunya, Lluís Domènech i Montaner
edificó la Casa Lleó
Morera.
Con
estilo propio
Caminar
por el paseo de Gràcia permite dejar volar la imaginación y perderse en las
formas fantasiosas de las fachadas y en las vidrieras de los edificios
singulares que se encuentran en él, y, además, disfrutar con las tiendas más lujosas, dado que en los bajos de estos
edificios se instalaron los principales
comercios de la nueva ciudad, los cuales aún existen. Las
mejores firmas
internacionales han abierto su espacio en el paseo de Gràcia, y
conviven con boutiques ya centenarias como
Santa Eulàlia, un emblema de la alta costura en la
ciudad.
Casa Batlló
Edificio
emblemático de Gaudí, la Casa Batlló, en el paseo de
Gràcia, es la representación del esplendor artístico
de este singular arquitecto.Declarada Patrimonio Mundial por la Unesco, su
tejado ondulante, que recuerda al lomo de un dragón, es uno de los símbolos del
modernismo de Barcelona.
Un sueño burgués
La
Casa Batlló, fantasía
modernista por excelencia, es
obra del arquitecto Antoni
Gaudí y el símbolo de una época y de una clase social muy
concreta: la Barcelona burguesa de inicios del siglo XX. En aquella época,
con el desarrollo del Plan
Cerdà, iniciado en las postrimerías del siglo XIX, muchas
familias acomodadas trasladaron sus residencias al paseo de Gràcia y
establecieron también sus negocios. Uno de ellos fue el comerciante Josep Batlló i Casanovas, que
en 1903 adquirió el edificio original que había en este solar y en 1904
contrató a Antoni Gaudí, ya muy famoso en esos años, para que
remodelara la vivienda.
Con vida propia
Lo
que hizo el arquitecto marcó un antes y un después en la arquitectura moderna y
dejó un legado artístico
para la posteridad. La aplicación de su inspiración
naturalista, con formas onduladas y orgánicas, y la creación de
una nueva fachada completamente recubierta de cristal y piedra, inspirada en el coral marino, dotaron al edificio de un aspecto
completamente nuevo y original.
Por
otra parte, Gaudí siempre tuvo como principal objetivo la funcionalidad, y
la atención que puso en la iluminación y en la ventilación es digna
de remarcar. Para eso, dispuso un gran patio central al que daban
las habitaciones de servicios, mientras que los
salones y los dormitorios daban a la fachada.
Aún
hoy la Casa Batlló resulta una obra original y arriesgada, hecho que le
otorga un valor incalculable, y por eso ha sido declarada Patrimonio
Mundial por
la Unesco.
Sagrada Familia
El
símbolo por excelencia de
Barcelona, la Sagrada Familia, obra del genial
arquitecto modernista Antoni Gaudí, presenta un valor arquitectónico
inconmensurable.Situada en la parte derecha de L'Eixample, y con ocho torres
que se pueden ver desde muchos puntos de la ciudad, el templo ha sido declarado
Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Un prodigio modernista
El
Templo de la Sagrada Familia ocupa una isla entera entre la calle Mallorca y
Provença, y es uno de los lugares más visitados
en Barcelona. Su construcción empezó en 1883 y todavía hoy continúa siguiendo
los planos de Gaudí,
el cual, consciente de que no vería acabado el templo, los dejó para sus
sucesores. El arquitecto
modernista le dedicó cuarenta años de su vida, los quince
últimos en exclusividad, y se encuentra enterrado bajo la nave.
Este
genial arquitecto legó a la ciudad una de las basílicas más originales del
mundo, con un gran interés arquitectónico, y ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad. El
simbolismo de sus tres
fachadas principales, dedicadas al nacimiento (la única
que Gaudí pudo ver acabada), la pasión y la resurrección de Cristo, está
hecho con tanto detalle y tan profusamente
trabajado que solo contemplar esta parte puede llevar horas.
Resulta impresionante para los millones de visitantes que tiene cada año.
El bosque que toca el cielo
Con
respecto al interior del templo, Gaudí se quiso inspirar en las formas de la naturaleza y
diseñó enormes columnas en forma de tronco de árbol
que lo convierten en un exuberante bosque
de piedra. En la actualidad se han construido
ocho de las dieciocho
torres que él mismo planeó, para dedicar doce a los
apóstoles, cuatro a los evangelistas, una a la Virgen y otra a
Jesús. Gaudí solo pudo ver acabada una en vida, y todavía hoy es una
incógnita cuántos años tendrán que pasar antes de que este enorme proyecto se
vea acabado. Mientras tanto, continuará siendo uno de los iconos más emblemáticos de
Barcelona y del modernismo.
Sant Antoni
A medio camino entre el Paral•lel y el Raval, Sant
Antoni siempre ha sido una zona de L'Eixample con
vida propia.Con una gran tradición comercial que se reúne en torno al gran
mercado modernista, en los últimos años acoge nuevos negocios que revitalizan
su espíritu.
Alrededor del mercado
El
barrio de Sant Antoni, situado entre la avenida del
Paral·lel y la Gran Vía, siempre ha tenido una gran tradición comercial
gracias a su mercado,
que funciona como punto central. Construido a finales del siglo XIX con hierro
forjado y actualmente en remodelación, ocupa la isla delimitada por
las calles Comte Borrell, Manso, Comte d’Urgell y Tamarit y, durante años,
convirtió el barrio en un punto
comercial de gran importancia para las clases medias y bajas de
la Barcelona más popular.
La
avenida de Mistral
es, junto con el mercado, otro de los puntos esenciales del
barrio, repleto de comercios y vecinos que desarrollan su día a día con
ritmo pausado.
Nuevos aires comerciales
Hoy en día el barrio se está convirtiendo en una
de las zonas de moda de
la ciudad, y mucha gente joven se ha trasladado a él durante
estos últimos años. Se han abierto nuevos negocios de diseño, numerosas cafeterías con encanto
y comercios con nuevas
tendencias que se mezclan y se integran con las tiendas de siempre y
dotan al barrio de una nueva vida y de nuevos colores.
La plaza de Catalunya
La plaza de Catalunya es el
centro neurálgico de la ciudad y la arteria que conecta el casco antiguo con
L’Eixample. Siempre llena de vida, en ella confluyen cuatro importantes
avenidas comerciales: el paseo de Gràcia, la rambla de Catalunya, el
Portal de l’Àngel y la misma Rambla.
El punto de encuentro
Construida
en el año 1889 después de la Exposición Universal de Barcelona del año
anterior, la función de la plaza de Catalunya era, y todavía lo es,
conectar L’Eixample con el núcleo más antiguo de la ciudad. Desde su
inauguración, siempre ha sido uno de los pulmones de Barcelona, un lugar lleno
de cafés y restaurantes que han sido centro de debates literarios y políticos y
que todavía hoy son uno de los principales puntos de encuentro. La plaza, que
ocupa 48.500 metros
cuadrados, se convirtió en un símbolo de la ciudad donde se
celebran actos públicos, conciertos y diversos encuentros ciudadanos. Hoy
en día es, además, un gran punto de conexiones de toda la ciudad y se considera
el centro neurálgico.
Una plaza con arte
Rodeada
de edificios imponentes y con dos
grandes fuentes que embellecen el lado superior, esta gran
plaza está enriquecida, además, con numerosas muestras de arte, con esculturas como La Deessa, de
Josep Clarà; el Monumento a Francesc Macià, de Josep
Maria Subirachs; Els
pastors, de Pau Gargallo; y otras obras de artistas como Josep
Llimona y Enric Casanova.
En
el subsuelo se conserva la avenida
de la Llum, una gran vía subterránea que había sido uno de los
primeros centros comerciales de la ciudad y que dio inicio a la gran actividad
comercial de esta plaza, donde, en la actualidad, se encuentran grandes centros
comerciales, como El Triangle.
En
la plaza de Catalunya, la diversidad más real de la ciudad se hace patente con
la confluencia de turistas, viajeros, habitantes, tiendas, vendedores,
bancos... Sentarse en sus bancos o en la terraza del emblemático Café Zurich y
presenciar todo ese bullicio hará que nos sintamos vivos y parte de
Barcelona.
Quadrat d’Or
Como si de un museo al aire libre
se tratara, el Cuadrado de Oro de L’Eixample abraza las obras arquitectónicas
modernistas de más relevancia: la Casa Batlló, la Pedrera, la Casa Amatller...
Edificios de gran valor realizados por los mejores arquitectos de una época
dorada que todavía se mantiene viva en la memoria de sus calles.
El esplendor del modernismo
La
Barcelona burguesa de las postrimerías del siglo XIX y comienzos del XX se
despliega en el famoso Cuadrado de Oro de L’Eixample, que reúne joyas de la arquitectura modernista.
Delimitado en los lados por la calle de Aribau y el paseo de Sant Joan, por la
avenida Diagonal en la parte superior y por la plaza de Catalunya en la
inferior, el Cuadrado de Oro tiene como arteria el famoso paseo de Gràcia,
avenida de recreo para las clases acomodadas de comienzos del siglo XX.
El tiempo de la burguesía
Cuando
en el año 1863 se destruyeron las murallas que ahogaban la antigua
Barcelona, el nuevo Eixample, diseñado por el urbanista Cerdà, quedó
inaugurado y las familias acomodadas se trasladaron al nuevo barrio, lo cual
dio origen al paisaje
casi de fantasía que se puede observar hoy paseando por sus
calles.
El
Cuadrado de Oro hace revivir aquellos tiempos, una época en que la competencia
entre las familias burguesas para tener la casa más lujosa y extravagante
también dio lugar a una pugna entre los arquitectos más prestigiosos, como Antoni Gaudí, Josep Puig
i Cadafalch y Lluís Domènech i Montaner. De esta
competencia surgieron maravillas en forma de edificios modernistas, con un
refinamiento estilístico y unas fachadas impresionantes que no escatimaban el
uso de materiales como la cerámica, el hierro forjado, la madera y el
cristal. Infinitas vidrieras de múltiples colores, flores y formas
imposibles en cada fachada, ventanales con formas orgánicas, puertas majestuosas...
Todo un espectáculo para la vista y la memoria y todo un legado de lujo y
modernismo.
La plaza de las Glòries Catalanes
La plaza de las Glòries Catalanes
es uno de los nexos más importantes de la Barcelona metropolitana, el lugar
donde confluyen tres de las vías principales de la ciudad. En constante
remodelación desde que Ildefons Cerdà la creó a principios del siglo XX, su
perfil está marcado por el de los edificios modernos que la rodean.
Punto de confluencia
Situada
en la frontera entre L’Eixample y Sant Martí, casi
tocando el barrio del Poblenou, la plaza de las
Glòries se constituyó como un punto de unión de las tres principales vías de la
ciudad: la Gran Via de les Corts
Catalanes, la avenida
Meridiana y la avenida
Diagonal. Con el espíritu de constante renovación que acompaña
la ciudad, este lugar ha sufrido diversas
remodelaciones a lo largo de su historia con el fin de mejorar los accesos.
Cultura y vanguardia
A
su alrededor se mezcla un ambiente de tradición popular con la modernidad más
vanguardista, donde se constituye un microcosmos
cultural y arquitectónico de gran importancia. Aquí se
encuentran dos equipamientos culturales de gran relevancia, el Teatro Nacional de Cataluña
y L’Auditori
y, a su lado, destacan edificios como la famosa Torre Agbar, del arquitecto
Jean Nouvel, el edificio Disseny
Hub y el edificio del nuevo Mercado de los Encants, que desde el año
2013 acoge la popular Fira de Bellcaire, un mercado de viejo que se celebraba
tradicionalmente al aire libre en uno de los solares
de esta plaza y que ahora se aloja bajo la impresionante estructura
ultramoderna de este nuevo edificio de planta triangular. Vale la pena perderse
entre sus puestos en busca de reliquias.
Sants-Montjuïc
El
distrito de Sants-Montjuïc baja desde la montaña y se
extiende por la llanura y hasta el mar, y ofrece un paseo por la
historia de una Barcelona comercial e incombustible, donde la diversión en los
barrios es una tradición más.
Espectáculos y comercios para disfrutar
El
distrito que se encuentra más al sur de la ciudad, y uno de los más
emblemáticos, Sants-Montjuïc, está compuesto de mar, montaña e historia. Los emplazamientos naturales
que lo abrazan, los mercados
de barrio, las plazas
más animadas, los teatros
más variados, los museos
y las instalaciones
deportivas lo han convertido en el lugar preferido de las clases medias para ir de compras y divertirse.
Vigilado
por el imponente Montjuïc,
uno de sus mayores atractivos, los siete
barrios que conforman el distrito se extienden a los pies de la
montaña, se adentran en la llanura y bajan hasta el mar por el Paral·lel, una
avenida inagotable que no duerme ni de noche ni de día.
Con identidad propia
El
origen de este distrito se encuentra en el antiguo municipio independiente de Santa Maria de Sants,
que en 1897 se anexionó a Barcelona y que a lo largo del
siglo XX fue incluyendo las zonas de la Bordeta,
Hostafrancs,
Sants-Badal,
Montjuïc, con el barrio de Font
de la Guatlla urbanizado a raíz de la exposición de 1929, el Poble-sec y la Marina, hasta llegar a
ser tal como se conoce hoy en día. Con esta
gran extensión, Sants-Montjuïc muestra la variedad de sus barrios, cada uno con
identidad propia, y explica las muchas etapas por las que ha pasado la ciudad.
Como zonas industriales,
los barrios de la Marina y la Bordeta continúan siendo la viva imagen de la cara más obrera de la ciudad, con antiguas fábricas y
viviendas para las clases medias y trabajadoras. Aquí se encuentra la antigua
fábrica de Can Batlló,
que marcó la vida del barrio, ahora convertida en un centro social y cultural.
En
la falda de la montaña, se despliega el colorido barrio del
Poble-sec, formado por pequeñas calles, múltiples
culturas, y muchos bares
y cafeterías en los que tomar unas cañas y unos pinchos es
todo un placer.
La
avenida del Paral·lel,
que separa el distrito de Sants-Montjuïc de L’Eixample y de Ciutat Vella, es
uno de sus ejes más dinámicos y todavía conserva su tradición de ocio y
diversión, con teatros,
bares, discotecas... Salas centenarias y míticas como El
Molino y Apolo, que todavía continúan en pie y más vivas que nunca.
Los espectáculos y las instalaciones culturales y deportivas, así como el espacio natural que supone el parque de Montjuïc,
recogen uno de los legados históricos más importantes de la ciudad. Mediante
los barrios que lo componen, el distrito de Sants-Montjuïc muestra una de las
caras más alegres y populares de Barcelona.
El Castillo de Montjuïc
El
Castillo de Montjuïc, situado en uno de los puntos más altos de la montaña y
mirando hacia el mar, es en la actualidad un
espacio de interés histórico que fue juez y parte de muchos acontecimientos
relevantes en Barcelona. Hoy en día perdura como símbolo de lucha y testigo de
momentos históricos cruciales en la ciudad.
La fortaleza de la cima
El
Castillo de Montjuïc está situado en la parte
más alta de la colina, mirando
hacia el mar, y domina toda la ciudad. Se trata de una fortaleza reconstruida
en el siglo XVII por el ingeniero Juan Martín Cermeño, que ha vivido numerosos acontecimientos históricos relevantes
y que tiene mucho significado como testigo de épocas diversas.
Un lugar con memoria histórica
Vestigio
de momentos críticos, durante el siglo XIX funcionó como prisión para los
activistas anarquistas, y en el año 1940, después de la Guerra Civil Española, el
presidente de la Generalitat, Lluís
Companys, fue fusilado allí junto con muchos otros presos
políticos del régimen franquista.
Actualmente
se puede visitar como lugar
de interés histórico y,
además, llegar hasta el punto más alto del
Montjuïc viene recompensado con una de las vistas más impresionantes del puerto
de Barcelona.
La Anilla Olímpica
Asociada
a un verano glorioso, hacia el año 1992, la Anilla Olímpica de Barcelona comprende un conjunto de instalaciones
deportivas que son utilizadas diariamente por sus residentes y admiradas por
sus visitantes. La Anilla Olímpica, además de acoger las mejores instalaciones
deportivas, es testigo de un recuerdo que marcó un antes y un después en la
ciudad.
El templo de las Olimpiadas
Situadas
en el parque de Montjuïc
aprovechando el enorme espacio que ofrece la
montaña, las instalaciones que comprende la llamada Anilla
Olímpica se crearon —algunas— y remodelaron —otras— a raíz de la celebración de
los Juegos Olímpicos de
Barcelona en el año 1992.
Entre
los elementos que la componen se encuentran el Palacio de Sant
Jordi y el Estadio
Olímpico Lluís Companys, obra del
arquitecto Lluís Abellán Aynès, recintos que hoy en día se utilizan para
celebrar conciertos y acontecimientos culturales o deportivos de gran envergadura.
Equipamientos de altura
Otro
de los elementos más destacados de la Anilla Olímpica es la Torre de Telecomunicaciones construida
por el arquitecto valenciano Santiago Calatrava. Se trata de una
torre de 136 metros de altura en forma de tronco inclinado que evoca la figura
de un deportista y que está recubierta de mosaico, y rinde un claro homenaje al
arquitecto Antoni Gaudí.
Las Piscinas Bernat
Picornell, construidas por Antoni Lozoya y Joan Ricard, también
forman parte del conjunto y son utilizadas diariamente por los barceloneses que
quieran disfrutarlas. De este modo, la Anilla Olímpica posee una gran relevancia tanto
por su valor arquitectónico e histórico como por el uso
diario y cotidiano que ofrece a los residentes de la ciudad.
Fundación Joan Miró
En
la Fundación Joan Miró se reúne la mayor
colección del mundo de obras del pintor
catalán, que quiso acercar al gran público el arte en todas sus vertientes.Este
museo, que el mismo Miró ideó, se creó con la intención de difundir al máximo
el arte contemporáneo. Para Barcelona supuso un antes y un después en el
panorama cultural del momento.
Un espacio vanguardista
Situada
en el parque de Montjuïc,
la Fundación Joan Miró es uno de los espacios artísticos de más prestigio de Barcelona. Tiene la sede en uno de los edificios
más interesantes de la ciudad en el ámbito arquitectónico. Diseñado
por el arquitecto Josep
Lluís Sert, amigo íntimo del mismo Miró, está
concebido como un espacio
abierto con terrazas interiores y exteriores que permiten la
circulación libre de los visitantes.
El legado de un genio de la pintura
Los
orígenes de la Fundación Joan Miró se remontan al año 1968, cuando el pintor
llevó a cabo su primera gran
exposición en Barcelona, concretamente en el antiguo Hospital de la Santa Creu. A partir de ese
momento, la sociedad cultural de la época vio la necesidad de crear un espacio
que acogiera la obra de
Miró tal como se merecía. Por voluntad del artista, se
creó como un espacio que mostrara no solo su obra, sino también el arte contemporáneo en
sus diversas vertientes.
La Fundación Joan Miró fue el primer museo de arte
contemporáneo de Barcelona y representó un punto de ruptura y de vanguardia
que todavía se mantiene en la actualidad, como depositaria del legado de obras
que Miró donó a Barcelona y como centro
de difusión del arte actual.
La Fuente Mágica
La
Fuente Mágica de Montjuïc fue tildada de locura cuando se propuso la
construcción para la Exposición Universal de 1929, y realmente todavía hoy día
puede impresionar a más de uno. Sus juegos de luz,
agua, color y música ofrecen uno de los espectáculos nocturnos más atractivos
de la ciudad y son el elemento más admirable del
conjunto de cascadas de la avenida de la Reina Maria Cristina.
Un surtidor sorprendente
Dentro
del conjunto de cascadas que Carles Buïgas diseñó para embellecer la entrada de Montjuïc, la
Fuente Mágica se considera su elemento más bello y un espectáculo de
visión obligada en Barcelona. Su historia se remonta a la Exposición Universal
de 1929, cuando los organizadores de este acontecimiento consideraron que había
que diseñar algún elemento especial que sorprendiera
y fuese arriesgado. Así fue como el ingeniero Carles Buïgas imaginó
la Fuente Mágica de Montjuïc y, aunque al principio para muchos resultaba un
proyecto demasiado ambicioso, finalmente se construyó en menos de un año con
juegos de luz muy similares a los que se pueden ver en la actualidad.
Espectáculo imprescindible
Con
su proyecto, Buïgas deslumbró al público mediante unos juegos de luz que
podían servir para embellecer la fuente y hacerla “mágica”. El espectáculo de
fantasía que ofrece, con agua
en movimiento, luces de color
y la música
que se añadió en los años ochenta, se ha convertido en una visita obligada para cualquier persona que quiera
conocer Barcelona.
La plaza de Espanya
A
los pies de Montjuïc se encuentra la emblemática plaza de Espanya, que sirve
como punto de intersección vial entre la avenida del Paral·lel, la Gran Vía, la
avenida de la Reina Maria Cristina y las calles de Tarragona y Creu Coberta,
que se dirigen hacia Sants. Como punto neurálgico de Barcelona, la plaza de
Espanya da paso a la avenida de la Reina Maria Cristina, que es escenario de
encuentro y celebración de múltiples acontecimientos de la ciudad.
La gran puerta de Montjuïc
La
plaza de Espanya es una de las más importantes de la ciudad y conecta con
el barrio de Sants, la Gran Vía, el Paral·lel y el mismo parque
de Montjuïc. Obra del arquitecto modernista Josep Puig i Cadafalch y
construida durante la Exposición
Universal de 1929, ya había sido prevista por el Plan
Cerdà para que funcionara como punto de unión entre Barcelona y los pueblos del
Baix Llobregat.
Rodeada
de edificios emblemáticos, en su centro se encuentra la monumental Fuente de los Tres Mares,
obra de Josep Maria Jujol, una construcción que simboliza los tres mares
que rodean la península Ibérica. Muy cerca se ubica la antigua plaza de toros
de las Arenes,
construida por el arquitecto August Font i Carreras y convertida hoy en uno de
los mejores centros comerciales de la ciudad. La Fira de Barcelona, que
acoge grandes acontecimientos comerciales, se encuentra en la misma plaza, y
junto a la plaza se alzan las dos torres venecianas que dan la bienvenida al
visitante en su llegada al parque de Montjuïc.
Punto de vida
El
continuo movimiento del lugar, dado que nos encontramos ante uno de los puntos
clave de las vías de comunicación de Barcelona, convierte la plaza en un
reflejo del carácter
animado de la ciudad. Además, la panorámica nocturna que
ofrece de la Fuente
Mágica de Montjuïc y del Museo
Nacional de Arte de Cataluña es una de las más emblemáticas de
la ciudad.
Sants y Hostafrancs
Comercios
pequeños, mercados con productos locales y frescos, vendedores y vecinos, casas
bajitas... Los barrios de Sants y Hostafrancs
todavía mantienen su eterno carácter comercial. El aire de pueblo y la
familiaridad los convierten en dos de los barrios más frecuentados de
Barcelona, pero eso no les ha hecho perder ni una pizca de autenticidad.
Tejido de barrio
En
los barrios de Sants
y Hostafrancs,
y también en el vecino la
Bordeta, todos los días son día de mercado, y pasear durante la mañana por sus
calles llenas de actividad es un gran placer. Todos ellos mantienen desde
siempre un carácter
genuino que se ve reflejado en la energía de sus vecinos, en
continuo movimiento mediante la unión
de entidades de los tres barrios y de varias asociaciones culturales,
como el Centro Cívico Cotxeres de Sants, Can Batlló o el Casinet
d’Hostafrancs.
Unidos
por la larga vía comercial que primero se llama Creu Coberta y después cambia de nombre
por el de calle de Sants,
estos barrios extienden sus dominios por un conjunto de callejones y pequeñas
plazas, en ocasiones difíciles de distinguir unos de otros. Sants ocupa el
sector central, y su vida comercial se
desarrolla en torno a varios puntos, como la plaza de Bonet i Muixí, que acoge
la parroquia de Santa Maria de Sants, iglesia
en torno a la que se creó el primer núcleo de población de la zona. El mercado municipal de Sants
disfruta de una gran popularidad, y a su alrededor se despliegan pequeñas
calles emblemáticas, como la de Sant Medir o la de Sant Jordi, en las que se
puede mirar y comprar cualquier producto que nos venga a la cabeza. También hay
mucha vida en torno a la estación
de Barcelona Sants, la principal
estación de ferrocarril de la ciudad, que convierte el barrio en uno de los
mejor comunicados.
Pasado industrial
Posterior
en el tiempo al barrio de Sants, Hostafrancs se fundó como tal a mediados del siglo XIX, y desde sus inicios devino un
lugar de gran pujanza industrial, sobre todo textil, lo que atrajo una
oleada de población que se asentó en el barrio y le dio el carácter comercial que
mantiene en la actualidad.
Su
mercado diario y los múltiples
comercios ofrecen servicios de todo tipo y productos propios de
calidad. Dejando las vías más comerciales y adentrándonos en los rincones
del barrio, encontraremos un entramado de callejones y casitas bajas poco
conocidas que nos evocarán el aire más auténtico de pueblo dentro de una
ciudad.
Sants
y Hostafrancs también comparten uno de los espacios
verdes más sorprendentes de Barcelona, el parque de la Espanya Industrial,
que ha transformado los antiguos terrenos fabriles del Vapor Nou, una fábrica
dedicada a la producción de algodón, en unos jardines urbanos con un gran estanque central y una escultura de metal de 7
metros de altura en forma de dragón
feroz, que convertido en tobogán hace las delicias de pequeños
y mayores.
Museo Nacional de Arte de Cataluña
El
Museo Nacional de Arte de Cataluña, además de estar ubicado en uno de los
edificios más impresionantes de la ciudad, acoge una de las colecciones más
completas del mundo con respecto al arte
románico, y su fondo artístico es de un valor incalculable. Presidiendo una de
las entradas de Montjuïc, se encuentra en un lugar privilegiado y guarda una de
las riquezas culturales más importantes de la ciudad.
El palacio del arte medieval catalán
Situado
en el parque de Montjuïc,
el Museo Nacional de Arte de Cataluña nos saluda desde el imponente Palau Nacional, obra
de Eugenio Cendoya y Enric Catà que se construyó para la Exposición Universal de 1929.
Este
museo contiene la mejor colección de pintura mural románica del
mundo, con muchas de las piezas procedentes de pequeñas iglesias rurales
del Pirineo
que tuvieron que ser rescatadas y trasladadas a fin de proteger el patrimonio
catalán. Estas pinturas, posteriores al siglo XI, como las de Sant Quirze de
Pedret o Santa Maria d’Àneu, poseen una
originalidad y un valor único en todo el mundo.
Una
de las obras maestras de esta colección son las pinturas del ábside de Sant
Climent de Taüll, con el famoso Pantocrátor
o Cristo en Majestad, indiscutible creación magistral del siglo XII y una
prueba tangible de la fuerza creativa de la pintura catalana.
Una gran pinacoteca
El
museo también acoge a los mejores artistas que representan el modernismo catalán,
como Gaudí o Casas. Además, dispone de una colección de cuadros y
piezas del periodo
gótico y un fondo de pintores europeos del Renacimiento,
como Tiziano o Velázquez. Del fondo contemporáneo que podemos disfrutar
en su interior resaltan las obras artísticas de Solana, Dalí o
Alfred Sisley.
Los
orígenes del recinto datan del año 1934, cuando el Museo
de Arte de Cataluña abrió sus puertas con una colección medieval.
Poco a poco se convirtió en el gran museo
que es en la actualidad, y añadió la famosa sala de arte románico y finalmente,
en el 2004, la colección de arte moderno.
Rodeado
de naturaleza en un emplazamiento
privilegiado, la variedad de sus colecciones a lo largo
del tiempo nos puede acercar al placer de aprender mediante el arte.
El Poble-sec
Ni
muy lejos ni muy cerca del centro, el Poble-sec
es un universo propio escondido tras el bullicioso Paral·lel. Adentrarse en sus
calles tranquilas y con casas sencillas puede resultar toda una sorpresa. Este
barrio, situado a los pies de Montjuïc, se está poniendo cada vez más de moda
entre la gente joven que busca precios accesibles y un ambiente multicultural.
Un barrio popular
Como
barrio multicultural y obrero, el Poble-sec mantiene un carácter popular y una
cultura variada
que abre las puertas a todos aquellos que se quieran acercar a visitarlo. Sus
arterias principales son la calle
de Blai, que funciona como
una pequeña rambla llena de bares y comercios por igual, y la plaza del Sortidor,
donde tocaba en sus tiempos un joven Joan Manel Serrat y donde ahora se
encuentra el centro cívico del barrio, muy
activo en estos años.
La
historia del Poble-sec se remonta a mediados del siglo
XIX, cuando era un espacio sobre todo rural, con huertas y barracas de
labradores que faenaban a la sombra de las faldas del Montjuïc. Hacia 1850
empezó a poblarse de familias, sobre todo inmigrantes, que ya no cabían en el
Raval, atestado por aquellos tiempos. Considerado el primer ensanche de Barcelona antes de la reforma del Plan
Cerdà, el Poble-sec todavía mantiene hoy en día
calles estrechas y desordenadas que rebosan encanto.
Su
nombre se debe a la instalación, también de finales del siglo XIX, de un gran número de fábricas
textiles que consumían grandes cantidades de agua, por lo que
acabaron con las existencias de un elemento, el agua, que siempre había sido
muy abundante en la zona.
Ambiente multicultural
Además
de la actividad industrial, al estar situado detrás
del Paral·lel el Poble-sec también se ha asociado siempre al mundo del espectáculo.
Con teatros tan emblemáticos como El Molino, el Apolo, el Condal y el Victòria,
que proponen una oferta escénica amplia y variada, la vida cultural ha impulsado
una nueva oferta
gastronómica en el barrio.
El parque de Montjuïc
Montjuïc
es uno de los pulmones verdes de la ciudad de
Barcelona y uno de sus mejores miradores. El pequeño mundo que acoge
historia, jardines, museos, equipamientos culturales e instalaciones olímpicas
lo convierte en un lugar único.La imponente colina que ocupa desde el barrio de
Sants mira hacia el puerto y ofrece un paisaje impresionante de la ciudad.
Una colina con historia
Asentado
sobre la colina que recorre el barrio de Sants y
mira hacia el mar, Montjuïc ha sido testigo y
escenario de múltiples hechos trascendentes en la historia de Barcelona. Su
urbanización empezó a partir de la Exposición
Universal de 1929. Tras los sucesos dramáticos de la Guerra
Civil, en la que el castillo funcionó como prisión, el lugar cambió, y con los Juegos Olímpicos de
1992 la renovación fue total, y volvió a adquirir un carácter festivo y alegre
para los barceloneses.
El
nombre de la colina, de 177 metros de altura, ha sido un tema de controversia,
ya que Montjuïc en catalán medieval puede traducirse como ‘monte de los judíos’,
lo que está avalado por la existencia de un cementerio
judío en la montaña.
Naturaleza, cultura y deporte
En
este gran pulmón verde de la ciudad se
encuentran numerosos jardines en los que pasear, descansar, jugar, hacer
deporte o, simplemente, disfrutar de la naturaleza. El Jardín Botánico despliega su colección de plantas
mediterráneas en un terreno marcado por fuertes desniveles que se convierte en
un gran mirador. También se puede disfrutar de vegetación y buenas vistas en
los jardines de Mossèn
Costa i Llobera, especializados en cactus, y en los jardines de Mossèn Cinto Verdaguer,
con una colección de flores de varias especies que lo hacen florecer todo el
año. Los jardines de
Laribal, con cascadas sorprendentes, esconden la popular Font del
Gat, donde los barceloneses iban en el pasado a merendar los
domingos. Y los jardines
de Joan Brossa, unos de los más nuevos, se abren como un
refrescante parque forestal salpicado de cojines musicales, juegos y tirolinas
que hacen las delicias de los niños.
Repleto
de instalaciones culturales y deportivas, como la Fundación Miró, el
CaixaForum, las Piscinas Bernat Picornell o el Estadio Olímpico Lluís Companys,
Montjuïc ofrece cultura, naturaleza e historia todo en uno. La Fuente Mágica o
el Pueblo Español son también puntos de gran atractivo e interés para visitar
dentro de un espacio natural enorme y lleno de
rincones secretos por descubrir.
Les Corts
Entre
la avenida Diagonal, llena de comercios, y el bullicio futbolístico del Camp Nou, el distrito de Les Corts se despliega
como una Barcelona ajardinada para descubrir y perderse por ella, a medio
camino entre el pasado rural y la elegancia de un barrio residencial.
Parques y jardines para perderse
Entre
la avenida Diagonal, llena de comercios, y el bullicio futbolístico del Camp Nou, el distrito de Les Corts se despliega como
una Barcelona ajardinada para descubrir y perderse por ella, a medio camino
entre el pasado rural y la elegancia de un barrio residencial.
El
distrito de Les Corts ofrece la tranquilidad y la elegancia de la zona alta,
a la vez que conserva un aire
popular y rural. Originariamente, entre el siglo XII y
comienzos del XIX, el territorio donde se asienta Les Corts se encontraba muy
despoblado, con solo algunas masías agrícolas repartidas aquí y allí que se
construían en torno a los torrentes que bajaban de Collserola. Situado al oeste de la ciudad, entre los
municipios de Sants y Sarrià, se trataba de un territorio franco que no tenía
municipalidad, sino que dependía directamente de la realeza. Eso explica la
construcción, en la parte alta, del Real
Monasterio de Pedralbes, ordenada por el rey Jaime el
Justo en el siglo XIV, que lo ofreció como lugar de
retiro a su esposa Elisenda de Montcada, que quería fundar un monasterio
de monjas clarisas, y ubicado en un terreno que pertenecía a las
Franqueses de Les Corts.
El
territorio franco se convirtió en municipio en el año 1836, y mantuvo una
vinculación estrecha con Sarrià, sobre todo eclesiástica, que venía de los
siglos anteriores, ya que Les Corts no dispuso de parroquia hasta 1849, cuando
se acabó de construir la iglesia de Santa Maria del Remei.
Después, en 1897 fue anexionado a Barcelona, y se inició una progresiva
urbanización de la zona. Hoy en día es un
distrito de transición entre las clases más acomodadas de la parte alta y las
clases medias de la Barcelona más tradicional, aunque todavía quedan algunos
vestigios de la época rural, como la masía Can
Rosés, hoy convertida en biblioteca. Lo que sí conserva de
aquel origen rural, y quizá sea su mayor atractivo, son los parques y jardines que se despliegan en sus tres
barrios: Les Corts, Pedralbes y Sant Ramon-Maternitat.
Rincones
llenos de frescor
El más animado y popular es el barrio
de Les Corts, con plazas y espacios auténticos y singulares
donde disfrutar de la tranquilidad, como la plaza de Comas, donde el monumento
del payés Pau Farinetes da una pista sobre el pasado agrícola del
distrito.
El
barrio de Sant
Ramon-Maternitat dispone de espacios de gran importancia para
la vida de los barceloneses. Uno de ellos es el Camp Nou, el estadio del Fútbol Club
Barcelona, que convierte este barrio en una fiesta los días de partido, con una
afición fiel que lo sigue en masa. Otro lugar de vital importancia es la Casa
de la Maternitat, que esconde los jardines
de la Maternitat, un gran parque
salpicado de edificios modernistas en el que
disfrutar del ambiente fresco y de la tranquilidad. Grandes áreas de césped se
extienden a ambos lados de los anchos caminos de sablón que unen, de una manera
muy armoniosa, tanto los pabellones modernistas como los accesos al recinto. En
un extremo del distrito, en la linde del municipio de L'Hospitalet de
Llobregat, se abre el nuevo parque
de Can Rigal, unos jardines nuevos, bastante desconocidos y muy
atractivos, que incluyen en su funcionamiento medidas de sostenibilidad y que
son un lujo para todos los que deseen disfrutar del verde y la paz en medio de
la ciudad. Yendo hacia la zona alta, en torno al Real Monasterio, el distrito
de Les Corts acoge el barrio
de Pedralbes, uno de los más selectos de la ciudad y en el que
actualmente reside la burguesía más acomodada de
Barcelona. En la Zona Universitaria,
junto a la avenida Diagonal, encontramos dos de los jardines más bellos y
curiosos de la ciudad: los jardines
del Palacio de Pedralbes, llenos de encanto señorial, y el parque de Cervantes,
especializado en el cultivo de rosas y que en primavera se convierte en todo un
espectáculo para la vista y el olfato. En el
distrito de Les Corts, perderse por los jardines y parques supone un viaje natural al
pasado, a la vez que permite disfrutar de un paréntesis de armonía y verdor en
medio de la urbe.
Zona Universitaria
La
Zona Universitaria es una parte del distrito de
Les Corts a ambos lados de la Diagonal. Llena de estudiantes, esconde dos de
las zonas más bellas y tranquilas de la ciudad: los jardines de Pedralbes y el
parque de Cervantes. Es el área de Barcelona donde se encuentra la mayoría de
las facultades de la Universidad de Barcelona y de la Universidad Politécnica,
lo que genera un movimiento característico en la avenida Diagonal.
Un gran campus
Yendo
hacia el área privilegiada de las clases altas de Les Corts, subiendo hacia Pedralbes, se encuentra, en
plena avenida Diagonal,
la llamada Zona Universitaria, ya que en sus alrededores se ubica el campus universitario
más grande de la ciudad. En esta área, en medio de edificios de oficinas, hoteles
y facultades, se ubican dos de los parques
más emblemáticos de Barcelona,
que merecen una visita obligada.
Jardines históricos
Los
jardines de Pedralbes
acogen en su interior el Palacio
Real de Pedralbes, una antigua masía del siglo
XVII. Originariamente, esta parcela formó parte de la enorme
finca de la familia
Güell, y hoy, además del palacio, el recinto también
alberga un jardín de gran valor
histórico. Por su proximidad a las instalaciones universitarias, estos
jardines son muy concurridos por los estudiantes.
Desde
el año pasado, el interior del palacio se usa como recinto para la celebración
del Festival de Música Jardines de Pedralbes, uno
de los más importantes de la ciudad.
Otro
jardín emblemático de la Zona Universitaria es el parque de Cervantes,
diseñado por Lluís Riudor i Carol en los años sesenta, un recinto que dispone
de más de 10.000 rosales
de 220 variedades diferentes y amplios caminos para
pasear, correr o simplemente sentarse a disfrutar de la
tranquilidad y el silencio.
Collserola
La
sierra de Collserola, situada en el área metropolitana
de Barcelona, es el pulmón verde en las afueras
del centro de la ciudad y un lugar de
esparcimiento para todos los que quieran disfrutar de la naturaleza. Dentro de
la sierra se encuentra el parque natural de Collserola, que está considerado espacio
protegido. Lleno de miradores, rutas, masías y espacios de ocio, Collserola es
un lugar para disfrutar del aire puro y la naturaleza.
La sierra que abraza la ciudad
En
medio del área metropolitana de Barcelona, extendiéndose a lo largo de cuatro
distritos de la ciudad, se alza la sierra de Collserola, un bosque típicamente mediterráneo de pinos,
encinas y robles y con una gran diversidad
de fauna... y casi del núcleo urbano. Una escapada por la
naturaleza a la que se puede acceder con los ferrocarriles de la ciudad o
incluso en autobús, y un espacio natural de
privilegio para los barceloneses que dispone de más de 8.000 hectáreas de verdor por las que es
posible pasear, recorrer rutas en bicicleta, ir
a los miradores, visitar lugares históricos y huir de la ciudad sin tener
que desplazarse demasiado. Resulta sorprendente cruzarla de extremo a
extremo para disfrutar de la amplia visión que ofrecen los miradores de cada
lado: desde Torre Baró,
en Nou Barris, casi parece que se puede tocar el Montseny, y desde el collado de Finestrelles,
en Les Corts, la panorámica se despliega por
una parte sobre la ciudad y hasta el Maresme y, por la otra, desde el
aeropuerto hasta Martorell, dominando todo el Llobregat.
El
parque natural
de la sierra de Collserola está declarado espacio protegido desde el año 1987, y
nueve municipios velan por su conservación y divulgación. Ir a los merenderos de Les Planes,
recorrer el paseo de las
Aigües o adentrarse en los bosques a buscar espárragos son
postales típicas de la vida cotidiana de
Barcelona.
A
pesar de ser mayoritariamente un territorio
virgen, la sierra de Collserola dispone de pequeños
espacios de población
residencial que pertenecen al distrito de Sarrià-Sant Gervasi y
que constituyen las únicas áreas consolidadas como zonas residenciales en este
sector de Collserola: justo por encima del paseo de las Aigües se
encuentra Vallvidrera; más
en el interior, en una ladera, se extiende
el vecindario de las
Planes, y, finalmente, la urbanización que rodea el Tibidabo, la más pequeña
de esta parte de la sierra. Collserola está muy presente también en otros
barrios de Barcelona, como Vallcarca-Els
Penitents (en el distrito de Gràcia) o Sant Genís dels Agudells,
Montbau
y Horta
(en el distrito de Horta-Guinardó).
Collserola
supone una salida tan directa y tan al alcance que permite cambiar asfalto por tierra casi sin darse cuenta. Al lado mismo de
Barcelona, el contacto con la naturaleza, con los bosques y los animales es
directo.
Les Corts
Les
Corts es el barrio residencial de la clase media
por excelencia. Situado entre el bullicio obrero de Sants y la exclusividad de
la zona alta, de su pasado rural y señorial quedan vestigios en forma de masías
y casas novecentistas de gran valor arquitectónico. En medio de su paisaje
heterogéneo, mezcla de industrialización, colonias obreras y grandes edificios de oficinas, encontraremos una curiosa
combinación del pasado y el presente de
Barcelona.
Un barrio tranquilo
Situado
a medio camino entre el bullicioso Sants
y la tranquilidad de la zona alta, Les Corts es un punto intermedio entre
los dos extremos, con la calma que caracteriza los barrios de las
clases acomodadas y la accesibilidad popular que mantiene desde los tiempos en
que estaba habitado por colonias obreras, a principios del siglo XX, como, por
ejemplo, la antigua
Colonia Castells.
Vestigios de un pasado rural
Parte
de un antiguo municipio independiente que se anexionó a Barcelona en el año
1898, el barrio de Les Corts todavía conserva rincones escondidos de
personalidad entre los grandes bloques
residenciales. Eminentemente rural en sus inicios y con una parte señorial
que se solía denominar Les Corts Velles, se pueden encontrar restos de este
pasado en antiguos
edificios señoriales y masías.
Las
plazas de Can
Rosés, de Comas y de la Concòrdia, situadas a lo
largo de los ejes vertebradores transversales, son el corazón del antiguo
núcleo, y esta última es la zona de todo el barrio que conserva más
encanto, con la Antiga Farmàcia, del siglo XIX; la Pastelería Boages;
el Fragments Cafè , y el palacete de 1897 donde se encuentra el Centro Cívico Can Deu.
Sarrià - Sant Gervasi
El
viejo Sarrià-Sant Gervasi, el distrito más residencial de Barcelona, conserva un aire de pueblo que lo
convierte en un núcleo residencial exquisito y tranquilo. Rodeado de zonas
verdes, se alinea a lo largo un Tibidabo lleno de edificios y espacios
dedicados a la ciencia y a la diversión.
Donde conviven conocimiento y diversión
El
distrito de Sarrià-Sant Gervasi es uno de los mayores de la ciudad. Un casco antiguo, con
aspecto de pueblo, de calles estrechas y plazas pequeñas, rodeado de jardines,
y que es, además, la puerta de acceso al gran
parque natural de Barcelona, Collserola.
El
viejo Sarrià-Sant Gervasi conserva aún todo el encanto tranquilo y señorial del lugar donde menestrales acomodados y burgueses
instalaron sus palacios
y casas modernistas. Al pie de la plaza de John F. Kennedy,
mientras los ojos quedan cautivados por un espléndido edificio modernista,
subir al Tramvia Blau
transporta a un mundo de otra época, ya que a lo largo de poco más de un
kilómetro por la avenida
del Tibidabo sigue los pasos de la historia más reciente de la
ciudad, de la Barcelona que quiso imitar a París con una gran avenida ajardinada que culminara con una
iglesia, el Templo
Expiatorio, parecido al Sacré Coeur. De la Barcelona que quiso
ser como Londres, abriendo para los ciudadanos un gran parque de atracciones que se ha mantenido como
uno de los puntos de ocio más destacados de la ciudad. De la Barcelona que ha
dado nuevos usos a palacios, edificios y espacios, y ha integrado uno de los museos de la ciencia
más modernos y que es un referente en toda Europa.
Poesía y naturaleza
Sarrià-Sant
Gervasi es también las calles
estrechas del antiguo barrio, por donde pasó y paseó el gran poeta J. V. Foix,
calles que, casi sin que nos demos cuenta, se abren a un gran parque,
Collserola, donde el asfalto de repente se convierte en tierra. Vale la pena
subir en ferrocarril o incluso a pie y adentrarse en el mundo verde de la
sierra de Collserola, con más de 11.000 hectáreas de extensión, donde se palpa
la naturaleza. Allí se pueden ver, los días de primavera, jabalíes que pasean
con aire majestuoso, se puede desayunar en las áreas de pícnic y se puede culminar con
la visita a la montaña
del Tibidabo, todo un referente de la diversión, y contemplar
las mejores vistas de la ciudad desde las alturas.
El Tibidabo
Al
Tibidabo lo llaman la montaña mágica y es la cima más alta de la sierra de
Collserola. Desde arriba podemos disfrutar del Templo Expiatorio, del parque de
atracciones, del observatorio y... si el día está despejado, subir al punto más
alto de la montaña supone situarse en un mirador perfecto para ver incluso la
isla de Mallorca. Una montaña a la que se puede subir en tranvía o en el
funicular, que ha sido escenario de muchas fiestas para los ciudadanos y que
ahora reivindica su papel como uno de los grandes ejes de la ciudad.
Una cima con historia
Con
sus 512 metros, el Tibidabo es el punto más alto de la sierra de Collserola.
Hoy en día es una de las zonas que configuran la memoria histórica de
la ciudad, pero hasta el siglo XIX los ciudadanos no descubrieron una montaña,
junto a la ciudad, que abría el camino hacia el pulmón verde de Collserola. Hasta aquel
momento había sido guarida de bandoleros y un lugar de pasto de cabras.
La
urbanización de la avenida del Tibidabo, con mansiones y casas señoriales, proyectaba
también la creación de un parque de atracciones y una iglesia. Así, en 1902,
cuando el parque ya estaba en funcionamiento, se edificó el Templo Expiatorio
del Sagrat Cor, una iglesia de estilo neogótico que recuerda a la iglesia del
Sacré Coeur de Montmartre, en París. La parte superior del templo está a 575
metros sobre el nivel del mar y permite observar las mejores vistas de toda Barcelona.
En un día despejado, es posible ver la cordillera de la isla de Mallorca.
Cerca del cielo
Un
punto tan alto fue el sitio ideal para construir un observatorio astronómico,
el Observatorio Fabra, el cuarto más antiguo del mundo, que todavía funciona.
Para sentirse un poco más cerca del cielo, el observatorio organiza, durante
los meses de verano, cenas
temáticas mientras se contemplan las estrellas.
Otro
de los puntos imprescindibles del Tibidabo es el parque de atracciones,
uno de los más antiguos de Europa, todavía en funcionamiento. Construido a
principios del siglo XX, enseguida se convirtió en uno de los puntos de ocio
más importantes para la gente de Barcelona. Las atracciones de los espejos, la
Talaia —que ofrece vistas únicas de la ciudad—, el avión de 1928, el museo de los autómatas...
hacen las delicias de grandes y pequeños y forman parte de la memoria de la
ciudad.
La avenida del Tibidabo
Torres
modernistas a ambos lados, una amplia avenida ajardinada, un parque de
atracciones y el encanto del Tramvia Blau. La avenida del Tibidabo tiene todos
los ingredientes para dejar boquiabierto a cualquiera que vaya a visitarla. Pasear
por esta avenida, que no ha cambiado en más de cien años, es trasladarse a una
época burguesa y señorial, de antiguos industriales acaudalados que quisieron
recrear una avenida de París a los pies del Tibidabo.
El sueño del doctor Andreu
Una
gran avenida de más de un kilómetro y medio de largo, con mansiones a ambos
lados y jardines
donde se pudieran instalar las familias con más poder económico de la ciudad,
lejos de las cuadrículas de L’Eixample, de los bloques de vecinos y de las
fábricas. Una avenida donde respirar el aire
puro de la montaña y que imitara, en parte, las grandes
avenidas parisinas... Un sueño que el doctor Andreu, un médico barcelonés que
había hecho una fortuna con unas célebres pastillas contra la tos, llevó a cabo
en 1897.
La
avenida del Tibidabo no ha cambiado su fisonomía en más de cien años. Todavía
se mantiene el diseño de ciudad
ajardinada, ideado por el doctor Andreu, en el que se
edificaron diferentes mansiones
privadas, a ambos lados, para las familias más poderosas. La
elegante avenida acaba en la
plaza del Doctor Andreu y está conectada desde la parte baja
hasta la parte más alta por un tranvía: el Tramvia Blau del Tibidabo. Subir es
entrar en una página de la historia de Barcelona, en el capítulo en que los
mejores arquitectos de la época
modernista, como Josep Puig i Cadafalch, Joan Rubió i Bellvé,
Enric Sagnier o Adolf Ruiz Casamitjana, construyeron residencias y mansiones,
cada una más espectacular que la anterior, que competían en vistosidad y
estilo: modernistas, neogóticas, medievalistas, novecentistas... sin límites.
Desde la plaza del Doctor Andreu hasta la cima del Tibidabo sube el funicular, y allí se
encuentran el Templo
Expiatorio del Sagrat Cor y un gran parque de atracciones.
Jardins y mansiones de cuento
Desde
la Rotonda,
un antiguo hotel de cariz modernista y punto de partida del Tramvia Blau, se
abre el camino para pasear por la avenida, primero por los jardines de la Tamarita,
un oasis vegetal romántico abierto al público. La avenida continúa subiendo y
encontramos la Casa Coll,
el chalet Ignacio Portabella, la
Roviralta, la Casa
Fornells, la Casa
Muley Afid —una mansión que hizo construir un sultán desterrado
en Cataluña—, la Casa
Muntades... hasta que llega a la Casa Evarist Arnús, El Pinar, una mansión
neogótica parecida a un castillo de cuento de hadas que se ilumina por la noche
y forma parte del paisaje de la montaña del Tibidabo.
No
había límites en una avenida que reunió lo más importante de las familias de
Barcelona. El afán demoledor de la época de los años setenta y ochenta respetó
esta avenida, reconvertida en sede de universidades, colegios, consulados,
agencias de publicidad y algún restaurante. Todos han conservado el esplendor del sueño
del doctor Andreu.
Sarrià
Con
sus calles estrechas y sus casas de veraneo,
Sarrià conserva aún un aspecto de pueblo que impregna plazas, rincones y
tiendas. Es uno de los barrios con más zonas verdes de la ciudad, lleno de
edificios modernistas, unos postres para recordar y... ¡unas patatas bravas
para soñar! Sarrià sorprende con la tranquilidad de sus calles y también con un
desafío para los más curiosos: encontrar el antiguo cementerio.
Espíritu de pueblo
El
barrio de Sarrià conserva aún el aire de pueblo que entusiasmó a la burguesía
catalana del siglo XIX: pequeñas calles y
plazas que se vertebran en torno a la calle
Major, aceras estrechas en calles para peatones y gente vecina
que se saluda al pasar. Sarrià, por la influencia de los menestrales y
burgueses que instalaron las casas
de veraneo, fue una de las zonas más prósperas de Barcelona. Un esplendor que se manifiesta en el
ámbito arquitectónico, con casas, muchas de las ellas modernistas, que se
pueden ver en el casco antiguo, en el
pasaje de Mallofré o en la plaza de Sant Vicenç.
Paseos dulces y poéticos
Cerca
de la plaza de Sarrià
encontramos la Casa Orlandai, el actual centro cívico del distrito, una joya
modernista con unas decoraciones interiores y unos vitrales que merecen una visita e incluso un café en la terraza interior.
Pasear por Sarrià no sería lo mismo sin detenerse a admirar el goloso
escaparate de la pastelería
Foix, toda una institución en el barrio. Con más de 125 años de historia, este establecimiento ha endulzado
la vida de muchos barceloneses. El escritor J. V. Foix, hijo del fundador de la
pastelería, cambió dulces por poemas y se convirtió en una de las mayores figuras literarias de las letras catalanas. Y de los
pasteles a las patatas, porque en Sarrià, concretamente en el Bar Tomàs, en la calle
Major, se comen las consideradas las mejores
patatas bravas de la ciudad.
Sarrià
fue un núcleo independiente hasta 1921, cuando se anexionó a Barcelona. A pesar
de ello, Sarrià todavía
mantiene su espíritu de pueblo independiente de la gran Barcelona. Paseando por
sus plazas y calles,
podemos prestar atención a casas y tiendas: susurran la historia de un pueblo
que se mantiene fiel a su esencia.
Gràcia
Gràcia
es un distrito que abre sus calles y plazas a la multiculturalidad, a los
artistas más cosmopolitas, a la música, al teatro y al cine, pero sin perder la esencia de pueblo orgulloso y diferente
que reivindica su pasado. Una Gràcia con gracia.
Cultura y creatividad en cada rincón
El
distrito de Gràcia es carismático, bullicioso, cosmopolita y bohemio. En Gràcia
conviven vecinos
de toda la vida con estudiantes de intercambio,
gitanos
que tocan en la calle con artistas
bohemios que buscan inspiración, jóvenes y no tan jóvenes que
se saludan por las plazas mientras hacen cola ante el cine más independiente.
Es una gran familia, son los de Gràcia, y en el
distrito hay sitio para todos.
El
carácter independiente
les viene de lejos, de cuando los terrenos que componen el actual distrito
formaban parte de la antigua villa
de Gràcia, formada como parroquia en el año 1628 e
independiente desde 1856 hasta 1897. La parte alta
del distrito, con los barrios de Vallcarca, el Coll y la Salut, que baja
hasta la Vila de Gràcia y el Camp
d’en Grassot-Gràcia Nova, tiene un origen básicamente rural.
Algunas de las antiguas
masías sobrevivieron y aún se pueden ver repartidas por el
barrio de la Salut o por los alrededores del Park Güell. De las antiguas casas
solariegas destacan Can
Tusquets, una masía señorial catalana de influencia neoclásica
rodeada de jardines que hoy es sede del convento de las Hermanas de Sant Josep
de la Muntanya, y Can
Xipreret, el actual Club de Tennis
de la Salut, una sobria masía de la que se conservan el edificio y la fachada.
Artistas de ayer y de hoy
La
cultura y la creatividad se encuentran en cada rincón. Tiendas, tiendecitas,
estudios y centros culturales salpican unas calles de nombres floridos y poéticos,
que desembocan en las decenas
de plazas de la villa. La vida
se articula a su alrededor en forma de pequeños escenarios
de teatro doméstico.
En
el distrito de Gràcia, la gracia se extiende
por todas partes. Se extiende por la parte alta del distrito, donde un continuo
hormigueo de visitantes sube y baja del Park
Güell, los jardines soñados por el industrial Eusebi Güell y
creados por el genio de Antoni
Gaudí. Se extiende por el barrio de Gràcia, lleno de arte, cultura
y vida, y de comercios inspirados que ofrecen creaciones de ayer y de hoy. Se
extiende por sus fiestas, una cita ineludible donde la creatividad toma las calles y las plazas,
que se convierten en pistas donde bailar, a ritmo de charanga. Y por la plaza
del Raspall, de la Vila de Gràcia, donde nació la rumba catalana y donde
los gitanos, orgullosos, tocan al ritmo del ventilador haciendo que los pies se
muevan casi por sí solos. Y en sus terrazas
hay mucho donde escoger, siempre abiertas para tomar el aire y disfrutar del
ambiente... Dice la leyenda que, una vez se entra y te roba el corazón, es
difícil dejar el distrito de Gràcia.
El Park Güell
Park
Güell es Antoni Gaudí. Una de las obras más emblemáticas de este arquitecto, el
sueño de un genio que se ha convertido en uno de los símbolos de la ciudad. No
hay recuerdo, postal o fotografía que no incluya un dragón de cerámica y los
bancos ondulados del mirador. El Park Güell,
símbolo de la Barcelona modernista, invita a entrar en un mundo fantástico
donde jardines y arquitectura se funden en un único paisaje. Gaudí es
Barcelona.
Un paisaje onírico
Nada
más pasar por la puerta principal, flanqueada
por dos construcciones que parecen sacadas de un cuento
de hadas, se entra en un mundo
diferente, encantador, original..., un mundo donde arquitectura y jardín
se funden y confunden en un paisaje onírico. El dragón de mosaico cerámico vigila a los
visitantes, pendientes de cualquier detalle que descubrir: caracoles, setas,
flores, hojas..., cada rincón, cada trocito de parque, es un descubrimiento.
Eusebi
Güell, prohombre
de la ciudad, quiso crear, a principios del siglo XX, una ciudad-jardín al
estilo británico, un lugar donde la clase acomodada pudiera tener una
residencia, de ahí el nombre de Park Güell. Se construyeron caminos,
escalinatas, una plaza, un pabellón para el servicio e incluso una casa muestra..., pero el proyecto fracasó. En
1922, seis años después de la muerte de Eusebi Güell, el Ayuntamiento de Barcelona compró los terrenos y convirtió el lugar
en un parque público,
el más singular de la ciudad.
La ondulación de la naturaleza
La
imaginación desbordante de Antoni
Gaudí está presente en cualquier rincón del parque, con elementos que sorprenden a los
visitantes, que llegan de todo el mundo. El
dragón de cerámica de la entrada da paso a la sala hipóstila, un espacio abierto de 86
columnas de estilo dórico que tenía que acoger el mercado de la ciudad-jardín.
La plaza, que nace directamente de la montaña, escenifica la unión entre naturaleza y arquitectura
y está delimitada por un banco
ondulante de mosaico cerámico, diseñado por un discípulo de
Gaudí, Josep Maria Jujol. Desde este banco, suavizado por las ondulaciones, hay
una de las mejores vistas
de la ciudad.
No
solo el banco serpentea, lo hacen también los caminos, los porches y los viaductos. Huyendo de
las líneas rectas, Gaudí imaginó una
arquitectura en consonancia con la vegetación y la naturaleza, en una simbiosis
entre la piedra y el verde.
Ante
el fracaso del proyecto, y visto que no se
vendería ninguna casa, el propio Gaudí vivió en la
casa muestra hasta 1926. Actualmente es la sede del Museo Gaudí y se
pueden ver dibujos, maquetas y mobiliario diseñados por él mismo.
Cuando
Antoni Gaudí obtuvo el título de arquitecto, el rector de la Universidad, Elies
Rogent, dijo: “Hemos dado un título a un genio o a un loco, solo el tiempo lo
dirá”. Y el tiempo ha dado su veredicto: la genialidad de Gaudí, que muestra de
manera impecable el Park Güell, es, desde 1984, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
El Camp d'en Grassot
Fronterizo
con los barrios de L'Eixample de Barcelona, con
su ordenación cuadriculada, sobresale el barrio del
Camp d'en Grassot, en el distrito de Gràcia, un lugar que todavía conserva
muchos de los rasgos que lo caracterizan. La antigua fábrica de La Sedeta se
levanta, ahora reconvertida en centro cívico, para recordar el pasado
industrial de Barcelona, donde campesinos y obreros convivían en uno de los
barrios más populares, que tuvo uno de los primeros clubes de fútbol de toda
Barcelona.
Un barrio entre torrentes
Marcado
por una fuerte presencia
industrial, el barrio del Camp d’en Grassot destaca por la gran
cantidad de industrias, de baldosas y textiles, que se instalaron en la zona en
busca de los torrentes
de aguas subterráneas necesarios para hacer funcionar la
maquinaria.
La
antigua fábrica de La
Sedeta, que fue la protagonista del bum industrial y demográfico del Camp
d’en Grassot, es hoy un centro
cívico y un instituto, aunque todavía conserva el magnífico recinto industrial, un buena muestra de la
arquitectura de las fábricas de la Barcelona de principios del siglo XX. La
presencia de una gran comunidad obrera propició el crecimiento del tejido asociativo del barrio, y uno de los elementos de los que se
tiene más memoria popular es el Club
Europa, uno de los primeros equipos de
fútbol creados en Barcelona.
Con nombre propio
El
Camp d’en Grassot tiene un origen básicamente rural, y fue Jeroni Grassot, al que
el barrio debe el nombre, con sus hijos Romà y Dolors, quien inició su
urbanización en el año 1860 y lo adaptó al Plan Cerdà de L’Eixample. Los campos de cultivo se
vendieron para edificar pisos que acogieran a los obreros que trabajaban en las
fábricas de la zona y el barrio creció rápidamente.
Hoy en día, es una zona tranquila y
agradable para vivir que se extiende entre las
calles de Bailèn, del Rosselló, de Sardenya y de Pi i Margall y la Travessera
de Gràcia. Allí, igual que en el resto del distrito, la creatividad y la alegría popular están
siempre presentes. El ambiente festivo estalla la primera quincena de agosto,
cuando el Camp d’en Grassot celebra su propia fiesta mayor.
La vila de Gràcia
Popular,
activo, multicultural, extrovertido..., Gràcia es un oasis dentro del vértigo ciudadano. Es más que un barrio, es un
pueblo con una identidad propia que reivindica su pasado y que ha hecho de sus
fiestas una cita obligada para todos. Una gran vida comercial, tiendas de
artesanos y diseñadores y una amplia oferta de ocio y de gastronomía completan
el panorama de un barrio que, a ritmo de guitarra y palmas, vio nacer la rumba
catalana.
El espíritu de Gràcia
La
Vila de Gràcia es uno de los barrios con más carisma de la ciudad de Barcelona. Conserva aún sus calles pequeñas y
estrechas, de núcleo
rural, articuladas en torno a los torrentes que
atravesaban la zona, y sus habitantes proclaman orgullosos su pertenencia a
Gràcia y el espíritu gracienc,
que cada verano se reaviva en las fiestas
más populares de Barcelona. La Vila de Gràcia es un placer para pasear y para
mirar. Las tiendas más creativas se reparten
por todas sus calles y la cultura
de la terraza se establece en todas
las plazas de la antigua villa, y son muchas. Cualquier momento
del día, y de la noche, es el adecuado para parar, sentarse en una terraza y mirar la vida pasar por Gràcia.
Pasado y presente
Hasta
el siglo XVII, este barrio no pasaba de ser unas cuantas masías aisladas, tres
conventos de religiosos y alguna torre que la burguesía había construido como
casa de veraneo. La entrada del siglo XIX trajo la industrialización, y
Gràcia se volvió importante, ya que aportaba terrenos libres para poder
edificar e instalar industrias. Fue el momento
en que Gràcia empezó a reclamar su independencia,
y la consiguió hasta tres veces: en 1821, en 1828 y en 1849. La villa de Gràcia se anexionó definitivamente a
Barcelona en 1897, pero años antes se había construido la gran arteria que
uniría el centro de la ciudad de Barcelona con una villa en plena expansión: el
paseo de Gràcia,
que aprovechaba el antiguo camino que unía ambos núcleos.
Pero
no todo era industrialización en la villa de Gràcia. Durante más de dos siglos,
el trato del ganado estuvo en manos de la comunidad gitana, asentada en los
alrededores de la plaza
del Raspall. Una comunidad de gitanos bienestantes que, al
igual que los vecinos de Gràcia, articulaban su vida alrededor de las plazas y
las calles. Un crisol que mezcló los ritmos
flamencos con los sonidos cubanos y de salsa que provenían de
los inmigrantes americanos. El resultado: la rumba catalana, un
estilo musical típicamente de Gràcia.
De plaza en plaza
Gràcia
son muchas Gràcies. Es la modernista
que vio los primeros edificios del arquitecto Antoni Gaudí, como la Casa Vicens, cerca de
la plaza de Lesseps;
es la de otras plazas emblemáticas, como la de la Virreina, la del Diamant —que Mercè
Rodoreda convirtió en novela—, la plaza del Sol,
con su multiculturalidad, o la plaza
de la Revolució, republicana y liberal; es también la de la
Gràcia gitana de la rumba catalana, la de los teatros independientes como el Lliure; la
que es capaz de mezclar al vecino de barrio con la modernidad más bohemia de
los artistas
que se instalan en sus talleres. Gràcia es pasear por Gràcia, adentrarse en un
mundo de tiendas
curiosas, de nuevas artesanías, de diseños de ayer y de hoy,
recrearse en las casas señoriales, tomar el
fresco en las plazas o ver una película de arte y ensayo... de día o de noche.
Siempre hay algo que hacer en Gràcia.
Horta-Guinardó
Al
pie de la sierra de Collserola, el distrito de
Horta-Guinardó es un gran mirador sobre la ciudad. Siempre ha disfrutado de
gran fertilidad y de abundancia de agua, incluso con actividades económicas
relacionadas con el líquido elemento. Las antiguas masías y las zonas verdes
actuales son su tesoro y el vivo reflejo de esa riqueza.
El legado del agua
Zigzagueando
entre valles y colinas
del noreste de la ciudad y adentrándose en la sierra de Collserola,
el distrito de Horta-Guinardó es el tercero más extenso de
Barcelona. Zona de pasado rural y de abundante vegetación, disfruta de vistas
sorprendentes desde los numerosos
miradores que ofrecen sus barrios, como por ejemplo en la
cordillera de los Tres Turons.
Su
historia milenaria
—representada en el barrio de Sant Genís dels Agudells y su iglesia románica—
tiene como punto de interés los alrededores del antiguo núcleo rural de Horta,
que se extendía por la actual Vall d’Hebron, antiguamente conocida como Vall
d’Horta, y que fue integrando los once
barrios que conforman el distrito.
Alejado
del centro neurálgico de la ciudad, el crecimiento industrial y poblacional de
Horta-Guinardó fue lento, y tradicionalmente ha ido muy ligado a la abundancia de agua que
había en la zona, hasta el punto de que la parte antigua del actual barrio de
Horta se hizo conocida por la enorme industria de lavanderas que hubo a
principios del siglo XX. Otro ejemplo de actividad económica relacionada con el
agua fue la de la distribución y venta de agua de la Font d’en Fargues, de
gran renombre en el transcurso del siglo XX.
Entre colinas y valles fértiles
La
ingente industrialización que se produjo en Barcelona en las postrimerías del
siglo XIX no llegó a Horta hasta los años cincuenta del siglo XX, y durante
todo ese tiempo la zona mantuvo su aire
rural e independiente, que aún conserva. Un ejemplo de este
hecho es el actual barrio
de la Clota, que es un lugar con una característica fisonomía
agrícola. Gracias a ello, y al orgullo de sus vecinos, algunas de las masías de payés y
casas señoriales de aquellos tiempos, como Can Cortada, Can Fargas, Can Soler o
Can Baró, entre otras, todavía se mantienen en pie reconvertidas en espacios de
usos bien variados.
Hoy en día, el casco antiguo de Horta, con sus
callejuelas y el aire de pueblo, pero con una zona de ensanche modernista,
es de los barrios más animados y comerciales del distrito.
Otros
barrios muy populares y que ofrecen un conjunto único son los del Carmel, Can Baró y la Teixonera.
Situados en el área de influencia de las faldas del Turó del Carmel,
respiran el ambiente popular y sencillo que le imprimieron sus residentes, pero
también las familias venidas de diversos lugares de España después de la
posguerra: casas pequeñas que se alinean por calles empinadas, placitas con bares y
parques verdes llenos de vida, entre los que destaca el conocido mirador del Turó de la Rovira,
desde donde se contempla una de las mejores vistas de la ciudad, de 360 grados
sobre Barcelona.
Más
arriba, en el paseo de la Vall d’Hebron, junto a Montbau, se encuentra
una de las joyas más importantes de Horta-Guinardó: el Laberint d’Horta,
un espacio de retiro natural y un lugar histórico de
gran importancia para Barcelona, no en vano fue el primer parque que se hizo en
la ciudad, en el siglo XVIII.
El
Guinardó y el Baix Guinardó,
situados al pie del distrito, antiguamente pertenecían al pueblo de Sant Martí.
Son barrios fértiles,
con una historia repleta de episodios muy interesantes, como por ejemplo el del
papel del Mas Guinardó
en el transcurso de los hechos de 1714. Hablamos de un área de destacadas zonas verdes, como el magnífico parque de las
Aigües, el del Príncep de Girona, el del Guinardó o los jardines de Frederica
Montseny.
Dentro
del distrito de Horta-Guinardó, como se ha mencionado, podemos encontrar aún
las reminiscencias de un pasado
rural no tan lejano: las casas bajas, las
calles estrechas, los parques, las masías y los vecinos ajenos al
bullicio del resto de la ciudad, que se pueden permitir el lujo de mirar a los
demás barceloneses desde las alturas.
Sant Pau Recinto Modernista
Uno
de los centros sanitarios más importantes de Barcelona
y esenciales del modernismo, el Hospital
de Sant Pau, declarado Patrimonio Mundial por la Unesco, traslada al visitante
a una comunión entre arquitectura e historia que no deja indiferente a nadie.
Obra del arquitecto Lluís Domènech i Montaner, el Recinto Modernista se ha
convertido en un nuevo espacio de referencia de la ciudad de Barcelona, en el
que conviven historia e innovación.
El hospital modernista
Heredero
de la instalación sanitaria de 1401 en el barrio del Raval, el Hospital de la Santa Creu i Sant Pau
fue creado a finales del siglo XIX por el arquitecto Lluís Domènech i Montaner.
Tanto como equipamiento de salud como por su valor
arquitectónico, se trata de uno de los lugares modernistas más extraordinarios
de Barcelona.
Considerado
el mayor recinto
modernista de la arquitectura catalana, fue declarado Patrimonio de la Humanidad
por la Unesco en el año 1997. La inspiración neogótica de sus doce
edificios dispone de una gran profusión de cerámica y una amplia iconografía
muy valorada, en la cual se muestra el sentimiento religioso del autor. Los
criterios generales que se siguieron para construir los doce pabellones fueron
la transversalidad en la estructura, la iluminación, la ventilación y
también la decoración de las salas.
Un patrimonio por descubrir
Después
de más de ocho décadas de actividad sanitaria en el Recinto Modernista, en
el 2009 una ambiciosa
transformación trasladó el hospital a unas nuevas instalaciones situadas en el extremo norte del
recinto, y los pabellones históricos se reutilizaron como lugar de
investigación y patrimonio
histórico.
Espacio de memoria, el Recinto Modernista acoge en
la actualidad un centro de investigación y conocimiento formado
por instituciones relacionadas con la salud, la educación y la actividad
sanitaria. Además, el pabellón de la Administración cuenta con el Archivo Histórico del
Hospital de la Santa Creu i Sant Pau, uno de los fondos documentales más
antiguos de Europa, con documentos que van desde el siglo XV, cuando el
hospital se encontraba en el Raval, hasta el siglo XX. Como sede de acontecimientos
culturales y educativos, el Hospital de Sant Pau es una visita única que
invita a recorrer décadas de ciencia, historia y arquitectura de
Barcelona.
Los Tres Turons
Los Tres Turons permiten ver todos los barrios
de Barcelona que se extienden hasta el mar desde las alturas. Formados por las
colinas del Coll, el Carmel y la Rovira, ofrecen las
mejores vistas de la ciudad y una mezcla poco común entre urbanismo y
naturaleza. La batería antiaérea del Turó de la Rovira, el parque del Guinardó,
el parque de la Creueta del Coll..., los espacios creados dentro de los Tres
Turons ofrecen tranquilidad y verdor dentro de la ciudad.
Un pulmón verde
Aunque
quedan separados de la sierra
de Collserola por el entramado urbano, los Tres Turons parecen
una prolongación de esta sierra que se adentra en la ciudad. Habitados
desde tiempos antiguos, con masías y huertos, en
los alrededores crecieron poblaciones que se convirtieron en barrios y que
actualmente son las mejores puertas de entrada
a este pulmón verde en medio de la ciudad, como los del Guinardó, la Font d’en
Fargues, Can Baró y el Carmel.
Miradores y refugios
A
lo largo del siglo XX, estos barrios, que forman
parte de los Tres Turons, se urbanizaron enormemente y acogieron una importante
cantidad de población inmigrante, para acabar
convirtiéndose en los encantadores
barrios que son hoy en día, de
callejuelas escarpadas, zonas ajardinadas e impresionantes vistas desde
numerosos rincones. Como están situados en colinas, disponen de numerosos miradores,
como el del Turó de la
Rovira (ahora en obras), con una altitud de 269
metros y donde se pueden encontrar los restos de la batería antiaérea que se
instaló durante la Guerra Civil Española.
Uno
de los parques más emblemáticos de los Tres Turons es el del Guinardó, un espacio
perfecto que cada fin de semana se llena de familias que quieren disfrutar de
la naturaleza. Los variados árboles y la conocida Fuente del Cuento,
donde, según se dice, muchas parejas se encontraban de manera clandestina,
hacen de este parque un refugio de paz.
La
vida de pueblo
que mantienen estos barrios, con sus pequeños comercios y sus vecinos de
carácter abierto y sencillo, manifiesta el gusto más auténtico de la Barcelona
popular. Las zonas verdes con parques que
nos acercan a la naturaleza y las impresionantes
vistas desde sus elevaciones son un privilegio para todo el que quiera conocer
la ciudad a fondo.
Nucli antic d'Horta
Pequeñas
casas bajas y callejuelas, tranquilidad e incluso silencio. En el casco antiguo
del barrio de Horta, sus vecinos y vecinas han sabido conservar el ambiente de
pueblo que siempre ha tenido el barrio. La plaza de Eivissa es el centro de
este pequeño casco antiguo y el foco de la vida social del barrio, y une la red
de calles con más historia. Los paseos tranquilos y la cocina tradicional son
todo un placer en este punto de Horta-Guinardó.
El corazón de un antiguo pueblo
En
la parte de Horta, bajo la ronda de Dalt, se encuentra el casco antiguo del barrio,
donde los comercios se concentran en torno al eje comercial del Cor d’Horta i Mercat.
En él se encuentran algunas calles conocidas que conservan su estilo de pueblo
con casitas bajas y jardín. Este es el caso de las calles de la Galla, Rajoler
o Sanpere i Miquel, entre otras. El epicentro que une todas estas callejuelas
es la plaza de Eivissa,
que últimamente ha sido ampliada para el disfrute vecinal y donde se desarrolla
gran parte de la vida del barrio, un rincón
delicioso con bares, terrazas y zonas de estancia y de juego
para los más pequeños.
Muy
cerca de esta zona se encuentra Can
Mariner, una imponente masía del siglo XVII —hoy una biblioteca especializada en teatro—,
que refuerza el aire rural de esta zona.
Adentrándose
un poco más por las callejuelas, se llega a la plaza de Santes Creus, que antiguamente
fue la plaza mayor de Horta y que todavía conserva el edificio que había sido
la sede del distrito.
Hoy en día acoge diferentes servicios municipales.
Tesoros sorprendentes
Horta,
además, tiene otro tesoro escondido: su ensanche,
que se amplió entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, en el que se
pueden encontrar diversos ejemplos de arquitectura
modernista.
Un
comentario aparte merecen las vías que componen el núcleo comercial de la
zona: las calles de Lisboa, Tajo, Baixada de la Plana y Dante forman un
conjunto encantador de comercios con productos
de calidad a buen precio. Pasear una mañana por estas calles,
ya sea comprando o mirando, puede ser como un agradable viaje al pasado.
Si
se baja un poco más, se llega a la parte histórica más interesante de toda la
zona: la calle de
Aiguafreda. Entre el siglo XVII y principios del XX, el barrio
disfrutaba de una afluencia de agua en grandes cantidades, de manera que una de
las industrias que mejor funcionó fue la de las lavanderas, muy reconocidas en toda
Barcelona. En esta calle todavía se conservan las casas de finales del siglo
XIX, con los lavaderos
donde se limpiaba la ropa de las familias de las clases acomodadas, que estas
enviaban desde todos los puntos de la ciudad.
Nou Barris
El
variado y extenso distrito de Nou Barris, la Barcelona inexplorada a los pies
de Collserola, acoge numerosos espacios verdes de los
que disfrutar y una intensa vida vecinal y cultural que se mueve a un ritmo
independiente del resto de la ciudad.
Espacios para sorprenderse
Nou
Barris ofrece una de las caras de Barcelona
más inexploradas y llenas de sorpresas. Situado en el extremo
norte de la ciudad, entre la sierra de Collserola y la avenida Meridiana, y
tocando al distrito de Sant Andreu, el de Nou Barris es un distrito con calles de estructura empinada
e irregular y lleno de zonas verdes alejadas
del bullicio. Por todas partes se combinan avenidas interminables
con pequeños callejones y bares de toda la vida, con
vecinos llegados de los lugares más variados del mundo que forman una
mezcla curiosa y diversa.
A
raíz de la gran transformación que ha vivido la ciudad a lo largo de las
últimas décadas, el distrito de Nou Barris se ha convertido en una muestra del nuevo urbanismo de Barcelona, con modernos espacios y equipamientos como el
Parque Central, Can Dragó y las Cocheras de Borbó, que conviven con elementos históricos patrimoniales,
como los acueductos, el Rec Comtal, la Casa del Aigua, el Castillo de Torre
Baró o la iglesia de Santa Eulàlia de Vilapicina,
entre otros.
El
crecimiento poblacional e industrial de Nou Barris fue tardío en comparación
con el del resto de la ciudad, y no fue hasta los años cincuenta, sesenta y
setenta del siglo XX cuando empezó a expandirse como punto de acogida para
la inmigración obrera de esa época. Los vecinos de Nou Barris siempre se
han conocido por su carácter luchador. El distrito posee un movimiento social arraigado,
un asociacionismo vecinal que se inició durante la dictadura franquista y se
hizo fuerte durante la transición. Un movimiento que se convirtió en el motor de transformación
del barrio para incorporarlo a la ciudad. Así, el tejido asociativo ha
contribuido al desarrollo de una dinámica social de carácter vecinal
integradora y cohesionadora. Esta conciencia social se refleja en la riqueza cultural de
Nou Barris, que recoge aportaciones de todas partes y genera propuestas
culturales singulares e innovadoras, como el Ateneu Popular 9 Barris, referente del
mundo del circo de la ciudad.
Todo un mundo por explorar
En
el norte, la orografía
montañosa de calles empinadas y enormes zonas verdes esconde
barrios todavía más inexplorados: Canyelles, Roquetes, Torre Baró, Can
Peguera... Rincones de la ciudad que conservan el ritmo de
vida pausado y pequeños fragmentos de la historia de nuestro país, y en
los que es posible disfrutar de recorridos
gastronómicos a precios populares nada fáciles de encontrar en
otros lugares de la ciudad.
La
parte sur limita con el distrito de Horta-Guinardó, ya que gran parte de
los barrios que hoy en día forman Nou Barris
constituían históricamente los alrededores de los antiguos municipios
de Horta y Sant Andreu de Palomar. Al igual que Horta antes de su
expansión como zona obrera, Nou Barris era un espacio rural poblado de masías, como Can Basté o Can Verdaguer, que
todavía se conservan. Muy cerca, los barrios de la Guineueta, Verdum,
Torre Llobeta y Vilapicina esconden plazas
y rincones de la Barcelona obrera más auténtica.
Uno de los ejes comerciales más importantes del distrito es la Vía Júlia, conocida
como la rambla de Nou Barris,
que acoge comercios, bares y pequeñas tiendas a su alrededor. Muy cerca se
encuentran el paseo de
Verdun y el paseo
de Fabra i Puig, dos de las arterias donde se hace más
vida de barrio y en las que todavía podemos disfrutar de algunas tascas y
restaurantes auténticos en los que comer bien y barato es posible.
Las zonas verdes más conocidas de Nou Barris son el parque de la Guineueta
y el parque del Turó de
la Peira. Cabe destacar especialmente el Parque Central de Nou Barris, un
enorme espacio verde único en toda la ciudad por su tamaño y su riqueza
natural. Además, en el parque se encuentra el edificio del antiguo Hospital
Mental de la Santa Creu, construido por el arquitecto Josep
Oriol Bernadet en el siglo XIX y que actualmente acoge la sede del Distrito y
otras dependencias municipales, como la biblioteca, la Guardia
Urbana, etc.
Parque Central de Nou Barris
El
parque Central de Nou Barris es uno de los mayores de la ciudad y una zona verde incomparable, con más de una treintena de especies de árboles diferentes. Gracias a su situación y
dimensiones consigue que nos sintamos en plena naturaleza dentro de la urbe.El
parque acoge en su interior algunos edificios de innovación, como el Fòrum Nord
de Tecnologia, y otros más tradicionales, como las masías de Can Carreras y Can
Ensenya.
Naturaleza urbana
Chopos, acacias, magnolias...
El pulmón verde del parque Central de Nou Barris
ofrece un enorme paraje
donde estar en contacto con la naturaleza y demuestra que relajarse cerca de un
lago en medio de la
ciudad es posible.
Diseñado por Carme Fiol
y Andreu Arriola, el parque se inauguró a finales de
los años noventa, y dentro de las casi 18
hectáreas se pueden encontrar múltiples rincones agradables,
así como edificios de servicio para el barrio; el antiguo Hospital
Mental de la Santa Creu de finales del XIX es hoy en día un recinto con un gran movimiento y la sede de
la Biblioteca Popular, el Archivo Municipal y el Consejo Municipal de Nou
Barris.
Lagos y antiguas construcciones
Los
dos lagos
cortados por el paseo de Fabra i Puig son otro de los atractivos de este parque
y atraen a muchos vecinos y niños para jugar y pasar un rato de
tranquilidad. Las más de 30
especies de árboles y las 130 palmeras que hay proporcionan un
lugar donde aprender y relajarse.
El antiguo acueducto Dos
Rius, que pasa por encima del lago y une el distrito de Nou
Barris con Horta-Guinardó, y también las antiguas
masías de Can Carreras y Can Ensenya, guardan una
parte de la historia del barrio que se puede disfrutar al aire libre.
Sant Andreu
El
distrito de Sant Andreu es como sus vecinos: carácter, lucha y un profundo
respeto por las tradiciones. De los Tres Tombs al Esclat y tantas otras
fiestas, la tradición marca el rumbo de un antiguo pueblo que, anexionado a
Barcelona, aún mantiene su espíritu.
Tradiciones para dejarse llevar
La
memoria de la ciudad
pasea y se toma un café por los barrios de Sant Andreu. El distrito mantiene un
carácter tradicional y un sentimiento
de pueblo que conserva entre sus calles antiguas y empedradas,
las plazas con soportales y los comercios centenarios. En él se esconden restos
romanos, y se pueden descubrir sólidas masías que hablan de un pasado rural, de un
pueblo que se convirtió en núcleo urbano y que acabó siendo parte de la gran
Barcelona actual. Pero es también un pasado
industrial que evoca luchas obreras, sindicalismo y apoyo
vecinal, y que ahora se recupera para la ciudad abriendo recintos como el parque de la Pegaso,
en la Sagrera; la fábrica de creación Nau
Ivanow, o la Fabra
i Coats, antigua sede de una filatura con 30.000 metros
cuadrados de antiguo uso industrial que han pasado a ser de uso público, y que
incluye, entre otras, la Fábrica
de Creación y el Centro Cultural Can Fabra.
El orgullo andreuenc
Sant
Andreu son sus vecinos y sus tradiciones, raíces que no se quieren perder ni
esconder bajo capas de hormigón y que los ciudadanos se encargan de reclamar,
como los edificios centenarios de la calle
Major, donde se alzan orgullosas algunas joyas arquitectónicas,
como la modernista Can Guardiola o la Casa Bloc, obra maestra del racionalismo
catalán. Tradiciones que pasan de padres a hijos también con orgullo, como los Tres Tombs, la romería
de carrozas de Sant Antoni, una de las más antiguas de Barcelona y la primera
del calendario anual, en la que se
bendicen los animales y se lanzan toneladas y toneladas de
caramelos. Y el Esclat
Andreuenc, con la comparsa de los trabucaires de Sant Andreu,
que llena de ruido las calles del barrio y despierta a la ciudad entera con los
tiros de sus trabucos. ¡Sant Andreu es trabuco!
La Sagrera
La
Sagrera es un barrio de contrastes. El casco antiguo, acogedor y pequeño, queda
medio escondido por los altos bloques que flanquean la avenida Meridiana, una
de las principales arterias de la ciudad. De su origen sagrado este barrio
conserva una paz y una tranquilidad que contrastan con el bullicio del distrito
de Sant Andreu.
Los
terrenos sagrados
El
origen del barrio
de la Sagrera es bastante curioso: eran los terrenos sagrados que rodeaban las
iglesias y se encontraban bajo
la protección del clero. Cuando la Sagrera era un núcleo rural,
los campesinos guardaban las cosechas en los depósitos de la iglesia,
denominados sagrers,
porque como era un espacio sagrado estaba protegido de guerras y saqueos. La
conciencia de barrio
popular y trabajador se ha mantenido a lo largo de los años.
La
industrialización trajo a la Sagrera fábricas como la Pegaso, hoy
reconvertida en un parque municipal; la desaparecida Farinera L’Esperança,
o la fábrica de pinturas Ivanow,
que después de alojar varias empresas hoy en día es un centro de arte y
creación, la Nau Ivanow.
Son
rastros de una época
industrial que va íntimamente ligada al crecimiento de la avenida Meridiana, la
arteria que atraviesa el barrio. 15 Sus altos bloques de viviendas, algunos de
más de quince pisos de altura, son fácilmente identificables y se han
convertido en un icono de esta entrada
a la ciudad de Barcelona.
Los
tesoros del barrio
Pero
la Sagrera esconde un casco antiguo pequeño y aseado tras los bloques de
hormigón; un espacio que, articulado en torno a la plaza de Masadas, es
un refugio de paz que todavía mantiene la tranquilidad de un barrio muy
familiar. La plaza de la
Assemblea de Catalunya y el parque de los Jardins d’Elx ofrecen
un espacio verde y abierto al barrio.
Es
una oportunidad para contemplar y disfrutar un centro histórico que ha desvelado
tesoros, como los restos
romanos encontrados mientras se excavaba para las obras de la
nueva estación de trenes, una de las más grandes de Europa.
Sant Andreu
Sant
Andreu conserva, orgulloso, su carácter de pueblo independiente. La historia de
este barrio combativo y reivindicativo se puede recorrer mediante los edificios
de las grandes industrias, ahora recuperadas como centros culturales, pero
también en sus fiestas populares. Los de Sant Andreu,
según dicen, tienen los mejores Tres Tombs, y también el Esclat Andreuenc.
¡Trabucaires, despertad a los vecinos!
Mucho más que un barrio
Si
se tuviera que definir el carácter de Sant Andreu en dos palabras, estas serían
tradiciones y lucha. Y, en el
centro, los vecinos. Sant Andreu es un barrio
de vecinos, donde las asociaciones centenarias, la intensa vida
social, la gente que se saluda por las calles, el comercio de proximidad...
hacen vida de barrio. Mantiene un poso de pueblo que todavía está muy vivo en la plaza
de Orfila y en el centro histórico,
lleno de callejones entrañables y de comercios centenarios, como los que
encontramos en la calle Gran
de Sant Andreu.
Pero
Sant Andreu esconde muchos más tesoros. Algunos, aunque no
se pueden ver, están documentados y remiten a la época
romana, como los restos del acueducto que
servía al Rec Comtal, el gran canal de agua que cruzaba toda Barcelona. Otros,
que sí se pueden ver, como la masía
Can Carasses, hoy Escuela Ignasi Iglésias, hablan del pasado
agrícola de Sant Andreu, encargado de abastecer la Barcelona del siglo XVII. Y
los que más explican un pasado industrial importantísimo, el del siglo XVIII,
con las hilanderías
Fabra i Coats, ahora ―y fruto de una larga reivindicación
vecinal― convertida en un espacio industrial
recuperado, con 30.000 metros cuadrados reconvertidos para el uso público y que
incluye la Fabra i
Coats-Fábrica de Creación , el Centro
Cultural Can Fabra, la Biblioteca Ignasi Iglésias; el Casal de Barrio de
Sant Andreu; el espacio social y cultural Josep Bota, y la plaza de Can Fabra.
El
modernismo también
dejó su huella en Sant Andreu, con fincas como Can Guardiola, hoy el hotel de entidades, o Can Vidal. Así como el racionalismo,
con una joya arquitectónica contemporánea, la Casa
Bloc, un encargo de 1932 de la Generalitat republicana que trae a
arquitectos de todo el mundo a estudiar su
estructura.
Fiestas y tradiciones
Sant
Andreu es un barrio que mantiene muy arraigadas las tradiciones y que ha
convertido sus fiestas en una cita ineludible para todo el mundo. Es el primer
barrio que celebra la fiesta
de los Tres Tombs en Barcelona, con la bendición de animales
domésticos. Desde la plaza de la Orfila sale un pasacalle de carrozas y carros
arrastrados por caballos y bueyes, desde los que se tiran toneladas de
caramelos al público.
Y
de los caramelos pasamos a los trabucos, porque hay otro pasacalle que llena de
orgullo a los vecinos de Sant Andreu. Se trata del Esclat Andreuenc, en
el que una colla de trabucaires
despierta al barrio con los tiros de sus trabucos.
Sant
Andreu es pasado, pero también presente
y un futuro que las asociaciones y los orgullosos vecinos de
este barrio se encargan de mantener
Sant Martí
Junto
al mar, chimeneas omnipresentes dan la bienvenida al distrito de Sant Martí
recordando su pasado industrial. Una industria que ha dado paso a la innovación
y a las nuevas tecnologías y ha convertido el distrito en el motor de la nueva
Barcelona
Nuevas ideas con vistas al mar
Nombres
como la Farinera
o Ca l’Aranyó,
que remiten a antiguas fábricas, dan una idea de cómo había sido el barrio de
Sant Martí. Las chimeneas,
algunas ocultas en un juego de pistas que vale la pena descubrir, hablan de un pasado industrial que
convirtió estos barrios en el núcleo fabril de la ciudad. Un núcleo que dio la
espalda al mar durante mucho tiempo, pero que ahora ha recuperado su esencia
más mediterránea.
El
Poblenou
o el Clot
aún conservan mucho de ese pasado obrero y revolucionario, pero los barrios de callejuelas estrechas,
de plazas pequeñas y escondidas, se abren ahora en grandes avenidas, en amplias calles que miran al mar y que
lo recuperan para el ciudadano. Las antiguas fábricas han dado paso al capital
humano, y del Manchester catalán se ha pasado al Silicon Valley barcelonés.
Sant Martí es el distrito que concentra la innovación en la ciudad, con nuevas
empresas de tecnología
punta que se reflejan en
edificios punteros diseñados por los arquitectos más
atrevidos. La Torre Agbar, el edificio del Fòrum, la Vila Olímpica... son
ejemplos de eficacia,
sostenibilidad y diseño.
Un distrito con playas
El
privilegio de tener el
mar bañando el distrito forma parte del encanto del nuevo Sant
Martí, que se alarga hasta el litoral por un paseo marítimo que lleva directamente a
las playas y al Puerto
Olímpico. Un distrito que ha sabido transformarse en la
Barcelona más innovadora y cosmopolita sin perder por el camino el corazón del pueblo que
fue y que se ha abierto completamente al mar.
La Torre Agbar
El
monolito cilíndrico y brillante que refleja los colores de Barcelona se ha
ganado un espacio en la silueta de la ciudad. La Torre Agbar forma parte de
nuestro paisaje cotidiano, como la Sagrada Familia o las montañas de
Montserrat. Un homenaje del arquitecto Jean Nouvel a la arquitectura de Antoni
Gaudí que se ha convertido en un símbolo de la Barcelona contemporánea.
Altura, color y diseño
144
metros de altura de cristal
y acero. Una planta circular sin columnas interiores y unos colores cambiantes
como el Mediterráneo. La Torre Agbar es la puerta de entrada del distrito de
Sant Martí, reconvertido en el distrito
tecnológico de Barcelona.
La
torre es el resultado de la colaboración entre el arquitecto francés Jean Nouvel y el
estudio de arquitectura catalán b720,
y es el tercer edificio más alto de la ciudad.
Jean
Nouvel se inspiró en las formas redondeadas de las montañas de Montserrat
y en los pináculos de la Sagrada
Familia para proyectar la torre. Dos de los principales
símbolos de la ciudad se fundieron en la mente del arquitecto para crear uno
nuevo que ha entrado, por derecho propio, en la iconografía de la ciudad.
Una torre sostenible
La
Torre Agbar, un edificio
inteligente, funciona con todos los requisitos de eficiencia
energética, como las placas fotovoltaicas para recubrir la fachada exterior o
un uso esmerado de las aguas freáticas. La Comisión Europea distinguió la Torre
Agbar en el 2011 como edificio
verde.
EL 22@
El
futuro en Barcelona tiene un nombre, 22@. Un barrio ubicado en los terrenos más
industriales del Poblenou, donde la innovación, la creatividad, el diseño y la
tecnología son el motor que ha reemplazado las antiguas fábricas. Un nuevo
modelo de ciudad que impulsa Barcelona hacia una renovación equilibrada y
sostenible.
El barrio del conocimiento y la tecnología
En
poco más de 200 hectáreas de antiguo suelo industrial se concentran más de 1.500 empresas
relacionadas con los media,
las tecnologías de la información, la energía, el diseño y la investigación
científica. El suelo
industrial del Poblenou, antiguo escenario de la
industrialización en Barcelona, acoge hoy en día un clúster de conocimiento.
Pero el futuro no está reñido con el pasado, y muchas empresas están instaladas
en antiguas fábricas
o en recintos industriales de cariz modernista. La antigua fábrica textil de Ca
l’Aranyó es ahora el Campus
de Comunicación de la Universidad Pompeu Fabra, y el almacén de
trapos Can Munné es hoy la sede de la escuela
de diseño Bau.
Una transformación de diseño
Recuperaciones
emblemáticas como Palo
Alto, un antiguo recinto industrial que en la actualidad acoge
diferentes estudios de arte y de creativos, como el del diseñador Javier Mariscal,
conviven con edificios de la arquitectura más contemporánea, como la Torre Agbar, del
arquitecto Jean Nouvel, o el edificio Barcelona
Growth Centre, del arquitecto Enric Ruiz Geli, un cubo con
cuatro caras diferentes que ha recibido los máximos galardones de eficiencia
energética, sostenibilidad y diseño.
Recuperados
o de nueva construcción, los edificios del 22@ se han convertido en iconos de la ciudad, y
han transformado un barrio industrial en un laboratorio de innovación constante, la
tradición al servicio de la vanguardia, las antiguas fábricas remodeladas para
alcanzar los grados más altos de sostenibilidad. El Poblenou revive una nueva
época dorada de la industria... del conocimiento.
El Clot
La
Torre Agbar y el Disseny Hub Barcelona, dos de los edificios más modernos de la
ciudad, guardan y vigilan un entramado de calles, un mercado de viejo
legendario y un barrio muy popular. Un secreto muy bien escondido: el barrio del Clot.
Un nuevo perfil
El
barrio del Clot es para pasear con calma, con las manos en los bolsillos y con
un espíritu descubridor.
El impresionante edificio de la Torre
Agbar, 144 metros de acero, cristal, luz y
color, hace mirar hacia arriba para buscar el final. Pero la torre, que
ha modificado el perfil de Barcelona, tiene un compañero que está llamado a ser
un referente del diseño en todo el mundo, el edificio Disseny Hub Barcelona,
obra del equipo de arquitectos MBM: Josep Martorell,
Oriol Bohigas y David Mackay. Se trata de un paralelepípedo en voladizo con la
misma anchura que la calle, que se ha convertido en un referente de la
arquitectura contemporánea. El Disseny Hub Barcelona tiene la máxima calificación de sostenibilidad
de un edificio y acoge el Museo
del Diseño de Barcelona, una
colección de más de 70.000 objetos.
Pero
en el barrio del Clot también hay tiempo para el paseo tranquilo por
sus parques y sus lugares con más encanto. A pesar de las líneas de tren y
ferrocarril, la gran avenida Meridiana
o la Gran Vía,
el Clot tiene rincones que merecen una visita que transporta a un pasado rural,
industrial y encantador.
La
Farinera del Clot,
una de las fábricas de harina más importantes de toda Cataluña, estaba situada
en el barrio. Era un recinto industrial con estética
modernista que ahora es un centro
cultural donde las tecnologías de la comunicación son el motor.
Rincones por descubrir
El
Clot todavía mantiene muchos de los pasajes, pequeñas callejuelas
en medio de dos calles más anchas, que hablan de un pasado de huertos y
jardines, como el pasaje
de Robacols, donde una hilera de casitas blancas parece que se
ha detenido en el tiempo, o la Torre
del Fang, una antigua masía que todavía se conserva. En el
centro del barrio, la plaza del Mercat continúa con la misma
vitalidad comercial que hizo del mercado un bonito edificio modernista, un
referente del mercadeo de verduras y frutas en Barcelona. No muy lejos, el
edificio de la Caixa de Pensions
i Mont de Pietat, aún en funcionamiento, hace levantar la vista hasta su cúpula semicircular, y entonces es el
momento de buscar allí las ranas que se esconden bajo el paraguas, en un mosaico modernista de
la antigua casa de paraguas J. Budesca. Son fragmentos de una antigua ciudad
que todavía se mantienen vivos en el popular Mercado de los Encants, una Fira de
Bellcaire donde se puede encontrar casi de todo, al estilo del Marché aux Puces
francés.
El
parque del Clot
es el lugar donde descansar y disfrutar de la naturaleza en este barrio. Un
gran espacio verde ubicado en los antiguos talleres
mecánicos de la Renfe y que conserva la chimenea de la fábrica y la antigua
fachada, reconvertida hoy en un
acueducto con una cascada.
El Poblenou
El
industrial y popular Poblenou es uno de los barrios con más personalidad de
Barcelona. El Poblenou es historia viva de obreros y de anarquismo, de las
fábricas, pero ahora es también uno de los centros de creación más punteros.
Las chimeneas han dejado paso a los ordenadores y las fábricas, a las nuevas
redes. A pesar de su modernidad, una de las mejores horchatas de Barcelona
continúa siendo del Poblenou.
Un barrio con carácter
A
principios del siglo XX, el Poblenou era conocido como el “Manchester catalán”,
y ahora se podría convertir en el “Silicon Valley de Barcelona”. Cambian los
trabajadores, pero el carácter
obrero todavía se mantiene.
El
Poblenou, un barrio del sector
marítimo de Sant Martí, ha visto cómo cambiaba la fisonomía de
sus calles, pero sin perder su esencia. Un suelo barato y libre, la proximidad
a Barcelona y el agua abundante hicieron que las fábricas se instalaran y
crearan un núcleo
industrial muy potente. El Poblenou acogía fábricas de todo
tipo, textiles como Ca l’Aranyó —sede de la Universidad Pompeu Fabra—, Can Felipa
—hoy el centro cívico—, metalúrgicas como Can Girona —de la cual se conserva la
chimenea—, harineras, curtidurías, fábricas de chocolate, de licores... Fábricas y chimeneas,
de las cuales quedan más de 30 repartidas por el barrio, competían por el
espacio con las casas que se construían a toda prisa para los trabajadores, e
incluso con las chabolas que se asentaban en la playa, en la zona del Somorrostro, donde
nació la gran bailaora Carmen Amaya. Es fácil seguir las huellas de esta
historia paseando por sus calles, todavía estrechas y antiguas, y para los más
atrevidos, dando un paseo por el cementerio,
el primero de la ciudad, donde se pueden ver antiguos mausoleos neoclásicos y
de estilo modernista.
Los nuevos aires de los nuevos tiempos
La
Barcelona del 92
abrió la ciudad al mar y le dio un nuevo aire a toda la zona. Las industrias
fueron desapareciendo y el barrio se transformó. Todavía mantiene su carácter
de barrio obrero, pero la producción ha cambiado bastante. En las mismas
fábricas, antiguas muestras
de la arquitectura industrial de principios de siglo, se cambió
el mono de trabajo por las zapatillas deportivas, y ahora las empresas de tecnología, diseño y universidades
repueblan el paisaje.
La
rambla,
escenario de los primeros pasos de Carmen Amaya, de batallas anarquistas por la
mejora de los sueldos, de comercios centenarios, ahora es un espacio que
respira tradición y
calma, pero que no olvida sus raíces. De ello se encarga la horchatería del Tío Che,
que ha pasado de servir horchata a los agotados obreros que salían de las
fábricas a hacerlo a los jóvenes
creativos que se acercan con zapatillas y tejanos y que han
convertido el Manchester catalán en el Silicon Valley de Barcelona.
El Fòrum
Las
industrias dejaron lugar a zonas verdes, y los solares vacíos dieron paso a una
gran explanada que se convierte en el punto clave para festivales y conciertos.
El Fòrum, una década después de su inauguración, ha encontrado su identidad y
ha aportado estructuras, medios de transporte y tecnologías a una zona
prácticamente ignorada por la ciudad.
Un barrio de nueva construcción
Una
desafiante construcción triangular de color azul, el Edificio Fòrum, da la
bienvenida a un barrio de nueva construcción que ha dotado de luz y visibilidad a
una de las zonas más despobladas y desconocidas de la ciudad: el Fòrum, el
barrio que se creó para acoger el primer Fórum
Universal de las Culturas en el año 2004.
En
este nuevo barrio
del distrito de Sant Martí, el
ocio y la cultura le han ganado terreno a un residual tejido
industrial. Los solares abandonados se convirtieron en el parque del Fòrum, un
complejo de equipamientos que acoge los acontecimientos más multitudinarios de
la ciudad: macrofestivales
de música como el Primavera Sound, conciertos de las Fiestas de
La Mercè, la vistosidad de la Feria
de Abril... Es el sitio idóneo para la celebración de estos encuentros multitudinarios.
El
parque del Fòrum está integrado por el Edificio Fòrum, una espectacular
construcción triangular de 25 metros de altura que acoge el Museo Blau, el museo
nacional de ciencias naturales de Barcelona; la Esplanada, que con 84.000 metros
cuadrados es la segunda mayor plaza del mundo; el parque de los Auditoris,
un gran espacio al aire libre que combina dos auditorios unidos por un paseo; y
la zona de baños,
un insólito conjunto de piscinas de agua de mar. El parque del Fòrum es un
oasis lúdico-festivo firmemente comprometido con el medio ambiente y la sostenibilidad
y que tiene una placa
fotovoltaica de 1.700 metros cuadrados.
Abierto al futuro
El
Fòrum limita con Diagonal
Mar, que se ha convertido en uno de los nuevos barrios de
Barcelona con más potencial. La transformación de un pasado degradado hacia un
presente y futuro altamente calificado
y tecnológico ha revalorizado toda esta zona. La ubicación de
un gran centro comercial,
el Diagonal Mar, la apertura al mar, con la recuperación de las playas urbanas, y el parque Diagonal Mar,
obra de los arquitectos Enric Miralles y Benedetta Tagliabue y que consiste en
un complejo residencial con rascacielos, un gran jardín con un lago y
un área deportiva, entre otros, han hecho de esta zona el sitio ideal para ver
la Barcelona del futuro, sostenible
y moderna, pero que no olvida su pasado.
La Vila Olímpica
El
barrio de la Vila Olímpica está formado por una serie de amplias avenidas
encaradas al mar. Pasear por sus calles, por el paseo Marítim, es la mejor
manera de recuperar el espíritu olímpico de la ciudad. Y, para recobrar
fuerzas, se puede hacer una visita a cualquiera de las terrazas que han hecho
de este barrio un destino de ocio privilegiado. Un refresco y unas tapas
mirando el mar... ¡son de medalla olímpica!
El barrio de los atletas
Los
Juegos Olímpicos de Barcelona
92 sirvieron para orquestar una profunda remodelación en
determinadas zonas de la ciudad. En medio de una zona industrial, antiguo
núcleo de chabolas, y sin una playa en condiciones, se levantó el barrio de la
Vila Olímpica. De nueva construcción y con
unos edificios emblemáticos, este barrio dio una nueva vida a una zona empobrecida. El diseño del
barrio, obra del equipo formado por
Josep Martorell, Oriol Bohigas, David Mackay y Albert Puigdomènech, se hizo
siguiendo el cuadriculado modelo de islas de casas de L’Eixample.
La
Vila Olímpica fue la residencia
oficial de los atletas en Barcelona 92, pero los deportistas
dejaron paso a las familias que se iban instalando en el barrio, y se convirtió
en una referencia de
calidad y tranquilidad en Barcelona. Amplias vías, como la
avenida de Icària o la avenida del Bogatell, llenan de luz e invitan al paseo.
El Puerto Olímpico y la Nova Icària han abierto el frente marítimo y han
conseguido que Barcelona vuelva a mirar al mar y disfrutar de él, y al mismo tiempo
se han convertido en uno de los puntos álgidos del ocio en la ciudad.
De cara al mar
Las
torres gemelas
de más de 154 metros, la Torre Mapfre y el Hotel
Arts, han cambiado el perfil de la ciudad con sus estructuras metálicas y dan
la bienvenida a los visitantes en la nueva fachada marítima. El Peix d’Or del
arquitecto Frank Gehry, una impresionante escultura de bronce que va cambiando de color con las horas
del día, recuerda el pasado marítimo de este barrio. Multitud de bares, chiringuitos y restaurantes
se reúnen bajo sus escamas, y esta zona se ha convertido en una de las más
vibrantes del ocio de Barcelona.
La
fachada marítima de la Vila Olímpica también acoge la playa de la Nova Icària,
un lujo ciudadano de tranquilidad. Tener junto a la ciudad una playa a la que
puedes acceder en metro o en autobús sí que merece una medalla olímpica.
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